La ministra de Educación y FP, además de portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, ha declarado en una entrevista que “crearemos una asignatura obligatoria de valores cívicos y éticos” y que la religión seguirá siendo de oferta obligatoria para los centros y optativa para las familias, pero “no tendrá valor académico, ni contará para la nota media”.
¿En esto se va a concretar el cambio que nos auguraba la nueva forma de prometer los cargos, obviando crucifijos y biblias, los nuevos ministros del gobierno socialista? ¿Esto es afrontar de modo radical la aconfesionalidad del Estado que marca la Constitución en su artículo 16.3.?
Por favor, esta situación que anuncia la ministra es rancia como aceite revenido y ya nos la conocemos de años atrás.
Uno pensaba que la ministra, dadas las expectativas públicas creadas por las declaraciones de Sánchez sobre la laicidad, iba a ir mucho más allá que la simpleza de proponer un pegote en un aspecto que, para colmo, lo único que desatará será una nueva guerra dialéctica ideológica entre la derecha, la Iglesia, la enseñanza privada y concertada en bloque monolítico contra los poderes públicos en general y en particular contra el gobierno de la Nación.
¡Qué falta de perspectiva política hay en las declaraciones procedimentales de la nueva ministra! A nadie convencerá negando que la educación en valores cívicos y éticos es una nueva versión de Educación para la Ciudadanía y que, cuando se implantó esta, solo sentó bien a los profesores que impartieron dicha asignatura, pues se aseguraron el puesto de trabajo.
¿No reparan en que esos supuestos valores cívicos y éticos pronto serán transformados por los torticeros ideólogos de la derecha en los valores de los tildados como populistas izquierdistas y de los separatistas, de los ateos y de los irreligiosos? Porque, por mucho que se quiera dorar la píldora envolvente de tales valores, se tratará de un adoctrinamiento laico por parte de las izquierdas del niño y del adolescente. Y es que, tanto la derecha como la izquierda, siempre han considerado que el sistema educativo les pertenece exclusivamente para utilizarlo como correa de transmisión ideológica de sus principios. Es, desgraciadamente, un axioma que no ha variado jamás a lo largo de la historia educativa de este país, donde el consenso entre las partes políticas implicadas jamás llegó a buen puerto. Y tanto izquierda como derecha, jugando con la infancia y la adolescencia bajo la falsa argumentación de estar protegiéndolas del mal que representaban los de la otra orilla.
Desgraciadamente, con el planteamiento de Celaá se pondrá en marcha una nueva versión, eso sí democrática y todo lo liberal que se quiera, de la antigua asignatura franquista llamada Formación del Espíritu Nacional (FEN), ahora, transformada en la asignatura de Formación en los valores de la Democracia y de la Constitución aunque, en la práctica, muchos políticos se pasan a esta por el arco amplísimo de sus acomodaticias creencias e intereses personales.
Cualquiera ve que ese no es el camino procedimental para hacer cambios de gran calado en el sistema educativo. Lo único que tales parches van a generar es una guerra de catecismos ideológicos entre las partes. Y ya estamos hartos de que en este país se estén discutiendo siempre las mismas cuestiones que por culpa de la bovina cerviz de los partidos se repiten hasta el hartazgo. Y eso sucede cuando las grandes cuestiones educativas se convierten en asuntos de Partido, que no de Estado. Cuando se busca satisfacer el interés partidista y no el de la ciudadanía.
El sistema educativo -escuela, instituto, FP y universidad-, no necesita ninguna asignatura que eduque a sus inquilinos en valores cívicos y éticos. Se supone que la cultura y la formación científica que se imparte en las aulas es lo suficientemente rica en esas vitaminas que para nada necesita el alumnado recibir clases específicas sobre la libertad y su rica y plural manera de encarnarse en la praxis del sujeto: libertad de expresión, de pensamiento, religiosa, sexual, ideológica…
Me pregunto cuándo llegará el día en que nuestros dirigentes educativos reparen de una vez por todas en que las áreas que se imparten en el sistema educativo son ya de por sí un vehículo extraordinario en la formación ética y cívica de cualquier persona. Aprender lengua, matemáticas, historia, física, química y plástica no consiste solo en apropiarse de unos datos y de unos conocimientos específicos de esas áreas, sino, de forma simultánea, cultivar un conjunto de actitudes y de valores humanistas que dicho aprendizaje conlleva.
La metodología con que se imparten dichas asignaturas es lo suficientemente rica en esas proteínas que sobra cualquier discurso sobre esos valores aludidos. El problema radica en que dichas metodologías del aprendizaje en el sistema educativo siguen siendo verbalistas, autoritarias, acríticas, negadoras paradójicamente de esos valores que se pretenden enseñar mediante el envase de una asignatura. Y digo bien: enseñar; no aprender. En el sistema educativo, todo se enseña, pero nada se aprende, excepto el aburrimiento. Para que el alumnado aprendiera de verdad debería ser sujeto del aprendizaje y no lo es. Solo sufre una enseñanza autoritaria y nada democrática.
En lugar de programar esos valores éticos y cívicos desde las mismas asignaturas que se imparten, el gobierno quiere inventarse otra asignatura para enseñar en qué consiste la libertad y demás valores inherentes a su ejercicio: responsabilidad, y respeto a los demás. ¿No se percibe la trampa de este planteamiento?
En lugar de practicar la libertad a secas y la liberad de conocer, de explorar, de investigar, de criticar los conocimientos recibidos en todos los ámbitos, se pretende enseñarla. ¿Cuándo vamos a aceptar que lo que se convierte en asignatura en el sistema educativo se transforma en tedio, en aburrimiento, en desgana? ¿A quién se pretende engañar?
La escuela, el instituto y la universidad no son modelos de prácticas democráticas en nada. El sistema educativo funciona y se sostiene gracias a la violencia democrática que se ejerce sobre el alumnado en todas las esferas del conocimiento y de la participación escolar. ¿Qué prácticas de libertad, de desarrollo de la creatividad y de la capacidad crítica se cultivan en el aula? Se pueden contar las experiencias en este sentido con los dedos de la mano izquierda. Curiosamente, estas experiencias siguen planteamientos que destilan el aura de la Institución Libre de Enseñanza y de la Escuela científica del anarquista Ferrer i Guardia.
En cuanto a la asignatura de religión, despojada de su valor académico, es otra metedura de pata enorme del Gobierno. Solo servirá para enardecer los ánimos belicosos de la derecha nacionalcatólica y poniendo a caldo un día sí y otro también al nuevo Gobierno, que, quiera o no, acabará entrando al quite y, por lo mismo, desgastándose en una batalla en la que no debería entrar si fuese más perspicaz.
Por lo demás, la asignatura de la religión, en la modalidad que se quiera, no solo es un parche, sino un insulto a la pluralidad de la ciudadanía y a la aconfesionalidad que consagra la Constitución. Así que, por favor, dejen de cometer los mismos errores en materia de política educativa y manden la educación en valores éticos a la familia y a la formación científica de las área del conocimiento organizadas por el sistema educativo. Y la religión a la sacristía, a misa doce y a los canales privados de televisión.
Bien sabe el partido socialista que el único camino para terminar con esta mermelada institucional educativa deplorable consiste en enfrentarse a la Hidra vaticana de no sé cuántas cabezas y que tiene por nombre Concordato y que atenta, paradójicamente, contra la concordia entre la ciudadanía, toda vez que los acuerdos de dicho Concordato solo favorecen a una parte de la sociedad y esta es confesional.
Este es el verdadero origen del problema. Lo demás son batallas que servirán únicamente para que los políticos de turno se enfrenten en un rifirrafe tan repetido que a estas altura solamente produce tedio, náuseas y un aburrimiento abisal.
Víctor Moreno Bayona
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