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Minaretes

Infringir la normativa sobre el ruido en las calles” es el motivo que alegan los promotores del referéndum para prohibir la construcción de minaretes en Suiza. Un cartel con la imagen de una mujer con burka y siete torres con aspecto de misiles advierte de que aquel paraíso fiscal corre el peligro de ser islamizado.

Antaño, a falta de dichas construcciones en la Arabia de Mahoma, el muecín solía subir a un terrado para llamar a los fieles a la plegaria. De origen mazdeísta, doctrina dualista de la antigua Persia, los minaretes, siempre gemelos, adornaban los templos sagrados. Uno evocaba el culto a la Diosa del Agua, el otro al Señor del Fuego. De allí el significado de minarete (cuenco del fuego), que guiaba, además, a los caminantes de la ruta de la seda hacia los caravasares. Con la islamización de Irán, las casas de Alá, erguidas sobre las ruinas de aquellos santuarios, mantuvieron las dos atalayas como signo de distinción de las mezquitas chiítas. El minarete más alto del mundo, de 52 metros, se encuentra en la tierra de Zaratustra, Azerbaiyán.

A falta de espacio comunitario, las mezquitas, además de ser centros de culto, eran puntos de encuentro entre los hombres e incluso constituían el cobijo de los sin techo. El paso del tiempo ha introducido inevitables cambios en sus funciones; de modo que las entidades que hoy atienden las necesidades mundanas de los creyentes hacen que las mezquitas de los países del Islam sean menos frecuentadas de lo que quisieran los líderes religiosos. Sucede lo contrario en las tierras de acogida de inmigrantes procedentes de algunos países musulmanes, donde dichos templos recuperan su antiguo papel. Son puntos de información para los varones recién llegados que así obtienen nociones básicas para desenvolverse en la nueva sociedad.

Una vez aterrizado, el sobrenatural esfuerzo para salir adelante y mantener una familia aquí y a otra allá, irá restando tiempo a los asuntos del alma.

Otorgar protagonismo a las instituciones religiosas, en su contra o a su favor, además de dividir a los inmigrantes y ciudadanos por su credo, desvía la atención de los problemas comunes que sufren. Una derecha incrementa el clima xenófobo, y la otra crea necesidades innecesarias.

La libertad religiosa dicta que nadie sea discriminado por su credo y la democracia exige el regreso de la religión al ámbito privado.

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