Mariví Martirikorena tenía 11 años cuando una monja «vendió» su cuerpo para que otra religiosa, la enfermera del colegio, lo utilizara. El horror duró un curso escolar completo, el que estuvo matriculada en las Ursulinas de Pamplona. «Mi cuerpo era su juguete, lo mismo me acariciaba o me reñía, que me hacía sentir mala y fea o no me sonreía. Era un juego de poder en el que yo era una cosa para utilizar», nos cuenta.
“Mariví, víctima de abusos: «Mi cuerpo y mi mente lo que hicieron fue cerrarse a todo y negarlo (…) Con 11 años y esa educación no tenía capacidad de verbalizar»“
Mariví tardó muchos años en poner palabras a su historia porque al principio no recordaba lo que había pasado. Fue con una película, La mala educación de Pedro Almodóvar, con la que entendió que ella «había vivido algo parecido». «Mi cuerpo y mi mente lo que hicieron fue cerrarse a todo y negarlo. Es como si no me hubiese pasado, pero por dentro sí me pasaba. Con 11 años y esa educación no tenía capacidad de verbalizar. A muchas mujeres lo que nos pasa es que lo que ahora sabemos que era un abuso y una violación en aquel momento era lo normal. Era normal que abusasen de ti y te hicieran sentir como un objeto. Y no pasaba nada, porque eras mujer», recuerda.
Las niñas, las adolescentes y las mujeres adultas son las víctimas ocultas de los abusos sexuales en la Iglesia. Tres de cada diez menores víctimas son niñas, según revelan estudios de España, Australia, Alemania o Bélgica aunque en las víctimas que sufrieron los abusos siendo adultas los porcentajes se invierten. Nos lo explica María Teresa Compte, presidenta de la Asociación Betania que acompaña a víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia. «De cada 10 víctimas adultas, siete son mujeres. Hay un 30% de niñas que han sufrido abusos sexuales en contextos religiosos y se las ha ignorado. La pregunta es: ¿dónde están las niñas, donde están las adolescentes, dónde están las mujeres adultas? ¿Por qué no les hemos prestado la atención debida?».
Un crimen de oportunidad
La pregunta no tiene una respuesta sencilla, aunque Compte apunta en primer lugar a que generalmente se ha puesto el foco en los victimarios, que en más del 95 % de los casos son hombres y que, por lo general, abusaban de niños menores al tener más acceso a ellos. En esta dirección va también el estudio que han hecho en la Universidad Pública de Navarra (UPNA)y en el que ha participado el investigador Mikel Lizarraga. En los victimarios apunta a que no es una cuestión de sexualidad, «sino de a quién tenían acceso. En aquellos contextos en los que solo tienen acceso a niños abusaban de ellos y en el momento que accedían a niñas también abusaban de ellas». Es lo que han llamado muchos investigadores un crimen de oportunidad. En un contexto en el que los colegios religiosos eran segregados las estadísticas cobran sentido, lo que no se sabe -porque no se ha estudiado- es cómo cambian los porcentajes de víctimas cuando los colegios se hacen mixtos.
“Mikel Lizarraga, Universidad de Navarra: «No es una cuestión de sexualidad sino de a quién tenían acceso»“
Una de las conclusiones del estudio de la UPNA es que estos datos son solo la punta del iceberg. Han identificado a 31 presuntos religiosos y cada uno de ellos abusó, aseguran, de más de una persona. En esta investigación han identificado inicialmente a 42 víctimas de abusos en Navarra -34 hombres y 8 mujeres- y en siete de los casos el victimario era un hombre. Lizarraga apunta a que en el contexto escolar la mayoría de víctimas son chicos pero fuera -en parroquias, en iglesias y en campamentos- no, lo que hace pensar que existen muchas víctimas niñas que no se atreven a dar el paso porque probablemente no se identifican como víctimas.
¿Víctimas de segunda?
Mariví nació en el año 1949, en un momento en el que la sociedad, dice, entendía que los niños y sobre todo las niñas tenían que obedecer. «No podías decir que abusaban de ti porque algo habrías hecho, la culpa siempre la tenías tú. A mí me devastaron, me hicieron sentir una auténtica basura, me hundieron». Son las palabras de quien siente que en estos años las mujeres y niñas han sido víctimas de segunda.
“No podías decir que abusaban de ti porque algo habrías hecho, la culpa siempre la tenías tú“
La incomprensión, cuenta, ha llegado en su caso incluso de otras víctimas varones. «No se nos considera víctimas de abusos sexuales y menos en mi caso, porque como no hubo penetración», denuncia. Los medios y el relato oficial tampoco han remado en la dirección correcta, alertan, y eso no ha favorecido que más mujeres cuenten su historia. Cuando se habla de abusos en la Iglesia, denuncia Compte, «se suele hablar de niños y no de niñas». «Nos encontramos bastante con mujeres que nos escriben y lo que nos dicen es: me basta con que me escuches, con que tomes nota y me basta con que sepas que soy una más», reconoce.
Esa sensación de contar que ella era una más es lo que sintió Mariví. Su vida ha estado marcada por los abusos de una monja en la infancia y luego por los abusos de uno de sus cuñados. Y esto, asegura, le ha destrozado y le ha separado de su familia y de su entorno porque nadie ha entendido que lo cuente. «La primera vez que sentí ganas de morirme fue con 17 años, tienes unas mermas y vacíos que están ahí y que forman parte de ti».
“María Teresa Compte, asociación Betania: «Si no facilitamos que se reconozcan estaremos contribuyendo a que sigan en silencio»“
Las edades en las que hay más víctimas niñas es entre los 5 y los 10 años y entre los 14 y los 17, apunta Compte. La presidenta de la Betania añade: «Preguntémonos, ¿hemos normalizado la violencia sexual contra las mujeres?, ¿qué nos sorprende más, que se viole a un niño o a una niña, que se acose a un niño o a una niña? Tenemos que hablar de ellas, si no facilitamos que se reconozcan estaremos contribuyendo a que sigan en silencio».