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“Mi abusador es mi tío y lleva alzacuellos”

Cuando María M. denunció en 2019 los abusos sexuales que sufrió de niña descubrió que el caso había prescrito penalmente. La Iglesia ha realizado su propia investigación y la ha cerrado sin hablar con ella

María M. respira hondo y enciende su ordenador. En lo que espera a que la máquina arranque, se levanta y cierra la persiana de la ventana del salón. Es marzo en Ourense, pero el sol ha decidido salir y los reflejos dificultan ver la pantalla del portátil. Abre una carpeta en la que guarda una colección de antiguas cintas VHS de su infancia, muchas de ellas grabadas por su tío paterno, el sacerdote Francisco Manuel Martín López, que “siempre andaba con una cámara”. Reproduce una, datada en 1994: por el resquicio de la puerta aparece una pequeña María, de tres años, sentada sobre un inodoro. Se abre la puerta del baño y la voz de su tío se oye detrás de la cámara. Durante dos minutos, la graba usando el retrete y luego vistiéndose. Enfoca su cara, sus piernas… Es la primera vez que alguien fuera de su familia ve la grabación. Para María, que ahora tiene 30 años, ese vídeo marca el primer día que su tío empezó a abusar sexual y psicológicamente de ella. Un suplicio que vivió durante toda su infancia y adolescencia, hasta que cumplió la mayoría de edad en 2009.

A los abusos que María sufrió a lo largo de una década y media se suma una larga odisea, primero para conseguir verbalizar lo ocurrido y luego para denunciarlo ante la policía. María dio el primer paso en 2009. En una sesión de terapia, estalló “como un volcán” y compartió por primera vez ese trauma que llevaba toda una vida conteniendo. La víctima relató experiencias “de tipo sádico-perverso, a modo de juego sexualizado verbal y simbólico”,y “otras para la imposición del secreto y del silencio, a través de una infinidad de estrategias de inducción del terror”, detalla un informe psiquiátrico de dicha sesión al que este diario ha tenido acceso. “Aunque el relato resultaba confuso y desorganizado, se percibía perfectamente la dinámica a la que había estado sometida”, concluye el documento.

Pasaron 10 años hasta que en 2019 encontró la fuerza para presentar una denuncia. Lo hizo el 26 de noviembre. Tres días después, un juez emitió una orden de alejamiento contra el acusado a espera de juicio, pero su tío hizo caso omiso. “Tuve que pedirle a mi papá que pusiera una cortina en una de las ventanas del sitio donde trabajo para que él no me viera desde el bar de al lado, donde siempre estaba”, recalca María. Por otro lado, el juez también solicitó un estudio sobre la salud mental de la víctima y las posibles secuelas derivadas de los hechos denunciados. El informe psicológico forense, hecho por el Instituto de Medicina Legal de Galicia, concluyó que María “padece un trastorno por estrés postraumático grave y cronificado” que “puede ser consecuencia de los abusos relatados”, según el documento al que este periódico ha tenido acceso.

“Después llegó la gran hostia: me dijeron que todo estaba prescrito”, recuerda María. Ella desconocía que su caso, al tratarse de un delito contra la libertad sexual, cargaba entonces con un plazo de prescripción de una década después de que la víctima cumpliera la mayoría de edad. Cuando presentó la denuncia habían pasado 10 años, un mes y un día desde que cumplió 18. Por lo tanto, los hechos estaban prescritos. El caso quedó archivado y la orden de alejamiento sin efecto. Por un mes y un día. El caso saltó a los medios, y María acudió a varios de ellos para contar su historia, entre ellos EL PAÍS.Nadie del obispado se ha dignado a llamar ni preguntar por mí”

En aquel momento, María tampoco sabía que, al hacer público su caso, la Iglesia también estaba obligada a investigarlo. El obispado de Ourense, diócesis a la que pertenece su tío, debía iniciar un proceso eclesiástico. Una portavoz de la diócesis ha asegurado a este periódico que al tener conocimiento de la denuncia presentada por María en noviembre de 2019, se apartó a Martín López de la actividad sacerdotal como medida cautelar y se abrió un procedimiento canónico contra él. El obispado ha insistido en que se llevó a cabo una investigación previa, pero no ha querido especificar los detalles del proceso ni los hallazgos del mismo. Se ha limitado a confirmar lo que ya había anunciado mediante un comunicado oficial: que el caso fue archivado canónicamente en abril de 2021, cinco meses después de que se decretara el sobreseimiento de la causa por la vía penal.

María asegura que la diócesis nunca contactó con ella para escuchar su testimonio: “Nadie del obispado se ha dignado a llamar ni preguntar por mí ni mi familia”, dice. De hecho, afirma que no sabía que su caso fue investigado por la Iglesia hasta que este diario se lo confirmó a principios de abril, un año después de que la diócesis lo archivara. Este periódico ha preguntado al obispado cómo pudo llevar a cabo un procedimiento canónico sin la participación de la denunciante. Es un elemento esencial, ya que, según establecen las normas del Papa, la obligación de la Iglesia en estos casos es atender y escuchar a las víctimas. La diócesis se ha negado a dar una respuesta. “No podemos responder a ningún pormenor relacionado con el procedimiento, solamente en el estado en que se encuentra: archivado”, ha concluido la portavoz.

El acusado, Martín López, siempre ha negado los hechos. Al recibir una llamada de este diario, ha insistido en tener “razones más que fundadas que demuestran que eso no es verdad”, aunque no ha querido detallarlas. “La cosa está cerrada. No solo por mi bien, sino que por el de ella también, y el de la familia”, ha recalcado. Martín López retomó la actividad parroquial hace un año. El agosto pasado fue nombrado rector del Santuario de Nuestra Señora de Pena da Sela, en O Irixo, y sacerdote en varias parroquias de la zona de O Carballiño. Meses después, en noviembre, el obispo lo nombró secretario de la Vicaría de Pastoral de Ourense.

“Me contaba cuentos de miedo y después me tocaba todo el cuerpo”

María hojea fotografías de su niñez. A simple vista, aparenta haber vivido una infancia como cualquier otra persona de su edad: veranos en la aldea de sus abuelos, viajes con sus padres, su primera comunión… Pero María confiesa que en casi todos los retratos su sonrisa es forzada: “No tengo memorias bonitas de mi infancia”, admite. Los malos recuerdos son tantos que han eclipsado los buenos. Durante casi seis horas de entrevista con este periódico, esos recuerdos le vienen en flashes. Su cuerpo entero tiembla, como si luchara contra ellos. “Mi abusador es mi tío y lleva alzacuellos”, reconoce. Habla de tocamientos en casa de sus abuelos: “Las noches que tenía que dormir en una habitación con él, me contaba cuentos de miedo y después me tocaba todo el cuerpo”. O en el despacho del acusado en el Seminario Mayor Divino Maestro de Ourense, a principios de los años 2000: “Me sentaba entre sus piernas, mientras yo sentía su erección por detrás”.

María M., en Ourense el 25 de marzo.

Admite que fueron tantos años de abusos que acabó acostumbrándose a vivir así. No sabía que no era normal que un tío le rozara un pecho o le tocara los genitales. “Venía a mi casa y simplemente con oírlo decir ‘¡Hola, María!’ yo me dejaba vencer”, se aflige. Además de los tocamientos, la víctima destaca el maltrato psicológico que sufrió. Su hermana menor, Clarisa, describe al acusado como una persona carismática, alguien que siempre buscaba ser el centro de atención. “Tenía un control y un poder brutal”, sintetiza Clarisa. Mientras, en su familia María era la niña borde, la que tenía que aprender a sonreír más. “Yo siempre era la tonta, la torpe, la que no valía para nada. Siempre he sido la oveja negra de la familia”, asegura María. Él se aprovechaba de eso: “Jugaba con mis miedos, con mi autoestima. Me fue haciendo cada vez más pequeñita hasta dejarme anulada”.

María guardó su tormento para sí misma durante años. Las pocas veces que intentó contarlo, Martín López consiguió callarla con amenazas. “A los 15 años empecé a rebelarme. Pero él me decía que si me resistía sería peor, porque le haría lo mismo a mi hermana”, recuerda la víctima. Su hermana entonces tenía 11 años. “En ese momento yo tragué y seguí aguantando para que no le pasara nada a ella. Que le destrozara la vida a mi hermana para mí era inconcebible. Prefería morir antes que eso”, asegura. Añade que en otra ocasión el acusado amenazó con tirarla a un pozo si decía algo.

Cuando por fin lo contó en 2009 se produjo una “quiebra psíquica total” y “vivió sumida en una espiral gravísima” durante casi dos años, según el informe del psiquiatra que la trató. “Intenté suicidarme varias veces”,admite María. Pasó dos años encamada, atrapada en un cuerpo que se negaba a funcionar y una mente que la atormentaba. Su padre, hermano del acusado, recuerda que le tenía que dar de comer y ducharla. “¿Tú sabes lo que es estar, durante años, despierto todas las noches para intentar calmar a la niña, que no para de chillar y llorar?”, cuestiona. Todos los días se hacía la misma pregunta: ¿en qué había fallado para que le pasara esto a su hija?

Al poco tiempo, se les sumó otra tragedia: la madre de María fue diagnosticada con un cáncer grave. Mientras María luchaba contra las secuelas del abuso que sufrió, su madre batallaba contra una enfermedad que a los dos años acabó con su vida. “Yo sé que mi madre no se quiso desprender de mí hasta verme mejor”, afirma.

“Me acusaron de destruir la familia”

Borrachos, drogadictos, locos, mentirosos, esquizofrénicos. Son algunos de los insultos que María, su hermana y su padre dicen que han oído a lo largo de la última década, desde que María decidió contar el calvario que vivió. Los años han dejado una familia materna hecha pedazos. A día de hoy, María no tiene relación con su familia paterna. Nunca la han creído: “Me decían que él no era capaz de hacer algo así porque era cura y mi tío. Me hicieron dudar hasta de mi propia palabra”, recalca. “Me acusaron de destruir la familia”.

“Éramos una familia muy cercana”, asegura el padre de María. “Yo quería a mi hermano con locura y lo daba todo por mi familia”. Pero cuando su hija decidió contarlo todo, en su cabeza empezó a atar cabos y se dio cuenta de la verdadera razón por la que su hermano pasaba tanto tiempo en su casa, siempre yendo detrás de María. “Mi familia me dejó de lado y el dolor es insoportable, pero a mí no me importa. Tengo la cabeza muy alta”, asegura, aunque admite que algunos días se sigue culpando a sí mismo por lo ocurrido.

María M., en Ourense.
María M., en Ourense.ÓSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Hoy día María vive en un estado de alerta constante. Intenta rehacer su vida, pero carga con secuelas tanto emocionales como físicas. Padece un trastorno alimenticio y fibromialgia, una afección crónica que causa dolor en todo el cuerpo y fatiga. “Que te hayan arrebatado todo y que tengas que construir todo de nuevo es muy complicado”, admite. Muchos días no se siente útil y se cuestiona por qué sigue aquí: “No sé si el cielo existe, pero el infierno ya lo he vivido aquí en la tierra porque no he podido descansar ni un solo día”.

Afortunadamente, no ha estado sola. Además del apoyo de su familia materna y la ayuda de los médicos, ha tenido a su pareja, con quien lleva 10 años. También destaca el acompañamiento que ha recibido por parte de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer de la Policía Nacional, en Ourense. Son quienes le tomaron declaración el día que presentó su denuncia y desde entonces han estado pendientes de ella, a pesar de que el caso se archivó. “Son mis ángeles de la guarda”, dice.

Aunque la mayoría de los días le cuesta salir de la cama, tiene un nuevo propósito que la guía: animar a otras víctimas de abusos a denunciar a tiempo. La ley para proteger a los niños y adolescentes frente a la violencia, aprobada en mayo de 2021, amplió el plazo de prescripción de los delitos de pederastia. Bajo esta norma, el plazo se empieza a contar cuando la víctima cumple 35 años, y no 18, como antes. Es decir, los delitos no prescriben hasta que la víctima cumpla al menos 40 años, frente a los 23 de antes. María es consciente de que si esta ley hubiera estado vigente cuando ella denunció en 2019, su caso no hubiese acabado archivado por prescripción. “Antes de denunciar, para mí era más viable morir. Me salvó la vida, y puede salvar otras”, reflexiona.

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