La relación entre religión y política en México en 2025 es compleja y está marcada por la tensión entre el principio de laicidad del Estado y la influencia cultural y social de las religiones, especialmente el catolicismo y el creciente evangelicalismo. México es un Estado laico desde las Leyes de Reforma del siglo XIX, reforzado por la Constitución de 1917, que prohíbe a las instituciones religiosas participar directamente en la política electoral o promover candidatos. Sin embargo, la religión sigue siendo un factor relevante en la esfera pública.
Aspectos clave:
- Laicidad formal, pero influencia cultural: Aunque la separación entre Iglesia y Estado es un pilar constitucional, las creencias religiosas, sobre todo católicas (que representan cerca del 78% de la población según el censo de 2020), influyen en debates sobre temas como el aborto, el matrimonio igualitario y la educación sexual. Las iglesias evangélicas, que han crecido al 11% de la población, también han ganado peso en estos temas, a menudo alineándose con posturas conservadoras.
- Participación indirecta de actores religiosos: Las iglesias no pueden respaldar abiertamente a partidos o candidatos, pero líderes religiosos y feligreses participan en la política a través de asociaciones civiles o discursos que moldean la opinión pública. Por ejemplo, en las elecciones de 2018, el Partido Encuentro Social (PES), de raíces evangélicas, apoyó a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), lo que generó controversia por su mezcla de religión y política.
- AMLO y la religión: Durante su presidencia (2018-2024), AMLO rompió con la tradición de evitar referencias religiosas al promover una «Cartilla Moral» y usar un discurso con tintes espirituales, apelando a valores cristianos para combatir la corrupción y fortalecer el tejido social. Esto generó críticas por diluir la laicidad, aunque también atrajo a sectores religiosos, especialmente evangélicos, que vieron en su proyecto una «revolución espiritual».
- Temas polarizantes: La religión influye en debates legislativos y sociales. Por ejemplo, encuestas de 2021 mostraron que, mientras el 62% de los católicos apoya el matrimonio igualitario, solo el 26% de los evangélicos lo hace, reflejando divisiones que afectan las agendas políticas. Además, 7 de cada 10 mexicanos, según la misma encuesta, rechazan que líderes religiosos influyan en el voto, lo que subraya la defensa popular de la laicidad.
- Pluralismo religioso y desafíos: El aumento de la diversidad religiosa (incluyendo minorías como ortodoxos, musulmanes y personas sin religión, que crecieron al 6.7% en 2020) ha diversificado las demandas sobre el Estado. Las comunidades religiosas buscan mayor presencia en medios y espacios públicos, mientras el gobierno enfrenta el reto de equilibrar estas libertades con la neutralidad estatal.
Sentimientos actuales:
Posts en plataformas como X reflejan un debate vigente. Algunos usuarios defienden la laicidad como esencial para la democracia, criticando cualquier intromisión religiosa en la política, mientras otros ven las críticas a figuras religiosas como una forma de invisibilizar a los creyentes, lo que sugiere una polarización en cómo se percibe esta relación.
En resumen, aunque México mantiene un marco legal laico, la religión sigue siendo un actor relevante en la política, no a través de instituciones formales, sino mediante influencias culturales, discursos morales y la participación de creyentes en la esfera pública. La relación es dinámica, con avances hacia el pluralismo, pero también con tensiones por la defensa de la laicidad frente a posturas conservadoras religiosas.
En las siguientes entregas repasaremos algunos antecedentes históricos para enriquecer el debate en esta materia.
II
Pese a ser un Estado laico, México se ha volcado a las calles para recibir a la cabeza de la Iglesia Católica en varias ocasiones, además de otros episodios como el homenaje al líder de la iglesia de la Luz del Mundo en el Palacio de Bellas Artes a la que acudieron algunos funcionarios públicos.
La relación entre la religión y política traspasa los espacios privados de gobernantes, legisladores y militantes de partidos políticos, mostrando que a veces pesan más las creencias personales que las leyes.
Pero hay otra faceta de este tema, pues tenemos una clase política que muestra sus dotes religiosas –aunque en la práctica no cumplan con los ritos de su fe–, con tal de atraer la atención y, en algunos casos, aprovechar el tema para próximas campañas electorales, en algo que muestra una relación entre religión y política que debe motivar una profunda reflexión al respecto.
En el presente contexto, conviene repasar algunos puntos de esta relación a partir de varios textos partidistas que nos ofrecerán algunas visiones acerca de este asunto, tarea en la que ocuparemos este espacio en las siguientes entregas.
Católicos en México
En 1954, Efraín González Luna –fundador del PAN y su primer candidato presidencial en 1952– escribió el libro Los católicos y la política en México, mediante el cual buscó presentar e interpretar los hechos fundamentales de la condición política de los creyentes en esta fe en el país.
González Luna no sólo fue fundador de Acción Nacional, sino uno de los principales constructores de su doctrina, acuñando el término “humanismo político” para denominarla. Al momento de plantear lo que deberían ser los documentos básicos del nuevo partido, en 1939, González Luna se inspiró en la doctrina social de la Iglesia Católica para elaborar muchos de los planteamientos que siguen en el ideario blanquiazul hasta la fecha.
En el libro comentado, quien fuera también primer candidato azul en busca de la Presidencia de la República, refiere repetidas veces el proceso inhibitorio que el pueblo mexicano venía sufriendo, debido a una serie de normas que en la práctica se convirtieron en sectarias y persecutorias bajo el disfraz de que se mantendrían ajenas a cualquier doctrina religiosa.
Esta crítica la complementa con varias observaciones acerca de cómo el sistema –en referencia clara a lo que significaba el partido oficial y las formas en que retenía el Poder–, mantenía su dominio a través de varias tácticas como por ejemplo el dato de que “sólo la facción en el poder puede, de hecho, asegurar el éxito de las organizaciones sindicales y dispensar los beneficios de la reforma agraria a los campesinos”.
Asimismo, también revisa el papel de la Iglesia Católica en el sistema político mexicano, en palabras que mantienen una sorprendente vigencia: “parece no haberse encontrado la fórmula de traducción a normas concretas y prácticas de los principios que afirman que la Iglesia no es duela ni administradora de los derechos políticos de los ciudadanos constituidos del más valioso patrimonio del pueblo; sino que sólo les toca respetarlos, iluminarlos y orientarlos para su recto ejemplo”.
Efraín González Luna veía en los católicos mexicanos a una fuerza capaz de transformar el destino del país, pues consideraba que “si el pueblo católico no es despertado y orientado para que él mismo, en sus órganos propios y genuinos, bajo una dirección específica y apta, atienda el cumplimiento normal de la función política sin la cual no es posible una sociedad ordenada y libre, no se puede juiciosamente conjeturar el progreso, ni siquiera la subordinación, de aquellas fuerzas”.
Por lo anterior, planteó la necesidad de participar más activamente en política –idea que tenía desde la guerra cristera–, para lograr el cambio que el país necesitaba. “La opción dura en México, pero al mismo tiempo la opción indiscutiblemente obligatoria para los católicos, es el esfuerzo de rehabilitación política de la nación mediante la instauración de un régimen representativo”.
La visión que, en los primeros años de vida del panismo, en particular en la década de los años 40, estaba marcada por un sentimiento de persecución. González Luna expresa bien dicha idea al explicar que “en México, como en todo el mundo occidental, las estructuras espirituales de la sociedad, que necesitan consolidaciones y rectificaciones urgentísimas para que sea posible la instauración de un verdadero orden cristiano, son destructivamente atacadas, con pareja nocividad, por el capitalismo liberal, todavía tenazmente atrincherado en múltiples posiciones, y por la frenética conspiración comunista”.
Como se aprecia, este tipo de visiones marcaron las primeras décadas de actividad del PAN, pero estas ideas se fueron mezclando con otras que dejaban ese concepto de que el enemigo era el capitalismo salvaje y el comunismo, gracias a la llegada de nuevos militantes con otras experiencias de vida, como veremos en la siguiente entrega.
III
Los partidos políticos no son las únicas entidades de interés público que tienen relación con la religión; el caso del PAN –cuyo ideario está fuertemente influido por la doctrina social de la Iglesia Católica– no es exclusivo, pues tuvimos al PDM y al PAS como brazo electoral del sinarquismo y, más recientemente, al PES que apoyó a López Obrador en 2018 y que luego de perder el registro busca regresar con nuevas siglas.
Pero también la relación entre religión y política se presenta entre la institución presidencial y la Iglesia Católica en México, que ha pasado por momentos tensos a lo largo de la historia, como veremos a continuación.
Lo público contra lo religioso
En el siglo XX, luego del movimiento armado que también se conoció como Cristero, los arreglos entre ambos bandos no supusieron el fin de las hostilidades, sino el inicio de una larga batalla que, al parecer, fue ganada por la entidad religiosa gracias a su paciencia y tenacidad. Se trata de un capítulo de la historia nacional hoy ya casi olvidado y que refleja la forma en que el enfrentamiento entre ambos poderes se peleaba en distintos frentes, defendiendo la verdad de cada bando como si fuera la única.
Un episodio poco conocido y menos recordado, tiene que ver con una norma legal que fue objeto de controversia entre el Gobierno Federal y la Iglesia Católica durante las décadas de los años 30 y 40. Se trata de la reforma que sufrió el artículo 3° de la Constitución. El PAN, en sus primeros años de vida, lo tomó como una bandera denunciando que afectaba los derechos de los padres de familia para determinar el tipo de educación que deseaban para sus hijos, en tanto en el bando contrario acusaban una feroz campaña para derribar lo que consideraban un avance para el Estado laico.
A este respecto, cabe reseñar lo señalado en el libro La lucha entre el Poder civil y el clero, escrito a mediados de la década de los 30 por Emilio Portes Gil, quien hasta ese momento había tenido la experiencia de fungir como Presidente provisional en 1929 —bajo cuyo mandato se había acordado el fin del conflicto religioso armado— y Procurador General de la República, cargo en el que recibió del Presidente Abelardo L. Rodríguez una denuncia debido a que “el clero católico ha iniciado una franca campaña de sedición en la que revela claramente sus propósitos de llegar a la rebelión” en protesta por la aprobación de la reformas al artículo 3° de la Constitución.
En el prólogo del libro, en una segunda edición de 1983 por el periódico El Día, Vicente Fuentes Díaz apunta que la denuncia que hizo el mandatario fue por “ciertos actos” del obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zarate, y del arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores. “Se deducía —añade Fuentes Díaz— que tales prelados eran responsables de graves violaciones a las disposiciones legales que rigen la actividad de los ministros de culto religioso y otras de carácter específicamente penal que prevén y sancionan conductas delictivas. Hacía notar el Primer Magistrado no sólo con base en la actitud de los prelados sino del clero católico en general que esta institución observaba una política abiertamente sediciosa que vulneraba el orden legal y lesionaba, concreta- mente, la autoridad del Estado”.
De igual manera, el prologuista añade que tal acto “era la continuación directa, casi podría decirse que orgánica, de la campaña dirigida por las mismas fuerzas en contra de la llamada ‘educación sexual’, proyecto educativo que el secretario de Educación Pública, licenciado Narciso Bassols, había puesto a la consideración de una comisión especial que tenía como misión estudiar las posibilidades de insertarla en los planes pedagógicos del Estado”.
Vicente Fuentes recuerda que “desde el inicio mismo de la guerra religiosa, en 1926, hubo en la vertiente del sector confesional una corriente que se propuso, a troche moche, la deposición violenta del gobierno constitucional. Fue la llamada Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, cuyos líderes, encarnación de la más ruda intransigencia, no veían ni buscaban otra salida que el derrocamiento del régimen por medio de las armas”.
Portes Gil, en sus consideraciones finales del libro, mencionó que “la acción del Poder Público encaminada a limitar, reprimir y disminuir las funciones temporales de la iglesia en México se explica y justifica por razones jurídicas y políticas, que se completan con razones de biología constitucional, de realidad social actual viviente, que permiten penetrar hasta la entrada misma del problema.
“La lucha secular de la Iglesia contra el Estado en México obedece fundamentalmente a contradicciones radicales y profundas de sus respectivas funciones en la existencia social”.
A la luz de lo actual, lejos quedaron las palabras que escribió Portes Gil al señalar que “siempre en la historia de México el mismo esfuerzo del poder civil encaminado a evitar la existencia de la Iglesia como poder temporal, es decir, el Estado impidiendo por razones de realidad social, casi de defensa biológica, la existencia de otro Estado”.
IV
El tema de la relación entre religión y política ha pasado por etapas en las cuales los conflictos han sido el punto de partida de los análisis. Para algunos católicos, lo notable es que en un país con mayoría de población que profesa esta fe, las creencias y la doctrina no influyan en el ámbito público, pese a la abrumadora mayoría que este culto tiene en México. Esta observación sirvió de base para la redacción de un texto que llevó por título El 96.47% de los mexicanos, escrito en 1964 y que sirvió de reflexión acerca de dicha cifra en el contexto de la citada relación. Cabe agregar que con el paso del tiempo dicho porcentaje de católicos se redujo notablemente.
Mayoría silenciosa
Quizá para muchos el título del libro que utilizamos en el presente espacio no signifique algo especial en este tema, como tampoco el autor, Luis Calderón Vega. Pero tanto la obra como el escritor forman parte de las ideas que han animado a un partido que es relacionado con el catolicismo, ya bien porque han tomado elementos de la doctrina social de la Iglesia Católica para dar forma a su ideario, como por estar emparentado con la Democracia Cristiana. Nos referimos al Partido Acción Nacional, el cual ha tratado de alejarse de la imagen antes mencionada a grado tal que, hoy en día, en su seno se discute discretamente si deben seguir ondeando la bandera del humanismo político —con raíces en la doctrina de la Iglesia— o declararse como un instituto liberal.
Conviene conocer algunas de las ideas que han animado el debate acerca de la relación religión-política y a quienes, desde distintas trincheras, han aportado sus visiones y experiencias en este campo.
Luis Calderón Vega no es sólo uno de los fundadores del PAN que aportaron su conocimiento y pluma al aporte y debate de este tipo de temas, sino que también es conocido por ser el historiador del partido, autor de los primeros tomos de La Historia del PAN, serie editorial que ha sido descuidada dejando un hueco que los adversarios del blanquiazul han sabido llenar con versiones de lo que es ahora y que muchos de sus militantes han confirmado con sus acciones. Hay que anotar, adicionalmente, que Calderón Vega es padre de Felipe Calderón Hinojosa, quien fue presidente de la República en el sexenio 2006-2012.
En su faceta como escritor, Calderón Vega creó varias novelas y cuentos que han sido ar- chivados, sin dar al público la oportunidad de conocer sus obras. Fuera de este ámbito, son conocidos sus artículos en la revista La Nación y varios ensayos en los que analizó el fenómeno religioso en el campo de la política. Uno de ellos, Cuba 88, es una revisión de lo que fue la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), la cual se ubicó durante muchos años en la calle de Cuba número 88, en el centro de la Ciudad de México, pero fue otro libro de su autoría, El 96.47% de los mexicanos, en el que repasa la serie de contradicciones de una nación de mayoría católica que no pone en práctica las enseñanzas de dicha fe.
El título del libro deriva de los datos del censo general de población de 1960, fecha en la cual había 34 millones 923 mil 129 habitantes en el país, de los que el 96.47%, es decir 33 millones 692 mil 503 personas, profesaban la religión católica. En ese contexto, el autor señala que “la simple y elemental experiencia personal nos lleva a comprobar la ausencia cristiana o la creciente descristianización de nuestras sociedades fundamentales, de la familia al Estado, de las clases, de la más humilde a la más alta, de sus instituciones jurídicas y políticas, de sus sistemas económico, agrario y comercial, para citar algunos de los más importantes, y de sus expresiones —arte y filosofía, ciencia y técnica, moral pública y privada—”.
Una de sus mayores preocupaciones es acerca del tema educativo, del cual apuntó: “es un problema vital que tipifica la actitud mexicana y, por lo mismo, la de los cristianos mexicanos frente a los demás problemas de la comunidad y, al mismo tiempo, es piedra de toque para juzgar del fanatismo primitivo, de la obsesión jacobina y del estado de subdesarrollo intelectual de los ‘regímenes de la Revolución’. Es, sobre todo, una de las barreras de nuestro desarrollo más difícilmente salvables”.
Para Calderón Vega, en una obra llena de esperanza y, a la vez, con toques de decepción, reconoce que las enseñanzas de la Iglesia no han sido adoptadas por los que se dicen católicos. Es por esto que, en una página de su libro se preguntó: “¿es posible que un cristiano pueda entender lícito pertenecer al PRI o votar por los candidatos del PRI?”
Sin duda, se trata de apuntes que pueden formar parte de la discusión acerca de la utilización de lo religioso en la búsqueda del voto, su relación con la política, así como de las próximas campañas electorales.
Creencia a la baja
La religión católica ha sido históricamente la principal confesión religiosa en México, pero su influencia ha disminuido gradualmente en las últimas décadas. A continuación, se presenta un análisis detallado de los datos disponibles:
Porcentaje de población católica en México
1. Datos actuales (2020):
Según el Censo de Población y Vivienda 2020 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 77.7% de la población mexicana se identificó como católica. Esto representa una disminución significativa en comparación con años anteriores.
2. Datos históricos (1960-2020):
– En 1960, aproximadamente el 96% de la población en México era católico, según estudios sociológicos y encuestas realizadas en esa época.
– Para 2000, este porcentaje había disminuido al 88%, según cifras del INEGI.
– En 2010, el porcentaje bajó aún más al 83.9%.
– Finalmente, en 2020, el porcentaje llegó a 77.7%, lo que indica una tendencia constante de declive.
Disminución desde 1960
– Desde 1960, el porcentaje de católicos en México ha disminuido en aproximadamente 18.3 puntos porcentuales (de 96% a 77.7%).
– Este declive refleja cambios profundos en la sociedad mexicana, incluyendo una mayor diversidad religiosa, el crecimiento de otras denominaciones cristianas (como las evangélicas y protestantes) y un aumento en el número de personas que se declaran no religiosas o ateas.
Factores que explican la disminución
1. Diversificación religiosa:
– El crecimiento de iglesias evangélicas y protestantes ha sido notable. En 2020, estas congregaciones representaban aproximadamente el 11.2% de la población.
2. Secularización:
– Un número creciente de personas en México se declaran no religiosas. En 2020, el 8.1% de la población dijo no pertenecer a ninguna religión, frente a menos del 5% en 2010.
3. Cambios culturales y sociales:
– La urbanización, la globalización y el acceso a nuevas ideas han contribuido a una menor adhesión a la Iglesia Católica.
4. Críticas a la Iglesia Católica:
– Escándalos relacionados con abusos sexuales dentro de la Iglesia, así como críticas a su influencia política y social, también han afectado su credibilidad entre algunos sectores de la población.
Conclusión
En resumen, aunque el catolicismo sigue siendo la religión predominante en México, su influencia ha disminuido significativamente desde 1960. La caída del 96% al 77.7% refleja una transformación cultural y religiosa en el país, marcada por una mayor pluralidad de creencias y un aumento en el secularismo. Esta tendencia parece continuar, lo que podría llevar a una reducción aún mayor en el futuro.
V
La relación entre la religión y la política ha pasado por las ópticas de dos bandos bien definidos. De un lado, quienes buscan que no se limite la participación de religiosos en temas como educación y política, en tanto que la otra parte recuerda los excesos de quienes, al amparo de una creencia, han buscado tener más poder terrenal que espiritual. Pero no son los únicos enfoques para tratar de entender esta dinámica, como veremos a continuación.
Fuera de la coyuntura
Roberto Blancarte, como investigador de temas religiosos, es quizá uno de los mejores analistas acerca de este asunto, alejado de los radicalismos de las posiciones que comentamos al inicio de esta columna. En su libro, El Poder, salinismo e Iglesia Católica, explica que este fenómeno no ha contado con analistas que revisen los acontecimientos fuera de la coyuntura o con un aparato explicativo que “vaya más allá de la condena ideológica, que permita una correcta apreciación de las acciones eclesiales, que comprenda las pautas de comportamiento de los fieles y de sus dirigentes, que aporte algunos elementos que permitan por lo menos un cierto grado de predicción respecto al futuro de la institución, así como de su actitud ante el Estado”.
Blancarte explica que buena parte de las investigaciones caen “en la explicación personalista, donde las características especiales de los individuos (Juan Pablo II, Corripio, etcétera) permiten entender la orientación global de la institución eclesial. Se enfatizan los aparentes cambios y se supone que éstos no tienen un origen en posiciones añejas. Todo es nuevo. Lo único que permanece —para estos investigadores— es el antiguo deseo eclesial por recuperar privilegios perdidos”, pero que “en el análisis de las instituciones y particularmente en el de la Iglesia Católica es muy importante rebasar los estudios coyunturales, los cuales, si bien pueden ayudar a explicarnos ciertas posiciones de algunos de los grupos que la integran, requieren asimismo de una visión de larga duración”.
Así, y con relación al tema que abordamos en esta ocasión, Roberto Blancarte agrega: “el enfoque de la interacción continua iglesia-sociedad es por lo tanto indispensable para comprender las relaciones Iglesia-Estado, las cuales son una parte, a veces menor, de las motivaciones religiosas y del origen de las actitudes de las Iglesias con el mundo externo”.
Ya en el ámbito nacional, el autor recuerda que “había dos terrenos donde la Iglesia Católica chocaría con el Estado, los cuales siguen siendo los mismos temas de enfrentamiento que vemos en la actualidad: la cuestión social y educativa” acerca de lo cual agregaría que “el régimen de la Revolución Mexicana trabaja de consolidarse tanto ideológica como socialmente y veía a la Iglesia católica, con justa razón, como uno de sus principales adversarios en estos terrenos”.
Con el paso del tiempo, recuerda Blancarte, se dio lo que él llama un acomodo entre ambos bandos. “Es claro que la existencia de un acomodo circunstancial, pragmático y hasta duradero, no implica necesariamente la desaparición del conflicto ni mucho menos de las causas que están en su origen. La jerarquía católica llegó a un acomodo con el gobierno cardenista y posteriormente con los gobiernos que le sucedieron, a pesar de no compartir ninguno de sus postulados básicos y a pesar más bien de estar en contra de ellos”.
Tras el reconocimiento jurídico a las iglesias en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el investigador planteó que esto no dio por terminado el conflicto añejo, sino que sólo hizo que se pospusiera, “es más probable que un reconocimiento jurídico contribuya a mediano plazo a la intensificación de los conflictos entre ambas instituciones”.
Lo anterior, en virtud de que “la doctrina social católica no puede transigir con el Estado mexicano, porque este ha edificado su régimen sobre principios emanados del liberalismo, es decir, la soberanía popular, el individualismo, el laicismo y todas sus consecuencias”.
Así, una de las conclusiones de Blancarte es que “salvo que el catolicismo pase a ser religión nacional o que presenciemos la constitución de un Estado confesional, la Iglesia Católica y el Estado en México podrán llegar a un acomodo definitivo, a un nuevo modus vivendi, pero difícilmente a la conciliación definitiva”.
Desde hace años –con las visitas del Papa o la creación de partidos con fuerte vinculación religiosa– se presentó una oportunidad para que este tipo de enfoques volviera a la agenda de discusión nacional y no se quedara todo en una simple anécdota para que nuestros políticos aprovecharan las creencias de la población para tomarse una foto con los electores o utilizaran algún símbolo religioso para su proselitismo, por lo que la discusión a fondo sobre este tema se aplazó siguiendo ese dicho popular que indica que mejor hay patear el bote pa delante.
Pese a ser un Estado laico, México se ha volcado a las calles para recibir a la cabeza de la Iglesia Católica en varias ocasiones, además de otros episodios como el homenaje al líder de la iglesia de la Luz del Mundo en el Palacio de Bellas Artes a la que acudieron algunos funcionarios públicos.
La relación entre la religión y política traspasa los espacios privados de gobernantes, legisladores y militantes de partidos políticos, mostrando que a veces pesan más las creencias personales que las leyes.
Pero hay otra faceta de este tema, pues tenemos una clase política que muestra sus dotes religiosas –aunque en la práctica no cumplan con los ritos de su fe–, con tal de atraer la atención y, en algunos casos, aprovechar el tema para próximas campañas electorales, en algo que muestra una relación entre religión y política que debe motivar una profunda reflexión al respecto.
En el presente contexto, conviene repasar algunos puntos de esta relación a partir de varios textos partidistas que nos ofrecerán algunas visiones acerca de este asunto, tarea en la que ocuparemos este espacio en las siguientes entregas.
Católicos en México
En 1954, Efraín González Luna –fundador del PAN y su primer candidato presidencial en 1952– escribió el libro Los católicos y la política en México, mediante el cual buscó presentar e interpretar los hechos fundamentales de la condición política de los creyentes en esta fe en el país.
González Luna no sólo fue fundador de Acción Nacional, sino uno de los principales constructores de su doctrina, acuñando el término “humanismo político” para denominarla. Al momento de plantear lo que deberían ser los documentos básicos del nuevo partido, en 1939, González Luna se inspiró en la doctrina social de la Iglesia Católica para elaborar muchos de los planteamientos que siguen en el ideario blanquiazul hasta la fecha.
En el libro comentado, quien fuera también primer candidato azul en busca de la Presidencia de la República, refiere repetidas veces el proceso inhibitorio que el pueblo mexicano venía sufriendo, debido a una serie de normas que en la práctica se convirtieron en sectarias y persecutorias bajo el disfraz de que se mantendrían ajenas a cualquier doctrina religiosa.
Esta crítica la complementa con varias observaciones acerca de cómo el sistema –en referencia clara a lo que significaba el partido oficial y las formas en que retenía el Poder–, mantenía su dominio a través de varias tácticas como por ejemplo el dato de que “sólo la facción en el poder puede, de hecho, asegurar el éxito de las organizaciones sindicales y dispensar los beneficios de la reforma agraria a los campesinos”.
Asimismo, también revisa el papel de la Iglesia Católica en el sistema político mexicano, en palabras que mantienen una sorprendente vigencia: “parece no haberse encontrado la fórmula de traducción a normas concretas y prácticas de los principios que afirman que la Iglesia no es duela ni administradora de los derechos políticos de los ciudadanos constituidos del más valioso patrimonio del pueblo; sino que sólo les toca respetarlos, iluminarlos y orientarlos para su recto ejemplo”.
Efraín González Luna veía en los católicos mexicanos a una fuerza capaz de transformar el destino del país, pues consideraba que “si el pueblo católico no es despertado y orientado para que él mismo, en sus órganos propios y genuinos, bajo una dirección específica y apta, atienda el cumplimiento normal de la función política sin la cual no es posible una sociedad ordenada y libre, no se puede juiciosamente conjeturar el progreso, ni siquiera la subordinación, de aquellas fuerzas”.
Por lo anterior, planteó la necesidad de participar más activamente en política –idea que tenía desde la guerra cristera–, para lograr el cambio que el país necesitaba. “La opción dura en México, pero al mismo tiempo la opción indiscutiblemente obligatoria para los católicos, es el esfuerzo de rehabilitación política de la nación mediante la instauración de un régimen representativo”.
La visión que, en los primeros años de vida del panismo, en particular en la década de los años 40, estaba marcada por un sentimiento de persecución. González Luna expresa bien dicha idea al explicar que “en México, como en todo el mundo occidental, las estructuras espirituales de la sociedad, que necesitan consolidaciones y rectificaciones urgentísimas para que sea posible la instauración de un verdadero orden cristiano, son destructivamente atacadas, con pareja nocividad, por el capitalismo liberal, todavía tenazmente atrincherado en múltiples posiciones, y por la frenética conspiración comunista”.
Como se aprecia, este tipo de visiones marcaron las primeras décadas de actividad del PAN, pero estas ideas se fueron mezclando con otras que dejaban ese concepto de que el enemigo era el capitalismo salvaje y el comunismo, gracias a la llegada de nuevos militantes con otras experiencias de vida, como veremos en la siguiente entrega.




