Mi espíritu laico rechaza la promiscuidad entre religión y gobierno. Desconfío de la gente que a cada cinco palabras dice una que tiene que ver con Jehová, la virgencita o “Jesusito”. Desconfío de los que se andan somatando el pecho o dándose baños de pureza. La gente más buena que conozco no anda presumiendo de su espiritualidad. Muchos son ateos que hacen bien sin anunciarlo, ayudan al prójimo sin que su mano derecha se entere de lo que hizo la izquierda (no sea que la acuse de comunista).
Por eso les confieso que me da escalofríos el tono religioso que brota a chorros del señor Moraleja. Con lo que ha costado avanzar en que se reconozcan los derechos humanos más elementales para que ahora retrocedamos al Viejo Testamento. Si algún avance ha existido en Guatemala desde la colonia es el divorcio entre Estado e Iglesia. Un divorcio de papel ya que hasta hoy nunca hemos tenido un presidente ateo confeso, ni siquiera en la “primavera democrática”. La mayoría de los funcionarios públicos vomitan bendiciones a diario, se hincan y siguen la agenda de pastores y sacerdotes del país. Hasta Álvaro Colom presumía de ser <i>Ajq’ijab’</i> y metía ceremonias mayas exprés en cada acto protocolario que hacía.
Lastimosamente nada de esa mística religiosa se ha traducido en un buen gobierno, honesto, solidario o al menos que profesara los valores cristianos del amor al prójimo y la humildad. Al contrario entre más se las llevan de ungidos más mierdas son en realidad.
No estoy en contra de las religiones, cada quién tiene derecho a creer en quién quiera pero me parece muy sabio el consejo que Susana Brichaux da la nueva alcaldesa de Antigua Guatemala, Susana Asencio. Le dice: ‘“que nunca olvide que estamos en un estado laico, entonces su fe, (que la vive exponiendo) la maneje como el sexo”’.
Esto quiere decir que así como no me interesa saber si al diputado X o al ministro W le gustan los hombres o las mujeres o hacer el amor por detrás o por delante, tampoco me interesa saber si creen en Maximón, Quetzalcóatl, Buda, Krishna o Mahoma. Esas son intimidades que nada tienen que ver con el desempeño laboral.
En Guatemala aún falta mucho por hacer para que todos entendamos las ventajas de vivir en un país laico, en un secularismo de Estado en que las instituciones gubernamentales sean neutrales y sin preferencias religiosas. Es una madurez mental que nos urge fomentar. Ponerle más atención al pensamiento intelectual para eliminar el fanatismo religioso.
Uno de los grandes problemas de mezclar la religión con las leyes es que da lugar a confusiones. Ahí está el presidente del organismo Legislativo, Mario Taracena, o la ¿ex? ministra de Comunicaciones, Sherry Ordóñez, diciendo que todos somos pecadores o que no es ningún pecado dejar de pagar impuestos. ¡Confunden delito con pecado! Y en ese río revuelto, querrán que se les perdonen sus delitos y mafiosadas a cambio de un Ave María o un diezmo jugoso. No se vale.