Una producción de HBO se estrenó el pasado viernes en algunas salas de la Ciudad de México. Se trata del documental Mea maxima culpa: Silence in the house of God. Mi gran culpa: Silencio en la casa de Dios (Estados Unidos 2013).
Escrita y dirigida por el documentalista Alex Gibney hace una exploración de diversos casos de pederastia sacerdotal tomando como base decenas de víctimas en Milwaukee en los años 60. El lamentable fenómeno ha sido parte de las prácticas de algunos sacerdotes desde que la Iglesia católica existe y hay que reconocer que está presente en otros credos religiosos.
Gibney es un realizador experimentado en el campo del cine documental y en 2008 ganó el Oscar al Mejor Documental con Taxi to the Dark Side (Taxi al lado oscuro), “donde extrae de las tinieblas y lleva a la luz pública los casos de torturas que se han producido en las cárceles de Guantánamo, Irak y Afganistán creadas por EU”.
En Mea maxima culpa Gibney analiza a fondo diferentes casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes partiendo en Milwaukee, que parece ser que fue el primer lugar donde en los años 60 se revelaron por primera vez a la luz pública las acciones perversas de un carismático sacerdote de apellido Murphy, el titular de un internado para niños sordomudos, que abusó recurrentemente de decenas de pequeños aprovechando su incapacidad para comunicar lo que les estaba pensando. La perversidad del sujeto llegaba a tales niveles que seleccionaba entre los niños con esa discapacidad a aquellos cuyos padres no dominaban el lenguaje de señas, y por lo tanto los hijos no podían comunicar lo que él les hacía.
Lo peor era que cuando algunos alcanzaban a expresar los abusos nadie les creía, pues en los 60 había cierta idea de que su discapacidad los llevaba también a sufrir de cierto retraso mental.
Viajando entre el pasado el presente, con material de archivo y valiéndose del falso documental para recrear los momentos en que Murphy iniciaba sus acercamientos, también se ubica en el presente y presenta los testimonios de algunas de las víctimas, hoy adultos, que han sobrevivido llevando sobre sus hombros la carga del daño irremediable que Murphy hizo a sus vidas. Hablando con lenguaje de señas son “doblados” por actores como Ethan Hawke o Chris Cooper, que prestan sus voces para poner en palabras sus relatos.
A pesar de lo doloroso y malvado que las denuncias implican, Gibney, quien se encarga además de la narración tiene buen cuidado de no ser demasiado gráfico y, salvo una secuencia recreada —en mi opinión prescindible pues además asume cómo pasaron las cosas sin saberlo con certeza—, trata de no caer en el sensacionalismo, siendo profundamente respetuoso de la dignidad de cada uno de estas víctimas.
Gibney va revelando todas las artimañas y complicidades de clérigos de mayor jerarquía que buscaban la manera de encubrir a toda costa las acciones de los pederastas. Proporciona datos impactantes: sólo 50% de los sacerdotes en Estados Unidos practica el celibato; el otro 50 establece relaciones homosexuales y heterosexuales y una buena parte, asignados a parroquias, escuelas e internados católicos en toda la Unión Americana ejerce la pederastia. Hay otros planteamientos sustentados por ex sacerdotes que decepcionados han abandonado el ministerio para dedicarse a denunciar las redes y relaciones entre arquidiócesis en diferentes partes del mundo y las más altas esferas en el Vaticano. Estos hombres argumentan que es la propia Iglesia la que protege, encubre y peor aún, produce a los sacerdotes pederastas. Critica la falta de respuesta en personajes como Ratzinger y sostiene que es imposible que en su cargo en la Congregación para la Doctrina de la Fe no tuviera conocimiento de los abusos.
Desde luego Marcial Maciel y su escandalosa vida ocupan una parte importante de las investigaciones plasmadas en la pantalla por Alex Gibney en un documental contundente, honesto, recomendable, pero para el que hay que tener bien preparado el estómago.