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“Me gustaría pedir perdón a todas las mujeres a las que he mutilado”

Entre 100 y 140 millones de niñas son sometidas a la ablación del clítoris La práctica tiene consecuencias físicas y psicológicas que duran toda la vida

La habitación, pequeña, está a oscuras. Apenas llega un haz de luz. En ella se adentra una niña, de entre ocho y 14 años, y una mujer a la que no conoce pero que intuye que le hará daño. Dentro impera el miedo. Fuera aguarda toda la familia, en un ambiente festivo. En el cuarto, la mujer, una circuncidadora, procede a tientas, con una cuchilla u otro objeto puntiagudo y afilado, a mutilar los genitales de la pequeña. Casi a ciegas, con la única ayuda de sus dedos, hace la resección parcial o total del clítoris y de los labios menores y, normalmente, también de los labios mayores. En el interior, la niña grita y llora. Se derrama la sangre. En el exterior, los familiares ríen y celebran. Se derrama la cerveza.

El ritual de la ablación del clítoris dura unos 15 minutos, pero sus consecuencias persisten toda la vida. Durante mucho tiempo, la mujer que ha entrado en esos cuartos ha sido Kisieku Narankai, una masai que vive en Narok, Kenia, donde la prevalencia de la mutilación genital femenina es del 70%. "Empecé a hacer la ablación del clítoris hace 15 años, por dinero y por el prestigio social del que gozan las circuncidadoras en mi comunidad. Durante nueve años me dediqué solo a hacer esto. Era mi fuente de ingresos", cuenta en una entrevista con EL MUNDO.

Ahora, a sus 56 años, es consciente de que se trata de una tradición "muy perjudicial para las mujeres" e intenta cambiar de vida. Pero no puede olvidar que "he mutilado a más de 50 niñas y que algunas de ellas casi pierden la vida".

Kisieku Narankai aprendió la técnica viendo a su madre, que se dedicaba a ello. En Narok, la práctica más extendida es la escisión, que consiste en la resección parcial o total del clítoris y de los labios menores, con o sin recorte de los labios mayores. En otros lugares de África y de Asia meridional y oriental es más común la clitoridectomía, que es la resección parcial o total del clítoris, sin tocar los labios. Existe una tercera forma, la infibulación, considerada la más cruel. Se trata del estrechamiento de la abertura vaginal (coserla) para crear un sello mediante el corte y la recolocación de los labios menores o mayores. Alrededor de 26 millones de mujeres han sufrido esta última práctica, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

"Claro que me arrepiento de lo que hice. A veces siento la necesidad de ir a buscar a las mujeres a las que mutilé para pedirles perdón", admite Narankai, que no se puede quitar de la cabeza a la primera chica que circuncidó. "Sangró hasta casi morir. Tuvo que ser llevada al hospital. Gracias a Dios que sobrevivió. Fue una experiencia horrible".

Cambio de mentalidad

Narankai sabía de antemano que el rito es doloroso, porque ella también lo sufrió. "Las niñas pueden gritar mucho durante el proceso o bien quedarse tan traumatizadas que hasta pierden el habla. Recuerdo mi circuncisión. Fue muy dolorosa, pero traté de aguantar para parecer valiente y evitarle la vergüenza a mi familia. Forma parte de nuestra cultura", explica.

Cambió su mentalidad después de asistir a varios seminarios organizados por la ONG Tasaru Ntomonok (que significa rescate de la mujer en la lengua autóctona maa) y por Agnes Pareyio, elegida como mujer del año por Naciones Unidas por su esfuerzo por erradicar la mutilación genital femenina. Gracias a su labor, Kisieku ya es una ex mutiladora y ha emprendido un pequeño negocio junto a otras mujeres que han dejado la circuncisión.

"Mi familia considera una pérdida que haya dejado de practicar la ablación, porque era nuestra principal fuente de ingresos. Pero yo sueño con una comunidad en la que en un futuro ya no haya circuncidadoras", reconoce.

La iniciación a la edad adulta

Según la OMS, entre 100 y 140 millones de niñas y mujeres han sido sometidas a la ablación del clítoris. Un ritual que suele realizarse entre los cuatro y los 14 años, aunque en algunos países se ha detectado casos de niñas menores de un año que han sido mutiladas. De hecho, como explica Agnes Pareyio a EL MUNDO, "entre los masais el rito se hace en la adolescencia, pero muchas familias, conscientes de que cada vez hay más esfuerzos por erradicar esta práctica, están adelantando la edad a la que mutilan a sus hijas. A los siete u ocho años ya se las circuncida".

Agnes es una activista social de origen masai que visita las escuelas de su comunidad con una vagina de madera y unos gráficos para concienciar a los estudiantes, varones y mujeres, de las graves secuelas físicas y psicológicas que deja la mutilación genital femenina. Entre ellas, "mucho dolor, sangrado excesivo, heridas sépticas, dificultades para tener hijos, disminución del placer sexual y trauma psicológico".

El rito de la ablación del clítoris es el que marca la entrada de las niñas en la edad adulta y las convierte en mujeres casaderas. También se hace porque disminuye el deseo sexual y así es más fácil mantener la virginidad antes del matrimonio. E incluso en algunas sociedades se practica por higiene, al considerar que los genitales externos de la mujer son poco limpios.

Agnes lucha por "erradicar completamente esta práctica y proporcionar a las niñas educación para que puedan tomar sus propias decisiones". Ha establecido un centro de rescate -una casa a la que acuden las menores que saben que van a ser mutiladas y no quieren- y, con la ayuda de la ONG española Mundo Cooperante, también ha creado una escuela primaria.

"Me circuncidaron cuando yo tenía 14 años. Intenté oponerme, pero me lo hicieron igual, en contra de mis deseos. Es uno de los momentos más horribles que recuerdo. Casi me desangro", señala Pareyio, que ha sido amenazada muchas veces por su lucha en contra de la ablación.

La ONG Mundo Cooperante colabora con esta causa con la iniciativa Pulseras Masai contra la Mutilación Genital Femenina, que están hechas a mano de forma artesanal por mujeres masai en situación de vulnerabilidad social en Kenia y Tanzania. "Aunque cada pulsera es diferente y única, todas incluyen un símbolo que representa la lucha contra la Mutilación Genital Femenina. Es una X que simboliza a la mujer, encerrada en un rombo, ya que no es libre, sino que ve como sus derechos están amenazados por la cuchilla de la mutilación", explican.

Muchas de las mujeres que hacen las pulseras han practicado la ablación del clítoris como modo de vida y quieren abandonarlo definitivamente.

Las pulseras cuestan cinco euros y el objetivo que se pretende con ellas es triple, según cuentan desde Mundo Cooperante. "Primero, generar una alternativa real de ingresos para estas mujeres y jóvenes masai con la que pueden salir de la pobreza y adquirir independencia económica. Segundo, reinventir los recursos que genera la campaña a través de la comercialización en otros proyectos para la erradicación de la mutilación en Kenia y Tanzania y, por último, convertir esta pulsera en un símbolo de la lucha contra la mutilación genital femenina en España y otros países de nuestro entorno".

"Lo que más cuesta es convencerlas de que mutilar va en contra de su pueblo y que rompan con la tradición. La población masai y, sobre todo, las madres que deciden realizar esta práctica a sus hijas quieren lo mejor para ellas y consideran que es mucho mayor el sufrimiento de ser desterradas de sus aldeas y separadas de sus familias, que el simple hecho del corte. Ellas no son conscientes de que si una niña, años después de ser mutilada, muere desangrada en un parto, es consecuencia de la mutilación", explican los miembros de esta ONG.

ablación mujer masai circuncidadora

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