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Masturbarse en Extremadura, masturbarse en España

Algunas voces autodenominadas cristinas han mostrado, estos días, su escándalo y preocupación por un tema que consideran de calado mundial: la masturbación en Extremadura.

En ese sentido, la caverna se ha centrado en la masturbación. Aquí me veo en la obligación de reproducir lo que enseñaron sobre la masturbación, y enseñarían, si recuperaran el poder: “Quien tiene la desgracia de verse esclavizado de la mala costumbre del vicio solitario debe poner el mayor esfuerzo en corregirse cuanto antes”.

Continúa la “enseñanza” católica: “Este vicio encadena fuertemente, cada vez es más difícil desligarse de él, y cuando tiene esclavizado a un hombre lo envilece, lo embrutece, agota su organismo, anula su voluntad, destroza su carácter, perturba el desarrollo de la personalidad, debilita la fe, produce desequilibrio nervioso, hace egoístas e incapacita para amar a otra persona, y puede conducir a la locura”.

Y no acaban las “enseñanzas”: “Obsesionados por este vicio, acaban perdiendo sus más nobles aspiraciones, y el brillante porvenir que esperaban conquistar con noble lucha, ya no les importa” (“Para salvarte. Compendio de las verdades fundamentales de la religión católica”) El libro, todavía reeditado, superó el millón de ejemplares de venta y goza del “Nihil obstat” e “Imprimatur” del Vicario General del Obispado.

Por su parte, en la cadena COPE, Juan Manuel de Prada se refería así al seminario de información sexual de la Junta de Extremadura: “Cuando las escuelas se convierte en corruptorios oficiales donde se exhorta a una festiva promiscuidad… es normal que nuestros hijos acaben siendo bestias babeantes de flujos…”. No estaría de más recordar al inefable Prada que, salvo las contadas excepciones in vitro, todos—incluido él—hemos venido al mundo merced a “babeantes flujos”.

De cualquier modo, al ciudadano le toca elegir entre una información sexual libre y sana, centrada en el afecto, el respeto, la prevención de embarazos no deseados y el respeto a la mujer o el lóbrego modelo tridentino podrido de psicosis, temor y engaño. Por mi parte, desde luego, lo tengo muy claro.

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