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El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, acaba de presentar el libro de La Gran Logia de Canarias. Cien años de masonería en las Islas, en el Parlamento Canario, un volumen colectivo que ha reunido un nutrido elenco de autores que tratan sobre la masonería en Canarias, sobre la propia Gran Logia y acerca de la represión franquista.
De la intervención del ministro ha llamado la atención, además de señalar cómo la masonería fue “sepultada y aniquilada” y, por supuesto estigmatizada, que parecía necesario que se le diese el lugar que le correspondía, como escuela de ciudadanía y por su empeño en mejorar la sociedad, dando a conocer su existencia en los centros educativos.
Así pues, ¿cómo podría hacerse esto? Es evidente que no se trataría de enseñar en sí los métodos masónicos, es decir, no podría realizarse ningún trabajo de proselitismo, como no se debe hacer con ninguna cuestión en educación, y porque, además, es algo que los masones no pueden ni deben hacer, por mucho que se haya demonizado a los mismos con teorías conspirativas desde el siglo XVIII y más acusadamente desde el XIX y el XX, siendo nuestro país, tristemente paradigmático en la generación de bulos, basados en una combinación de desconocimiento y de interés evidente desde los sectores más integristas de la Iglesia y más extremistas de la derecha, sin olvidar cierto desinterés, cuando no hostilidad también desde los ámbitos de algunas izquierdas.
No, la masonería debería entrar en la escuela, dejar de ser invisible en el currículo escolar, a través de las áreas de conocimiento de la Historia porque fue una institución que existió y de gran importancia en todo el ámbito occidental, especialmente, y en la propia España. Parece inconcebible que no exista cuando se trabaja la Historia del mundo contemporáneo en Primero de Bachillerato, ni en la Historia de España de Segundo. Y ese conocimiento debe partir de la superación de los prejuicios, desde la serenidad y, por supuesto, sin panegíricos tampoco, es decir, sin mitificaciones. Y no debe dejar de aparecer en relación con la represión sufrida, seguramente una de las más intensas padecidas en el pasado siglo en Europa, como debe ser estudiada la represión general, algo que, por otro lado, parece que se evita o se trata de “puntillas”.
En una sociedad plural, a pesar de los asaltos que padecemos de los intolerantes, la masonería tiene su espacio, sin exageraciones, y por descontado, sin tergiversaciones
Parece sencillo, no tiene más que hacerse, de incluirse, a pesar de que, lamentablemente, todavía hay algunos sectores políticos y mediáticos que parecen sacados de épocas pretéritas, de esa caverna que se resiste a cerrarse o que se renueva periódicamente.
La masonería, estimados lectores, existió, tuvo su importancia en la cultura, la educación, el entendimiento social y político, el pensamiento, el feminismo, las libertades, etc,, y en relación con otras organizaciones, sectores de opinión, ideológicos o sociales, pero, por supuesto, no como se contó con extrema manipulación desde los que siempre quisieron imponer una forma de moral para todos. En una sociedad plural, a pesar de los asaltos que padecemos de los intolerantes, la masonería tiene su espacio, sin exageraciones, y por descontado, sin tergiversaciones. Es hora de que, además del trabajo historiográfico y en los medios, donde desde hace unos años se realiza un gran esfuerzo de investigación, conocimiento y divulgación, los futuros ciudadanos sepan, a través de su formación, que existió en el pasado y que existe en el presente una organización, denominada masonería, con sus grandezas, claro está, y también con sus miserias, como toda obra humana.