El 6 de febrero se celebra el Día Internacional de Tolerancia Cero contra la Mutilación Genital Femenina (MGF), acordado en 2012 por Naciones Unidas. No vamos a negar que ha tardado su tiempo, aunque partamos de la referencia de la I Conferencia Mundial de la Mujer (1975) o la Declaración para la eliminación de la Violencia contra la Mujer (1997).
Nunca es tarde si las políticas son buenas porque la extensión y aceptación de este atentado contra la dignidad y la libertad de las mujeres y de las niñas, que se ha vendido como tradición, la sitúa como una lacra que afecta hoy a entre 125 y 130 millones de mujeres y de niñas, y 30 millones están en riesgo de ser mutiladas en la próxima década, según la Fundación Wassu UAB. 8.427 cada día; 351 cada hora; entre 5 y 6 cada minuto.
No es éste el espacio para relatar qué es una MGF (ver vídeo, abajo). Hay páginas y páginas en las que poder ver la tipología, las características, los pasos. Pero es necesario señalar que, aunque se haya vinculado al Islam, la MGF no es un precepto del Corán. No es una costumbre de los países musulmanes como Arabia Saudí, Irán, Afganistán, por señalar algunos. En realidad es una aberrante práctica ancestral de iniciación de las niñas al mundo de las adultas que se inicia en el Egipto preislámico y copto. A través de la diáspora, las tribus que tenían este método de “fidelidad forzada” de las mujeres van estableciéndola como norma extendiéndose, según Naciones Unidas, a 29 países de África y de Oriente Medio, algunos países de Asia y América Latina (en colectivos indígenas). Además, persiste también en las poblaciones emigrantes que viven en Europa Occidental, en América del Norte, Australia y Nueva Zelanda. Es decir, una terrible práctica universal.
La MGF provoca infecciones, hemorragias, septicemia… que pueden llevar a una muerte a corto plazo, y una larga serie de consecuencias a largo plazo: esterilidad, hepatitis, sida, alteraciones ginecológicas y urinarias, anulación del placer, angustia-miedo, estrés postraumático. Algunas de estas consecuencias son cruciales a la hora de un futuro parto, por la modificación del canal del parto y otras consecuencias que pueden ocasionar la muerte del feto y/o de la mujer. Unos datos nos pueden ayudar a ver esta consecuencia de la MGF: Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 500.000 mujeres mueren cada día por complicaciones del embarazo: 1.370 cada día, 57 cada hora. El porcentaje en África supera el 50%, con una fertilidad de 4-6 partos por mujer. En Níger, muere una madre cada 7 partos. En España, una cada 17.400. En Suecia, una cada 29.000, según la ONG Save the Children.
España no es África, aunque estemos cerca, pero tengamos en cuenta que aproximadamente 22.000 niñas, hijas de familias procedentes de países donde se realiza la MGF, corren el riesgo de ser mutiladas, sobre todo, en los viajes que realizan con sus padres a los países de origen. Por eso nos hemos dotado de herramientas para la prevención y disuasión, porque la ley recoge penas de cárcel para quienes realicen o propicien lesiones que menoscaben la integridad corporal (artículos 147 -150 del Código Penal). La herramienta más importante, la que reconocía que la MGF es una vulneración de los Derechos Humanos, era la Ley Orgánica 3/2005 para perseguir extraterritorialmente la práctica de la MGF, que fue anulada hace un año, cuando Mariano Rajoy agachó la cabeza y eliminó toda posibilidad de Justicia Universal.
Con la entrada en vigor del Convenio de Estambul sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica, que incluye la MGF en su artículo 38, tenemos una capacidad mucho mayor, si se lleva a efecto, de legislar y también de articular una serie de medidas educativas, sociales, de protección y tutela para proteger la integridad de las menores que estén en riesgo de ser mutiladas.
Sin duda, la MGF sigue siendo, en nuestro país, una desconocida. No es vista como un violencia que afecta a las niñas que van al colegio y juegan con nuestras hijas e hijos; a las adolescentes que mañana serán mujeres; a las mujeres que pudieran ser nuestras amigas, novias o compañeras, pero que no lo serán nunca, porque la MGF les ha dejado una lesión física y psicológica tan difícil de curar, una dolorosa vergüenza que les impide ser, estar y relacionarse. Una violencia que, cuando no mata, deja estigmas de por vida.