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Martínez-Almeida instalará una escultura de la Legión de seis metros en la Plaza de Oriente

Hace unos días la Plataforma Millán Astray presentó un recurso contra la retirada en Melilla de la efigie que recordaba a Franco como comandante de la Legión antes de que cometiera el golpe de Estado contra la Segunda República. Colocada en 1978 en la vía pública, era la última estatua que homenajeaba al dictador y fue retirada, en cumplimiento con la Ley de Memoria Histórica, a finales de febrero.

El escultor y comandante Enrique Novo Álvarez retrató al caudillo como representante de las fuerzas de choque que defendieron Melilla, en 1925, del ataque del Ejército de Abd el Krim, pero tampoco se logró la salvación de la alabanza broncínea a quien destruyó la democracia. Si nada cambia, a la vuelta del verano el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, inaugurará una escultura en homenaje al centenario de la Legión, que colocará en la Plaza de Oriente, el lugar de reunión favorito de los franquistas que aplauden a aquella España que negó la libertad.

La escultura es un regalo de la Fundación Museo del Ejército al Ayuntamiento, que propuso este emplazamiento. En estos momentos los técnicos del Consistorio estudian si la plaza soportará el peso del pedestal de piedra y la figura de bronce que ha sido fundida hace unas semanas, gracias a una campaña de crowdfunding que ha recaudado hasta el momento cerca de 50.000 euros a partir de casi 700 aportaciones, según informan desde la fundación. El presupuesto que manejaba este organismo para llevar a buen puerto el boceto del pintor Augusto Ferrer-Dalmau y la imagen del escultor Salvador Amaya era de 73.000 euros.

Salvador Amaya cree que, a pesar de lo que ha pasado con el Franco legionario de Melilla, la escultura que van a colocar en el centro de Madrid para reivindicar el cuerpo fundado por Millán Astray en 1921, no puede ser depurada por la Ley de Memoria Histórica. «La Legión es un cuerpo militar más dentro de nuestra Fuerzas Armadas, y su monumento no contiene ningún elemento que contravenga la ley de Memoria Histórica. Asociarlo con la Ley de Memoria Histórica sería algo totalmente arbitrario. Respecto al monumento de Melilla, al tratarse de la figura de Franco, aunque hiciera alusión a una etapa anterior a la dictadura, rozaba la Ley y se han agarrado a cualquier resquicio», indica el escultor a elDiario.es. 

El artista defiende la creación de esta pieza porque han recreado a un soldado de la Legión, de casi tres metros (más otros tantos del pedestal de piedra) que no tiene nada que ver con los que actuaron en la Guerra Civil. Es un soldado de 1921, explica. Historiadores como José Álvarez Junco aclaraban hace unos días a este periódico que la Legión española se creó en imitación de la Legión Extranjera francesa y que «introdujo un grado de violencia en la forma de hacer la guerra» que fue «una de las causas por las que la contienda fue tan sangrienta».

El escultor cree que las esculturas historicistas serían capaces de contentar a toda la ciudadanía «si se ‘vendieran’ como lo que son: una riqueza patrimonial, cultural e histórica. Lamentablemente, se están utilizando como arma arrojadiza», añade. Sin embargo, la calle es mucho más sensible y reactiva a este tipo de monumentos que en las salas de un museo, donde se contextualiza la pieza. La figura está expuesta a los cambios sociales y políticos que rechazan su presencia. En este caso ha sido apoyada por casi 700 personas. ¿Serán suficientes? «Hasta hace unos años existía cierta seguridad sobre el monumento público. Ahora percibo una gran inseguridad por la constante crítica ideológica a la que se ve sometido el monumento público. Hasta hace unos años, la única crítica a la que podías enfrentarte era a nivel de cuestiones técnicas, compositivas y de habilidad, pero todo eso ha pasado a un segundo nivel y el componente ideológico ha asumido todo el protagonismo», dice Amaya. 

Tiene un recuerdo agrio con el Ayuntamiento madrileño durante la etapa de Manuela Carmena (Ahora Madrid), que no quiso ceder un espacio para instalar el monumento a los héroes de Baler, también promovido por la Fundación Museo del Ejército: «Consideraban que era un homenaje a un ejército colonial. Después de todo el esfuerzo, de todas las noches sin dormir, pensando una postura que diera a la obra el dinamismo que quería imprimirle, de arriesgarme con una composición helicoidal, para el Ayuntamiento, que no había puesto un duro, todo se reducía a una valoración ideológica, y además totalmente sesgada», indica Amaya acerca de la estatua dedicada a los ‘últimos de Filipinas’, que se colocó finalmente en Chamberí, gracias también al sucesor de Carmena, Martínez-Almeida (PP). 

Pero, ¿no cree que un monumento toma posicionamiento político? «Las esculturas, por sí solas, no. Son los políticos los que deciden a qué bando pertenecen. Dudo mucho que Blas de Lezo se identificara con alguna posición política actual, por lo que en cuanto a significado del monumento, no toma postura política. Y artísticamente tampoco debería, aunque si que es cierto, que percibo un encasillamiento como «conservadora» a la escultura figurativa clásica. Respecto a esto último, me parece una paradoja que el arte vanguardista, siendo un producto capitalista y especulativo se considere de izquierdas, y el arte clásico, siendo respetuoso con el trabajo y con los medios de producción tradicionales, se considere de derechas».

Salvador Amaya no duda en llamar «arte» a los monumentos encargados por los servicios de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda, dependiente del Ministerio del Interior del franquismo. Como por ejemplo la estatua ecuestre de Franco que realizó José Capuz para el Arco de la Victoria (en Moncloa) y que acabó en Nuevos Ministerios (y replicada en Valencia y Santander) o en la de Moisés de Huerta para la Academia Militar de Zaragoza. Los proyectos originales de ambos fueron corregidos, además, por el propio Franco. Para Amaya, toda obra realizada por un artista, aunque sea propaganda realizada bajo un régimen dictatorial, debe considerarse arte. El escultor justifica que el dictador metiera mano en sus representaciones, porque «el cliente siempre ha dado unas pautas a seguir en la obra que desea». «No hay que olvidar que quien paga, manda, pero esto ha existido siempre», cuenta. 

El crítico austriaco Aloïs Riegl escribió a principios del siglo XX que entendemos por monumento «una obra realizada por la mano humana y creada con el fin específico de mantener hazañas o destinos individuales siempre vivos y presentes en la conciencia de las generaciones venideras». Las hazañas hechas presente continuo para que no se olviden. ¿Podemos considerar a la propaganda, arte? «El periodismo hace propaganda, los legisladores hacen propaganda, los editores hacen propaganda y cualquier trabajo intelectual podría considerarse así. Llamarlo propaganda tiene un cariz bastante negativo porque lo asociamos a lo político. Creo que podemos decir que el monumento figurativo aspira a representar unos valores apreciados, modelos de virtud y ejemplos de vida. ¿Podemos decir que existe una intencionalidad en la inauguración de un monumento? Por supuesto, pero llamarlo propaganda me parece excesivo, a no ser que estemos ante los típicos retratos de dictadores que inundan las naciones durante sus gobiernos», contesta Amaya.  

Asume el artista, con taller en Toledo, que las nuevas generaciones rechacen los iconos de las generaciones pasadas y que es irremediable el colapso de la estatuaria pública del presente en el futuro. «El derribo de estatuas, lo estamos viendo en hispanoamérica, la desinstalación por las nuevas corrientes de lo políticamente correcto y la falta de interés general en preservar la cultura y raíces, está haciendo que ciertos monumentos corran el peligro de la extinción. Si las nuevas generaciones no perciben los valores y principios que se pretendían exaltar homenajeando a esos iconos, es cuestión de tiempo que desaparezcan de nuestras calles», lamenta el escultor.

La única posibilidad de supervivencia que tienen estas estatuas de homenaje es ser reflejo de la sensibilidad de la comunidad que las inaugura, las mira y las ampara. Aunque eso no garantiza la inmortalidad en la mirada de la siguiente generación que las herede. Salvador Amaya admite que los monumentos deben estar alineados con su comunidad, porque «se identifican con sus contemporáneos» y son «reflejo de su sociedad». «Asimilar el presente y materializarlo es una manera más de dejar nuestra huella en la evolución humana», apunta. Pero los homenajes no son historia, son homenajes. ¿La escultura de la Legión es reflejo de la sensibilidad contemporánea? «No sé muy bien cuál es la sensibilidad contemporánea y si es común a todos los españoles. Pero para una parte de la población será algo muy positivo como homenaje a los legionarios que hoy en día cumplen un cometido esencial en nuestra sociedad y como recuerdo a los que han dejado su vida en defensa de nuestro país». 

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