Marruecos no se escapa de la tónica general que representa el aire de las revoluciones protagonizadas por la juventud en gran parte del mundo en 2011. Desde Occupy Wall Street hasta la revolución del jazmín, pasando por el 15-M. El 20 de febrero marroquí (20-F) empezó siendo una página en Facebook, donde la gente sólo se implicaba con poner un simple “Me gusta”, y acabó convirtiéndose en una plataforma fértil de propuesta y presión. Las Instituciones marroquíes no tardaron en dar una respuesta a tal novedad, consistente en acelerar el reformismo estancado desde hace años con una re-escritura de la Constitución vía comisión ad hoc. El resultado de este reformismo acelerado no se puede calificar aún, dada su prontitud y su atasco con un cambio de gobierno tras las elecciones del 25 de noviembre que dieron como ganador al Partido Justicia y Desarrollo (PJD).
Es conocido el proceso de re-islamización que vive el mundo musulmán. Desde la falsa y arraigada idea del choque de civilizaciones de Huntington que dio razones de más al fanatismo en nombre del Islam, hasta la exitosa propaganda turca de Erdogan, que afianza la posibilidad de combinar, sin complejos, democracia e islam bajo el paraguas de un Estado-Nación laico. En este escenario, Marruecos está a medio camino entre los dos extremos, y los últimos acontecimientos lo demuestran sin tapujos. El empeño del nuevo Gobierno islamista marroquí ha diseñado un plan perverso que solamente tiene como fin consolidar la islamización del espacio público. Con el pretexto de que el islam es la religión del Estado, pretende legislar en términos de halal o haram (permitido o prohibido) todas las cuestiones que atañen a la gestión del asunto público. Los ejemplos saltan a la vista en las últimas semanas: islamizar la televisión y la radio, el código civil, la política turística, etc. Marruecos sustituye la larga trayectoria de una élite liberal en su visión de la política con una élite que goza de un mayor apoyo popular, con un discurso fácil y cómodo invocando a dios cada dos por tres, el recurso de Inchaa allah (ojalá, en español) forma parte de la idea clave de la política de Estado emprendida por el nuevo Gobierno.
Así se allana el camino, y el contexto revolucionario juvenil en busca de dignidad y democracia es eclipsado por una hoja de ruta gubernamental, con un objetivo a cumplir en tiempo récord: consolidar la islamización política de Marruecos en la legislatura en curso. La reislamización exprés de Marruecos es la columna que vertebra las políticas del Gobierno, tanto en el interior como en el exterior. Mientras esto pasa, la oposición liberal marroquí está inmersa en una profunda crisis de identidad, acechada por una fragmentación política sin encontrar aún un referente ideológico sólido, la prueba la escenifica el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM) que después de su alianza con ocho partidos ha abrazado la “socialdemocracia abierta” tras su último congreso.
