Estados Unidos se resiste a aceptar que la libertad de expresión excluye consideraciones sobre el Islam. Esto es algo que Europa sí comprende, quizás porque Europa lo que nunca ha comprendido es la libertad de expresión.
Los europeos ni siquiera se acuerdan, pero muchos emigrantes acabaron en América porque en Europa ni podían manifestar sus opiniones ni podían practicar su religión. A pesar de esa evidencia (o quizás debido a ella) Europa desprecia a la única nación del mundo que no ha conocido ni señores feudales, ni tiranos políticos, ni militares golpistas. Ello explica, con la misma claridad que hace dos siglos, por qué el nuestro sigue siendo un continente de siervos, mental, verbal y tributariamente hablando.
El complejo de superioridad de Europa frente a América no es chulesco: es enfermizo. Es el complejo de los señoritos venidos a menos frente a los chatarreros que han hecho dinero, el de los príncipes hemofílicos y enclenques frente a los fornidos obreros manuales, el de los poetas ilegibles que publican tomitos en papel verjurado frente a los escritores borrachos que erigen novelas de mil páginas. Estados Unidos ofrece a esa extraña mujer que es la Historia una experiencia poderosa, mientras que cuando esta se acuesta con Europa termina leyendo una revista, sin notar apenas que a su espalda un diminuto y blando pececillo mendiga algo entre los muslos.
La hipocresía de Europa frente a América tiene su símbolo más negro en Israel. Europa critica el apoyo americano al Estado judío, pero nadie recuerda que ese Estado es producto de mil quinientos años de metódica y cruel persecución europea al pueblo hebreo. Que el aliado de ese pueblo golpeado por un secular genocidio tenga que soportar la moralina de los nietos biológicos de sus propios genocidas es una broma de la historia. En una democracia laica, el delito de blasfemia ni puede ni debe existir. La prensa europea ha convertido en pasatiempo hacer escarnio de los cristianos, sus creencias y sus pastores. Eso no debería acarrear (realmente, nunca acarrea) ni siquiera una denuncia. Quien busca herir las creencias de los otros merece una calificación moral, pero no comete un delito. Tampoco delinquen, por mucho que algunos se empeñen, los que han permanecido indiferentes, durante décadas, al asesinato de periodistas, concejales o universitarios. La cobardía del silencio, como la bravata de la blasfemia, puede merecer un adjetivo, pero no una pena legal.
El vídeo que ha despertado la ira de los extremistas islámicos puede ser una vulgaridad, una estupidez y una falta de respeto. Pero los fanáticos deberían saber que en Estados Unidos las faltas de respeto no son delictivas. En Europa, a veces sí, a veces no. Depende. Por ejemplo, Benedicto XVI inicia su visita a Líbano: aquí preveo un amplio margen para la libertad de expresión. Y florecerán, esta vez sí, los valerosos.