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Maestros de la propaganda durante dos milenios

La Iglesia Católica es la única institución política que ha logrado pervivir en el tiempo durante casi dos milenios, sobreviviendo a todo tipo de cambios políticos, vaivenes económicos o descubrimientos científicos, y saliendo airosa incluso de los siglos oscuros medievales o de las revoluciones contemporáneas que cortaron la cabeza de más de un poderoso monarca. Al margen del uso del poder duro (que obviamente los Papas han ejercido siempre, matanzas inclusive), el otro pilar esencial que le ha permitido navegar a lo largo de los siglos sin zozobrar, ha sido la puesta en práctica desde sus inicios de una eficaz estrategia de propaganda. La Iglesia siempre va un paso por delante de cualquier otro ente de poder, y en el terreno de la comunicación esto tampoco es una excepción Mal que les pese a los adalides del marketing anglosajón, la comunicación política sistematizada no surgió en las consultoras estadounidenses, sino en las instancias secretas del Vaticano. Y esta estrategia de propaganda de la Iglesia ha estado siempre basada en un sustrato doctrinal simplificado, compensado con una tendencia a la innovación cuando se percibe una amenaza. Por ello, la política del Papa Francisco en absoluto supone una revolución en la Santa Sede, sino únicamente, una nueva demostración de que los viejos zorros del Vaticano son los mejores propagandistas del mundo.

Dicha estrategia comienza en la Antigüedad con la misma predicación de Jesús en célebres proclamas como el “Sermón de la Montaña”, con la llegada a Roma de la nueva religión de la mano de San Pedro y, sobre todo, con los viajes de San Pablo a los confines del Imperio romano, que lo convierten en el primer gran propagandista de la Iglesia, al tener la inteligencia estratégica de ampliar el área de influencia también a los no judíos (la “Epístola a los Corintios¨ es un muy buen ejemplo de ello). Esta política de predicación permitió a la iglesia abrirse camino entre el paganismo, competir con él y finalmente destruirlo, cuando su hegemonía política e ideológica en el seno del Imperio fue tal que acabó siendo declarada como religión única por el Emperador Teodosio, con la consiguiente persecución de los demás credos. Además, a través de los concilios ecuménicos del siglo IV se dio unicidad al culto católico al condenar todas las interpretaciones cristianas alternativas como la copta o la arriana, con lo que también se aseguraba la simplificación del mensaje y la proyección de unanimidad.

El ocaso del Imperio romano y la llegada de los tenebrosos tiempos medievales no terminaron con la Iglesia, sino que por el contrario, la fortalecieron. Aniquilado el poder administrativo y civilizacional de Roma, la doctrina cristiana y la estructura episcopal tomó el relevo, convirtiéndose en la única fuerza ideológica con proyección en toda Europa a lo largo del medievo, al controlar y monopolizar en exclusividad la producción cultural de estos siglos oscuros. La Iglesia así termina de jerarquizar su estructura de poder creando un aparato sofisticado en pleno caos feudal, durante el papado de Gregorio I en el siglo VI, el cual se da cuenta de la enorme importancia de los símbolos en el diseño de una propaganda eficaz hacia unas poblaciones rurales y analfabetas (a las que había que tener atemorizadas y adoctrinadas con un dogma directo, maniqueo y simplificado), lo que da lugar al surgimiento de la mayor parte de la iconografía cristiana en los frisos de los claustros medievales. Siglos después, la convocatoria de las diferentes cruzadas que inicia el Papa Urbano II, al margen de sus objetivos económicos y geoestratégicos, supone también un gran acto propagandístico, destinado a la unión de la cristiandad.

Ya en los albores de la Edad Moderna, la Iglesia católica es la primera en darse cuenta de la importancia ideológica de los nuevos descubrimientos geográficos y marítimos, gracias a los cuales puede hacer llegar sus mensajes propagandísticos allá donde no había llegado aún nadie, por lo que la propaganda se sistematiza y perfecciona. la Iglesia colabora decisivamente con los artistas del renacimiento y del barroco dando lugar a un nuevo auge del arte propagandístico, y a su vez, surge la simbiosis entre la estrategia militar y la doctrina religiosa, plasmada en los “Ejercicios Espirituales” de Ignacio de Loyola. Este militar convertido en monje y fundador de la Compañía de Jesús (de la que es miembro el Papa actual) plasma en esta obra los verdaderos principios de la propaganda política; todo un manual de persuasión y comunicación que nada tiene que envidiar a los que en la actualidad elaboran los gurús de la consultoría. También no es casualidad que sea durante estos siglos modernos cuando la Iglesia inventa el término “propaganda” a través de la Bula promulgada por el Papa Gregorio XV en 1622, la cual crea la “Sacro Congregatione de Propaganda Fide”, como un organismo encargado de frenar la ideología protestante y contraatacar con una propaganda católica renovada, todo ello en el contexto de la Guerra de los Treinta Años.

Pero es en Era contemporánea donde viene la verdadera prueba de fuego para el Papado. La nueva oleada de laicismo surgida tras la revolución francesa apuesta por la ciencia y la razón frente a la magia y la fe, y se extiende por todo el mundo cristiano, socavando de nuevo los pilares ideológicos del catolicismo. Una vez más, la Iglesia reacciona comunicativamente a esta nueva amenaza, y convoca en el intervalo de apenas un siglo dos grandes concilios vaticanos. El Concilio Vaticano I en 1869 proclama la “Infalibilidad Papal”, lo que refuerza la autoridad espiritual del pontífice con respecto a sus feligreses, y por ende, su capacidad de persuasión. Además, la propaganda vaticana se adapta durante estas décadas al surgimiento de los nuevos medios de comunicación de masas, y los papas Pío XI y Pío XII usan astutamente la radio y el cine respectivamente. El Concilio Vaticano II nace de la mano del Papa Juan XXIII en 1959 para responder a las nuevas demandas de la sociedad del bienestar keynessiana, y da lugar a la revitalización de los canales de comunicación entre la Iglesia y su base social, y situaciones que hoy en día nos parecen tan habituales como escuchar una misa en castellano, o ver a un cura cantando y tocando la guitarra sentado en el suelo junto a sus feligreses, provienen de la doctrina surgida de este concilio. Los posteriores papados (desde Pablo VI hasta Francisco) prosiguen esta estrategia y aprovechan además nuevos instrumentos como la televisión e Internet.

Finalmente, merece la pena destacar que este nuevo Papa además es jesuita, lo que es sobre todo un signo de gran estratega de la guerra y de la propaganda, tal como lo era el fundador Loyola. Por ello, los cambios protagonizados por Bergogglio hay que analizarlos en clave estratégica más que ideológica. La Iglesia lleva siglos sobreviviendo a todos sus enemigos (romanos paganos, invasiones bárbaras, Islam, cismas, reforma protestante, ilustración, secularización, laicismo, comunismo, revolución sexual…) a través de un uso efectivo de la coacción, pero sobre todo, de una utilización magistral de la comunicación a lo largo de etapas tan dispares. Sus estrategias de persuasión cambian, mutan y se adaptan a cada contexto, pero su mensaje central sigue perenne e inmutable, y así, los “tweets” y los chistes de Bergogglio se enmarcan dentro de esa visión estratégica que ha caracterizado a la Iglesia durante sus dos milenios de existencia. El Papa Francisco, al igual que San Pablo, Gregorio I o Juan XXIII, es un maestro de la propaganda. Nada nuevo bajo el sol.

* Este texto es una versión resumida del artículo de análisis “Maestros de la propaganda: de San Pedro al Papa Francisco”, publicado por el autor en la revista digital Política Crítica.

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