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Madrugada: los gamberros creen en Dios

Basta leer la letra pequeña o ver los vídeos para darse cuenta de que ni las cosas pasaron como nos cuentan ni los detenidos son causantes de ningún desastre

Los incidentes de la madrugada de esta semana santa en Sevilla han dado lugar a un buen número de declaraciones feroces y apocalípticas de nuestros políticos. También han desatado un sensacionalismo lujurioso en gran parte de la prensa tradicional. Si unos claman indignados contra los delincuentes que quieren destruir la mejor tradición de nuestra religiosidad popular, otros alimentan el fuego del pánico y hasta la xenofobia. Juntos están explotando los instintos más bajos de la ciudadanía y fomentando el odio social más clasista. Lo peor es que la película que se han inventado tiene poco que ver con lo que de verdad pasó esa noche.

El concejal del ramo no parece persona propensa al insulto, pero cuando le tocan su religión lo es. Ha llamado a los detenidos “gamberros y sinvergüenzas que no son dignos de ser nombrados como personas”. Luego ha añadido que “estos golfos, esta escoria y esta basura humana no nos va a vencer”. Ni presunción de inocencia, ni interés por averiguar lo que pasó ni -menos aún- un mínimo de buena educación en un edil que presume de cristiano y piadoso.

Los medios de comunicación se han sumado en masa a una versión absurda y cargado igualmente contra los detenidos. Muchos de ellos se han lanzados directamente al sensacionalismo; y a la mentira. Por supuesto, tanto el ABC como el resto de medios conservadores destacaron convenientemente que según la policía algún detenido había gritado ‘Gora Eta’. En su edición web El Mundo tituló: “Los detenidos gritaron Alá es Grande”. Por su parte el Diario de Sevilla escribió que el infarto de un nazareno -que no llegó a incorporarse a su cortejo por encontrarse mal y murió camino de su casa sin saber nada de los incidentes- “es evidente que está relacionado” con los hechos.

En medio de la locura que se ha desatado y que en las redes ha llevado a una auténtica persecución del hereje, pocos son los que han atendido mínimamente a la realidad de los hechos. Sin embargo, basta leer la letra pequeña de las noticias y ver los numerosos vídeos de supuestas “avalanchas” durante el paso de las procesiones para darse cuenta de que ni las cosas pasaron como nos cuentan ni los detenidos son causantes de ningún desastre.

Del relato que hace la policía se desprende que el primer detenido lo fue casi una hora antes de que empezaran las carreras. Al parecer se trata de un extranjero que fue detenido tras gritar vivas a Alá al paso de una procesión. Un policía le exigió que se callara y al no hacerlo lo detuvo por desobediencia. No importa si gritaba porque discrepaba de la procesión, por hacer una broma o porque había bebido. Lo importante es que no hizo más que molestar a rancios bienpensantes y que nada tuvo que ver con los incidentes de después. Del resto de detenidos se sabe poco: dónde fueron detenidos (en tres puntos de la ciudad y en grupos). Que unos eran un grupillo de pequeños delincuentes de un barrio de las afueras haciendo ruido contra unos contenedores de basura para asustar a la gente que corría. Que otros eran menores a los que detuvieron por reírse de los cofrades que huía. Que al otro, un muchacho de la ciudad, lo detuvieron por dar una voz al paso de la cofradía del silencio por la calle Cuna. En todos los casos se trata de personas (eso, pese al concejal, está demostrado) que una vez que la gente corría y el pánico se había desatado por la ciudad se tomaron la cosa a broma y, como mucho, hicieron la gamberrada de asustar a algún sevillano serio de esos que huían. Pero ellos no crearon el pánico ni son culpables de las atrocidades que las fuerzas vivas  de la ciudad les atribuyen.

Las noticias sobre las ‘avalanchas’ (ahora rebajadas a ‘carreritas’ en los medios sevillanos más casposos) y los vídeos que recogen el momento son aún más ilustrativas de lo que realmente pasó. En primer lugar, resulta que las carreras tuvieron lugar en puntos de la ciudad muy separados entre sí y que -¡cielos!- no coinciden con donde fueron detenidos los supuestos “gamberros”. Al ver las grabaciones, en segundo lugar, uno tiene la impresión de que son ataques de pánico colectivos muy localizados que estallan cuando algún devoto siente de pronto miedo. Está la Macarena en la calle Trajano. Una persona de la primera fila echa a correr y se produce una mini estampida en torno al paso. Dura un minuto, pero la gente corre como si no hubiera mañana. Está el Gran Poder pasando por el postigo, un acólito oye algo, entra en pánico, y vuelan los ciriales y los incensarios corriendo a salvar su vida ante la mirada atónita del público que sigue muy tranquilo. Un muchacho da una voz en la calle Cuna y un tramo entero de penitentes del Silencio tira sus cruces y se pega a la pared. Y así todo.

A la vista de las imágenes uno tiene la certeza de que lo único que sucedió es que la gente tenía miedo. Salió a la calle con pavor y acongojada por las noticias de atentados terroristas en Europa. Sobre todo los nazarenos y el público más entregado. Y cuando uno tiene miedo, a la mínima salta. No hubo nada organizado. Ni siquiera provocado, más allá del pánico de quienes presumen de devotos pero no se cortan en arrollar al prójimo ni en inventarse auténticas trolas que aumentan el pánico.

En los comentarios de un diario digital de la ciudad, hechos la misma noche, una señora piadosa escribe que ha visto a gente tirándose al río desde el puente de Triana. Y se pone a despotricar contra quienes quieren cargarse la semana santa. En un video se oye a un muchacho muy educado explicando didácticamente que la gran avalancha viene desde La Campana y está ahora por la calle Sierpes pero que los centenares de gente que huyen aún andan lejos del sitio donde él está. En fin, locura y pánico colectivos que no necesitan una mecha y que precisamente quienes más critican son los que más ayudan a difundir. Los rumores que se inventaba el público más temeroso de Dios fueron los que extendieron el miedo por la ciudad.

Nadie quiere ver que puestos a buscar culpables, a quien habría que culpar es a quien huyendo de un peligro imaginario arrolló a un señor sentado en su silla y le ha causó un traumatismo craneoencefálico. O a quien con el mismo pánico empujó a un nazareno y le rompió la cadera. Esos son los auténticos gamberros. Apuesto, sin embargo, a que si aparecieran serían seguramente sevillanos devotos. Hay mucho auténtico capillita, que cuando cree que está su vida en juego no repara en el prójimo y embiste a quién haga falta. Evidentemente, a esa gente no va a insultarla el ínclito concejal de fiestas (e insultos) mayores. Tampoco la pondrán en evidencia los diarios de derechas.

La semana santa de Sevilla se la están cargando los que quieren convertirla en una fiesta exclusivamente religiosa. Los que se pasan el año en las sacristías, ensayando o coleccionando estampitas. Esos que están acabando con el carácter popular que siempre ha tenido como catalizador y expresión de los barrios de la ciudad. Esos mismos que sienten pavor si se ven en una bulla y que creen que la fiesta no se autorregula desde hace siglos. Los que quieren organizarla y la llenan de vallas y normas. Esos son los que corren y arrollan a la gente. Esos son los que se inventan catástrofes y difunden noticias falsas. Y a esos los apoyan unos políticos meapilas sin la mínima educación y una prensa sin un mínimo de ética ni rigor.

Hay muchos gamberros en esta Sevilla, pero todos creen en Dios.

Joaquín Urías es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.

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