El presidente se aferra a su núcleo duro para convencer a los conservadores indecisos con el Tribunal Supremo como campo de batalla
El impulso ‘in extremis’ otorgado en las últimas semanas por la Casa Blanca y el Partido Republicano a la nominación de la jueza proconservadora Amy Coney Barrett al Tribunal Supremo de Estados Unidos pone de manifiesto la extraordinaria importancia que el presidente estadounidense ha otorgado durante los últimos cuatro años al electorado cristiano evangélico, el segmento que conforma su ‘núcleo duro’ de votantes y uno de los estratos más influyentes de la vida social, cultural y política del país, con un peso mucho mayor que los números podrían llegar a indicar por sí solos.
La nominación de Coney Barrett como sucesora de la fallecida progresista Ruth Bader Ginsburg podría suponer la consolidación de una «supermayoría» conservadora (seis jueces a tres) en la más alta instancia judicial de la nación, en lo que se trataría de la mayor victoria en política nacional del mandato de Donald Trump y el éxito de una de sus grandes promesas de la campaña de 2016: la instauración de una corriente regresiva en la Judicatura del país.
El líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, ha prometido hacer todo lo que esté en su mano para acelerar el procedimiento de designación, por delante de las negociaciones en la cámara de un paquete de estímulos para combatir la crisis económica provocada por la pandemia y a pesar de las amenazas de la bancada demócrata de recurrir a todas las herramientas a su alcance para obstaculizar la votación de este jueves para ratificar a la magistrada.
Esta clase de urgencia no es habitual en el ritmo político de la Casa Blanca y se debe a la importancia crucial que representa la figura de un Tribunal Supremo conservador en el debate sobre el aborto en Estados Unidos y, por extensión, en la cultura del evangelismo cristiano en el país, una confesión que profesa un 26 por ciento de los votantes norteamericanos, según las encuestas a pie de urna en las elecciones de hace cuatro años, recogidas por National Election Pool.
Su importancia, sin embargo, va más allá del mero porcentaje. La identidad evangélica es el elemento de conexión entre los republicanos registrados como tales con los llamados «votantes no afiliados», indecisos conservadores cuya incorporación a última hora en los comicios podría cambiar significativamente el resultado de la votación. «Un demócrata registrado de raza blanca se aproxima a los márgenes del Partido Republicano», concluye un estudio de Brookings Institution.
Ello se debe a la enorme trascendencia histórica del evangelismo en Estados Unidos, especialmente el de la corriente mayoritaria: el que representan sus seguidores de raza blanca. «Al contrario de lo que dicta el imaginario popular, el respaldo de los evangélicos blancos a Trump está muy en línea con la tradición», explica a la web Futurity el profesor de Estudios Culturales Americanos de la Universidad de St. Louis, Lerone A. Martin.
«Va mucho más allá de la mera teología para abordar compromisos políticos más amplios: nacionalismo, pureza racial, patriarcado o capitalismo libremercantilista y, desde la Segunda Guerra Mundial, no han dudado en otorgar su respaldo a los actores políticos encargados de posibilitarlos».
Esta amplitud de miras, curtida a lo largo de décadas de relación con el poder político, ha sido el factor que ha llevado a la comunidad evangélica a ignorar las aristas morales de Trump, con quienes los evangélicos moderados han adoptado una relación puramente transaccional: alguien a quien exigen resultados a favor de su agenda.
A cambio, sus representantes se han comprometido a extender el programa político del presidente por multitud de sectores que van mucho más allá del religioso: al racial mencionado se le suman uno demográfico –la población de la tercera edad–, otro socioeconómico –las clases desfavorecidas– y un cuarto territorial –los votantes en general del sur del país–. Ámbitos dispares en características, pero todos conectados a través de la rueda de engranaje del evangelismo cristiano.
VOTANTES DE UN SOLO TEMA
Prueba del impacto de la nominación de la jueza en el electorado evangélico es que el respaldo de este segmento al presidente estadounidense subió, desde el 55 por ciento de agosto, al 71 por ciento de finales de septiembre, según una encuesta del Instituto de Estudios Públicos de Religión (PRRI, por sus siglas en inglés): un aumento de 15 puntos solo gracias a ese gesto.
«Con el paso de los años, los blancos evangélicos se han convertido en votantes de un solo tema», explica el investigador político de la Universidad de Houston Brandon Rottinghaus a ‘USA Today’. «Quieren ver una mayoría conservadora y quieren, en particular, la rescisión de la doctrina actual del aborto» representada en el histórico caso Roe v. Wade, añade.
El fallecimiento de la jueza Bader Ginsburg ha proporcionado así un balón de oxígeno a Trump en un momento crucial para sus aspiraciones de reelección en un electorado que se sentía, hasta entonces, abandonado por el impacto de la crisis, y al que no habían terminado de convencer ni siquiera gestos de gracia como el traslado oficial a Jerusalén de la Embajada de Estados Unidos en Israel.
«Hemos trasladado la capital de Israel a Jerusalén. Va por los evangélicos», declaró el presidente el pasado mes de agosto en un mítin de campaña en Oshkosh, Wisconsin. «Me parece asombroso», remachó Trump. «Están más excitados por ese tema que los propios judíos».
ANTE EL CISMA
De cara a las elecciones, Trump va a pagar un doble precio por tanto hincapié. Primero, entre los cristianos de otras confesiones y segundo, entre los propios evangelistas. Sobre la primera cuestión, una reciente encuesta de Pew Research destaca un descenso de la intención de voto en los católicos blancos así como en otras confesiones: un 90 por ciento de americanos protestantes de raza negra ha declarado su apoyo por su rival demócrata, Joe Biden (quien, de ganar, sería el segundo presidente católico de la historia de Estados Unidos, después de John Fitzgerald Kennedy).
El exvicepresidente lidera también entre los judíos, los católicos hispanos y las personas sin filiación religiosa, según el sondeo. Preocupante es también el aumento del apoyo de los votantes católicos de raza blanca a Biden (un 28 por ciento frente al 16 por ciento concedido en 2016 a la entonces rival de Trump, la exsecretaria de Estado Hillary Clinton), según una encuesta de agosto de Fox News.
El mayor problema, sin embargo, emerge dentro de las filas evangelistas, un sector cada año más castigado por el rejuvenecimiento de la población. «Es la madera podrida en el sótano del Partido Republicano», explica a la cadena pública PBS la profesora de la Universidad Metodista del Sur, Stephanie Martin. «Con que solo un 10 por ciento de los jóvenes evangelistas comiencen a votar demócrata, el partido se irá a la ruina. Necesitaron el voto de siete de cada diez evangelistas para que Trump ganara en 2016», explica.
Trump todavía se encuentra en un margen relativamente cómodo, según las encuestas tanto del PRRI como de Pew Research (que le otorga un 78 por ciento de respaldo entre los evangelistas de raza blanca), pero cada punto cuenta en este electorado: cinco estados clave para los comicios de EEUU reflejaron un cambio de 11 puntos en intención de voto a favor de Biden, quien incluso ha recibido el beneplácito de organizaciones evangélicas de nuevo cuño, alejadas de la rama principal de la confesión, como Evangélicos Provida a favor de Biden.
«Las políticas de Joe Biden son más consistentes con una ética vital modelada por la Biblia que las de Donald Trump. Al mismo tiempo que pedimos una nueva política sobre el aborto, instamos a los evangélicos a elegir a Joe Biden como presidente», indican en su página web.