El arzobispo cedió: «Las uniones homosexuales son, para la Iglesia, moralmente inaceptables». Con estas palabras, el arzobispo de Turín, Cesare Nosiglia, arrancaba de cuajo las esperanzas de un nutrido grupo de parejas LGTBI católicas de toda Italia, que se habían inscrito en un retiro sobre la fidelidad destinado a este colectivo y organizado por la diócesis. Una puerta abierta al reconocimiento de estas realidades, que iba a celebrarse los 24 y 25 de febrero en el Instituto de las Hijas de la Sabiduría y que, en principio, contaba con todas las bendiciones eclesiásticas.
Sin embargo, como tristemente viene siendo habitual en países como Italia o España, la presión de los grupos ultraconservadores ha llevado a monseñor Nosigilia a «abrir un período de reflexión» sobre la conveniencia de este tipo de encuentros. Un mazazo para una treintena de parejas gays, que veían cómo, por primera vez, podían sentirse integrados dentro de la Iglesia y del Evangelio en el que seguían creyendo.
La noticia también ha caído como un jarro de agua fría para el padre Carrega, quien iba a ser el encargado de impartir el retiro, que llevaba por lema ‘Dignos de fidelidad’. El religioso tiene el encargo específico del arzobispo de Turín de llevar adelante un plan de atención específica a las personas homosexuales. Una atención que, al parecer, no podrá llevarse a cabo, aunque monseñor Nosiglia se haya esforzado por asegurar el compromiso de la Iglesia en «el cuidado de los creyentes homosexuales y sus cuestiones de fe».
Para el arzobispo, esta atención pastoral se ofrece a «personas en búsqueda, que viven situaciones delicadas e incluso dolorosas». Una iniciativa que ha crecido en los últimos años y la que los participantes «se encuentran con un sacerdote y reflexionan juntos, a partir de la Palabra de Dios, sobre su estado de vida y las opciones en materia de sexualidad».
¿Cuál es, entonces, la razón para el veto a este encuentro? Las críticas de los sectores ultracatólicos, que denunciaron que cualquier acto diocesano en el que participaran parejas del mismo sexo pondría en duda la tradicional doctrina católica sobre el matrimonio, únicamente entre hombre y mujer, por la Iglesia y para toda la vida.
Ahí radica la prohibición, tal y como el arzobispo de Turín tuvo, finalmente, que admitir. Para el prelado, las uniones homosexuales «son para la Iglesia opciones moralmente inaceptables«, y «están lejos de expresar el proyecto de unidad entre el hombre y la mujer querido por la voluntad de Dios creador como donación recíproca y fecunda».
Por el momento, el padre Carrega ha optado por guardar silencio para evitar represalias, si bien en anteriores ocasiones había subrayado cómo había participado en varias celebraciones de uniones civiles entre personas del mismo sexo, que están legalizadas en Italia desde mayo de 2016.
Españoles tampoco
En España, cualquier acercamiento a los matrimonios igualitarios también ha sido reprimido con dureza por parte de los obispos españoles, que no toleran ninguna apertura que pudiera suponer el más mínimo reconocimiento a estas uniones, legales en nuestro país desde hace más de una década. Así, la Iglesia española prohíbe cualquier tipo de bendición o participación en bodas de personas del mismo sexo, y continúa considerando la práctica homosexual como un «desorden».
Muy lejos de opciones como las planteadas por los obispos alemanes, que ya han planteado oficialmente al Vaticano la posibilidad de crear una suerte de ‘bendición’ para este tipo de uniones, que sin suponer una equiparación al matrimonio tradicional, sí reconozca que estos son una realidad. Como señaló en su día el Papa Francisco, «si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?». El arzobispo de Turín, y los obispos españoles, sí lo hacen. Y lo condenan.