Se supone que las criaturas deberían llevar en la frente un teclado numérico como el de los cajeros
El pin parental tiene tres problemas: la palabra “pin”, la palabra “parental”, y lo que se pretende conseguir al unirlas.
Tal vez muchas personas hayan pensado en una insignia cuando se les habló de este nuevo pin por vez primera. Porque el término estuvo muy presente en España a partir de 1992 (la moda empezó con los Juegos de Barcelona) para designar un alfiler (eso significa pin en inglés) rematado por algún dibujo de la mascota Coby. Se podía haber llamado “alfiler de solapa”, igual que tenemos el alfiler de corbata, el alfiler de pecho o el alfiler de retrato (terminado en un redondel que muestra la foto de un ser querido). Pero durante años se denominó pin, hasta diluirse con el tiempo en el más genérico “insignia”.
Ahora bien, el pin parental no consiste en colocar un distintivo a los niños para que los maestros sepan que no les pueden impartir determinados conocimientos. Eso tendría lógica, desde luego, dentro de la sinrazón original: así el color del pin nos permitiría clasificar a los alumnos según las ideas de sus progenitores y no nos haríamos líos con ellos. Pero no, aquí la palabra pin significa “clave”. Se trata de otro anglicismo, que procede de las siglas PIN (personal identification number: número personal de identificación). En español le corresponderían las iniciales NPI, pero ya estaban ocupadas para resumir la locución “ni puta idea”. Caramba, qué coincidencia: el número de identificación personal está concebido precisamente para que los demás no tengan ni puta idea de cuál es.
Este nuevo pin que nos colgamos hace tiempo en las solapas del idioma había llegado con la informática. Se denominó así al grupo de signos que permiten entrar en un sistema. Primero se decía password, opción que no logró imponerse pese a los empeños del sector. Y como “clave” se defendía bien ante ella, algunos intentan ahora una segunda oleada de acoso con este nuevo anglicismo, a ver si así consiguen arruinar por fin el vocablo español.
Muchos hogares disponen de plataformas de televisión dotadas de un pin que bloquea algunos canales para impedir que los niños accedan a ellos. Y se supone que, en consonancia con esa idea, las pobres criaturas deberían llevar en la frente un teclado numérico, como el de los cajeros, que sus padres puedan activar de modo que vayan al cole programadas desde casa.
Por su parte, el término “parental” engloba, desde el siglo XVIII por lo menos, tanto a los padres como a los parientes. Y se prefiere en determinados círculos a “paternal”, pese a que éste es más preciso porque deja fuera a los molestos cuñados y demás familia. Pero, ay, “paternal” está bajo sospecha, acusado de ocultar a las madres; aunque sepamos bien que éstas comparten la patria potestad y el patrimonio de la familia, expresiones ambas que, como “paternal”, también vienen del latín pater, patris. Ahora bien, el pin parental, si nos atenemos a su literalidad, podría ser activado por un tío o una prima.
Lo peor de todo es el tercer problema: que ese pin propuesto por el partido ultraderechista Vox niegue a los niños el acceso a una educación igualitaria, a una comprensión sana de lo que significa el sexo y a un saber científico que se opone a ciertas visiones familiares oscurantistas.
En definitiva, llaman pin parental a un veto paterno contra una parte del conocimiento humano. Pero el pin, según lo entendíamos hasta ahora, es una clave de acceso que permite entrar. Y aquí estamos ante una clave de retroceso que impediría salir.