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19/12/1933. Los diputados socialistas Francisco Largo Caballero y Margarita Nelken posando sentados en sus escaños del Congreso. Foto Luis Ramón Marín / Fundación Pablo Iglesias. E/Coloreada.

Los socialistas sobre las repercusiones educativas por la disolución de la Compañía de Jesús

La Compañía de Jesús se destacó, como bien sabemos, por una intensa vocación educativa. La expulsión de los jesuitas en tiempos de la República hizo que se cerraran sus colegios. Ese fue uno de los argumentos empleados por las derechas españolas para criticar intensamente esta política, es decir, que dicha expulsión con la consiguiente clausura de sus establecimientos educativas produciría una especie de desquiciamiento de la educación en España.

Los socialistas consideraban que había que reconocer que “no pocos espíritus ingenuos tan abundantes entre la masa social” habían llegado a creer que, efectivamente, la supresión de la enseñanza impartida por los jesuitas iba a generar un problema grande. Pero consideraban que tanto los que habían criticado la disolución como la “opinión ingenua” no habían comprendido que la República era una realidad lograda y los que hombres a los que se les había asignado la tarea de rehacer España contaban con planes completos de renovación, siendo uno de los primeros el relacionado con la enseñanza.

El artículo de opinión de El Socialista donde se planteó la respuesta socialista explicaba que el Ministerio donde más se había trabajado desde que había llegado la República había sido el de Instrucción Pública, primero con Marcelino Domingo, y luego con Fernando de los Ríos.

De esa gran actividad era una prueba la cantidad de escuelas creadas en todas las provincias y la rápida movilización de los maestros. Se podría hablar, siempre según esta visión, de un verdadero milagro.

Además, se había tomado la disposición de crear veinte institutos de segunda enseñanza, por lo que los colegios que hasta el momento regentaban los jesuitas se transformarían en institutos nacionales de segunda enseñanza, conservándose en los mismos el régimen de internado, pero con “precios módicos”, a fin de que las familias de menos recursos pudieran tener a sus hijos en los mismos. Algunos de estos institutos estarían en Barcelona, Zaragoza, Sevilla, San Sebastián, Valencia, Valladolid y otras capitales. En Madrid el Colegio que los jesuitas tenían en Chamartín se agregaría al Instituto de San Isidro, y el edificio del paseo de Alberto Aguilera sería destinado a Escuela de Ingenieros Industriales.

Con estas reformas se demostraría, siempre según la visión socialista, que no valían los argumentos contrarios a la disolución de la Compañía sobre el supuesto perjuicio para la cultura que pudiera suponer dicha decisión. Al contrario, al asumir el Estado la autoridad educativa se facilitaba que muchos jóvenes pudieran acceder a la cultura.

El artículo de opinión se publicó en el número 7172 de El Socialista de 2 de febrero de 1932.

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