¿Es posible que, dado que los intentos por contar la verdad solo reafirman a los que prefieren creer en las mentiras, solo quede como salida propagar mentiras cada vez más delirantes para ponerlos en evidencia? Peter McIndoe, de 23 años, cree que sí.
Para aquellos a los que los libros de biología no le acaben de cuadrar y la historia natural le genere una cierta suspicacia, aquí un relato surgido en Estados Unidos en 2017. En los informativos de NBC ya le han dado voz, sus hashtags en TikTok superan los 300 millones de visualizaciones y a lo largo del país, se han manifestado por Arizona, Virginia, Colorado, Kentucky y hasta en Boston partidarios convencidos de que… los pájaros no existen porque los mató la CIA para evitar que sus heces acabaran ensuciando coches y ciudades enteras, y sobre todo, para reemplazarlos por unos drones con forma de ave que pudieran espiar tanto a comunistas como a ciudadanos de a pie.
Si suena complicado, hay páginas web que lo explican. También cuentan por qué los pájaros-dron asesinaron a Kennedy o qué motivo llevó de verdad (de verdad) a una gran nación a invadir en 1955 a un país tan insignificante como Vietnam. El arranque de la explicación es que el tienen siempre las cosas serias: asegurando que va a contar lo que en las altas esferas no quieren que se sepa. Con una salvedad.
¿Cómo ha podido surgir una teoría de la conspiración tan complicada? La extremeña Azahara Palomeque, escritora y periodista que lleva 12 años viviendo en Filadelfia, lo explica: “Con esto de la covid todo el mundo habla de los antivacunas, pero en Estados Unidos ya eran un grupo muy potente. De hecho, ahora tenemos enfermedades como el sarampión que han vuelto a resurgir. En Estados Unidos hay una desconfianza enorme hacia sus instituciones desde hace años, casi desde la Guerra Fría, y eso hace que surjan teorías conspiratorias que la mayoría de veces son una acusación al mal hacer del Gobierno”. A veces la teoría se llama Pizzagate y tiene repercusiones severas en la vida real. Otras, se llama Birds aren’t real (los pájaros no existen) y es todo una gran broma de internet para evidenciar lo ridículas que son las teorías conspiranoicas.
Un poco de contexto: Pizzagate es una de las ramas más recordadas de QAnon –una palabra que aglutina varias teorías online bajo la promesa de que algún día conectarán todas y el mundo cobrará sentido–, creada por usuarios de los foros Reddit y 4chan. En ella, habla de una (inexistente) red de tráfico sexual de menores supuestamente orquestada desde Comet Ping Pong, una pizzería al norte de Washington. Eran los últimos días de la campaña presidencial de 2016, la que perdieron los Demócratas, y la teoría juntaba en un todo imposible élites demócratas –o sea, Hillary Clinton–, multinacionales –Bill Gates–, la CIA –de la que se dice que puso a dedo a Kim Jong-un en el gobierno norcoreano–, Hollywood –Tom Hanks y Oprah Winfrey–, o el mismísimo Papa Francisco.
En verano de 2020, también previo a elecciones presidenciales, los creyentes del Pizzagate pasaron de movilizarse en redes (a base de memes y camuflado bajo el hashtag #SaveTheChildren, el cual compartieron madres e influencers sin saber de qué se trataba), a pisar las calles. “Hollywood se come a los bebés”, podía leerse en algunas de las pancartas.
Los de Birds aren’t real, por su lado, también se movilizaron en masa, ellos a San Francisco el pasado noviembre, para exigirle a los dueños de Twitter que retiraran su logo del pajarito azul. Como contaba The New York Times a finales de 2021, Peter McIndoe, el fundador del movimiento, se había encontrado en Internet un mundo en el que Donald Trump tenía fans tan entregados a sus mentiras que eran capaces de plantarle cara a una manifestación por los derechos de la mujer en 2017. El mismo líquido amniótico, la red, le permitió a él empezar una parodia que, con el tiempo, ha llegado a frenar en 2021 otra manifestación, esta vez antiabortista en la Universidad de Cincinnati. Simplemente, a base de gritar más alto que los protestantes. Como decía la organizadora de la facción Birds aren’t real de Pittsburgh, otra veinteañera, en el texto: “Es una forma de combatir los problemas del mundo que no se pueden combatir de otra manera”.
Ahora bien, ¿lo es de verdad? ¿Son las mentiras el último resquicio para combatir otras mentiras, o sea, los bulos y las fake news? Según Janira Planes, nacida en 1997, hoy detrás de la comunicación de la start-up Wuolah y de la newsletter Truffle Season (enfocada a la cultura de internet), esta no es la única fórmula para hacerlo. Solo la más viable.
Planes lo explica con un libro que leyó hace poco del psicoterapeuta Giorgio Nardone sobre psicosoluciones varias: “Una es la terapia breve estratégica, que la ilustra con un paciente emparanoiado con que los vecinos le graban por la noche. Él, en vez de cuestionarle o tratarle de loco y ya está, le responde: ‘sí, tienes razón, pon un foco enorme en la ventana para que nadie te pueda grabar más’. Digamos que le sigue la corriente, y cuando el paciente llega a casa y se pone a planear todo el complot, ahí se da cuenta de lo ridícula que es su preocupación”, cuenta Planes, muy a favor de hacer lo mismo ante una conspiración o mentira: “Hay que rizar el rizo, jugar al juego. Si no, de lo contrario me parece súper complicado cambiar según qué cosas”.
De hecho, aportar argumentos basados en hechos contra una teoría conspiratoria no sirve de mucho, tal y como asegura Stephan Lewandowsky. Este profesor en la Universidad de Bristol, especialista en el tema, en el portal de noticias estadounidense Vox concluyó que las teorías al nivel de QAnon son autosellables. O sea, que toda prueba en su contra puede convertirse para los creyentes en una prueba más de su validez: intentar refutar una teoría conspirativa solo sirve para reforzarla, según él.
Entonces, ¿hay que optar por la sátira? El creativo publicitario chileno Pancho Cassis opina a favor, pese a que considera que no vale cualquier tema, hace falta uno liviano: “Pensemos en eso de que las vacunas llevan microchips de Microsoft y todo es una estrategia para vacunar al planeta y controlarnos por el 5G. No funciona, toca un tema serio y no hace gracia, que es lo que pasa con Miguel Bosé. Lo de las palomas, en cambio, es tan irrelevante y absurdo que ya de por sí dices: ‘Cuéntame más’. Aparte de que tiene ese puntito en que piensas: ‘Es muy improbable, pero podría llegar a ser posible’, porque aunque veamos pájaros todos los días, pocos de nosotros hemos tenido uno en la mano. Y quien sí lo haya tenido, dudo que lo tenga de forma habitual”.
En 2021, la revista estadounidense especializada en publicidad Ad Age nombró a Cassis mejor creativo del año por su trabajo en la sede de Miami de David, la agencia de la que es socio y en la que le encantaría contratar a un perfil del estilo de Peter McIndoe: “Es un tipo que ha sido capaz de montar un movimiento y hacer que las cosas pasen”. Lo cual es cierto. Con el dinero que sacó vendiendo merchandising, disponible en la web de Birds aren’t real, Peter costeó anuncios en vallas publicitarias de todo el país –con el logo de la organización–, los viajes a manifestaciones –a las que acude en furgoneta, megáfono en mano, con sombrero de cowboy y un traje idéntico al de un testigo de Jehová–, o los actores que aparecen en dos vídeos. Uno en el que se entrevista a un exagente de la CIA. Y el otro, un anuncio revelador que se habría emitido en el descanso de la Super Bowl de 1987 si no lo hubieran confiscado, claro está, las mismas élites de turno.