La peregrinación por la paz y la justicia convocada por monseñor Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua, capital de Nicaragua, se transformó este sábado en una gigantesca marcha en repudio por la represión oficialista contra los estudiantes, que se cobró la vida de, al menos, 63 jóvenes nicaragüenses en solo seis días. Alentada por la indignación popular, empujada por el clamor contra los abusos del gobierno, miles y miles de ciudadanos (cientos de miles según medios locales) acudieron en paz a la Catedral de la capital centroamericana. No le querían fallar a quien se ha convertido en el principal líder social del país.
«¡Que se vayan, qué se vayan!», gritaron los presentes contra el gobierno para interrumpir las palabras del cardenal Leopoldo Brenes, quien ofició la liturgia católica junto a Báez y a otros miembros de la cúpula religiosa. «¡El pueblo, unido, jamás será vencido!», prosiguió el enorme gentío convertido en una sola voz mientras el presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, al que todos llaman Polito, daba detalles del diálogo nacional, en el que oficiarán como mediadores y testigos.
El cardenal aseguró que ha dado el plazo de un mes para contrastar si se van alcanzando y cumpliendo acuerdos entre los participantes en la mesa de la negociación, que todavía no ha iniciado. El primer punto de los detractores de Ortega es que no haya impunidad frente a los crímenes de estos días. El segundo, un adelanto electoral para satisfacer la sed de cambio incrementada durante las protestas.
«De hoy en adelante la Historia de Nicaragua la decide el pueblo y nadie más», lanzó monseñor Báez, un mensaje directo al poder sandinista mientras era agasajado por sus seguidores en las inmediaciones del templo religioso. «Estamos indignados por tanto dolor, por tanta muerte. Nicaragua merece una patria mejor y lo vamos a conseguir», añadió el obispo.
La figura del religioso ha emergido frente al colaboracionismo de anteriores mandamases católicos. Activo en las calles y en las redes sociales, Báez parafraseó el viernes al Papa Francisco («Ciertas realidades de la vida se ven solamente con los ojos limpios por las lágrimas») para justificar unas imágenes que el viernes impactaron al país. El obispo no pudo contener las lágrimas mientras era entrevistado, al rememorar las torturas contra tres jóvenes a quienes «arrancaron las uñas de las manos. Las historias son terribles y nuestra juventud no merece eso».
«Es un ángel caído del cielo, si no hubiera sido por él habría más chavales muertos. Fue el único en dar la cara por los estudiantes que estaban en la Catedral hostigados por la policía, se jugó la cara por ellos», aseguró para EL MUNDO Marjori Jaens, de 35 años, quien acudió a la marcha con un mensaje en forma de pancarta para el presidente Daniel Ortega: «Dios hará justicia en el cielo, pero nosotros lo haremos aquí en la tierra. Gobierno asesino, de que van se van».
«Ya no tenemos miedo, ahora estamos respaldados por el pueblo, protegidos por monseñor», describió a este periódico un estudiante de Ingeniería en la UCA, la Universidad Centroamericana regida por los jesuitas, testigo también la semana pasada de los abusos policiales y de la acción delictiva de las brigadas de choque del sandinismo. De momento no se quita de su rostro la careta de Anonymus con la que se protege.
La presión de estudiantes, Iglesia y lo que queda de partidos de oposición, tan perseguidos en Nicaragua como en Venezuela, ha conseguido el cese de la jefa de Policía, la primera comisionada Aminta Granera. No obstante, los «protestantes» exigen la renuncia del comisionado general, Francisco Díaz. Este subdirector policial, consuegro de Daniel Ortega, es considerado como uno de los cerebros de la represión de abril.