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Los Hermanos Musulmanes, una espina en el Estado laico

La organización islámica más antigua del mundo árabe, en el centro de la crisis

Creen en la ley coránica, pero rechazan la violencia. La Cofradía es el mayor movimiento político de Egipto.

Sobre las ruinas todavía humeantes del cuartel general de los Hermanos Musulmanes, en El Cairo, el debate sobre el futuro de la organización islamista más antigua del mundo árabe y sobre su papel en el desarrollo de la crisis que golpea a Egipto no ha hecho sino comenzar. Ganadores de las primeras elecciones libres de la historia de ese país y desalojados tras un año de aparatosos errores políticos, los Hermanos siguen siendo la mayor fuerza política, ahora empeñados en una resistencia pacífica para conseguir el regreso de su presidente, el depuesto Mohamed Mursi.

No es la primera vez que los Hermanos Musulmanes se encuentran en el centro de una encrucijada histórica de consecuencias impredecibles. Perseguidos desde los tiempos del rey Faruk (1936-1952), habían apoyado resueltamente la revolución que lo derrocó, encabezada por el coronel Nasser. Dos años más tarde, en 1954, volvieron a caer en desgracia por diferencias irreconciliables en torno a la redacción de una nueva Constitución. El presidente Nasser los proscribió y dirigió contra ellos una violenta represión cuyos efectos se sienten hasta hoy. Tres gobiernos consecutivos (Nasser, Sadat y Mubarak) los mantuvieron en la ilegalidad.

Fundada en 1928 por el maestro de escuela Hassan al Banna, cuando Egipto se encontraba regido por el poder colonial británico, la cofradía de los Hermanos Musulmanes fue la primera agrupación política islamista del Medio Oriente. Es decir: defiende la implantación en Egipto y en todos los territorios musulmanes de la sharia o ley islámica (de ahí su ruptura con la revolución de Nasser). La diferencia entre ellos y otras agrupaciones similares, es su oposición a cualquier forma de violencia. Al Banna ya se oponía en su tiempo a la acción insurreccional y sus sucesores siempre han rechazado el terrorismo contemporáneo. La violencia, según ellos, sólo es legítima para defender una tierra musulmana de un ataque extranjero.

En las cárceles de Nasser, sin embargo, se forjó un nuevo pensamiento. Perseguidos y torturados, muchos militantes se radicalizaron hasta extremos peligrosos. Ahí surgió Sayed Qutub, el teórico más polémico de los Hermanos, condenado a muerte en 1966 por sus ideas extremistas. Él con defendió nunca el uso de la violencia, pero sí sus seguidores, que desertaron de la organización y formaron los primeros movimientos yihadistas que buscaban la imposición del estado islámico por la fuerza. Grupos terroristas como Hamas y Al Qaeda provienen de esta rama.

En Egipto, la cofradía se mantuvo fiel a sus principios de no violencia y a su apuesta por la revolucón pacífica. Tras un período de renovación en la década de los setenta, sobre todo gracias a la incorporación masiva del emergente movimiento estudiantil islámico, evolucionó lentamente hacia una suerte de liberalismo islámico conservador. Hoy, la mayoría de los miembros de su brazo político, El Partido Libertad y Justicia, al que pertenece Mursi, acepta el pluripartidismo y la liberalización económica. Su base de reclutamiento es cada vez más la clase media.

A pesar de estar proscritos como movimiento político, los Hermanos Musulmanes fueron ampliando su base social de manera espectacular en los años ochenta y noventa, gracias a una estrategia de incontestable efectividad: suplir las deficiencias del Estado. Las redes de ayuda social que extendieron en todo el territorio egipcio se basaron en las jugosas donaciones de miembros adinerados y la decidida militancia de una clase media ilustrada. Donde el Estado no llega con escuelas, ellos envían a sus maestros; donde falta atención de salud, ponen a sus médicos; en los barrios pobres de El Cairo y otras ciudades, sus imanes reparten mantequilla, aceite, arroz… En un país donde la cuarta parte de la población vive bajo el límite de la pobreza, esta ayuda resulta vital.

Así consiguieron los Hermanos convertirse en el movimiento de masas más poderoso de Egipto. Y no resulta extraño que, aunque no llevaran la voz cantante en la revuelta que terminó con el régimen de Mubarak, en 2011, fueron ellos los ganadores de las elecciones que se convocaron tras estos acontecimientos.

Mal preparados para gobernar, cometieron errores fatales: se negaron a construir alianzas con otras fuerzas políticas, coparon todos los espacios de poder, ignoraron las señales que hablaban de un descontento creciente. Porque en Egipto, uno de los países más laicos del mundo árabe, gran parte de la población los odia.

Hoy, Egipto se debate ante una cuestión irresoluble: de un lado, es imposible ignorar a una fuerza política tan poderosa; de otro, es imposible integrarla bajo el esquema de un Estado laico. ¿Qué hacer? Es la misma disyuntiva de 1954, cuyos efectos fueron desastrosos. De la solución de este problema puede depender la historia del siglo XXI.

Sin la Cofradía, no hay Gabinete…

El primer ministro egipcio, Hazem el Beblaui, prosigue sus gestiones para la formación de un gobierno de transición pese a la presión de los Hermanos Musulmanes, que convocaron nuevas protestas. Mientras, la Fiscalía anunció la apertura de una investigación contra el depuesto presidente islamista Mohamed Mursi y varios líderes de los Hermanos Musulmanes y su brazo político, el Partido Justicia y Libertad (PJL), por varias denuncias, entre ellas incitación al asesinato.

En estas circunstancias, las invitaciones de Beblaui para que los Hermanos se integren a su gabinete y formen parte del nuevo Gobierno parecen inútiles. Los principales dirigentes de la Cofradía ya han cerrado esa posibilidad y no ven otra salida a la crisis que la reposición de Mursi en la presidencia.

Beblaui se entrevistó por teléfono con los candidatos a integrar el próximo gabinete interino, que tendrá unos treinta ministros. Hoy comenzará a recibirlos con la esperanza de tener completa la lista de nombres el próximo martes.

Frente a los intentos de impulsar el proceso de transición impuesto por los militares y que incluye una reforma constitucional y elecciones presidenciales, los Hermanos Musulmanes siguen negándose a reconocer a las nuevas autoridades.

Tras las masivas protestas que el viernes reclamaron de forma pacífica la restitución de Mursi, la situación ayer fue de calma en El Cairo, donde algunos manifestantes seguían acampados en la plaza de Rabea al Adauiya. Para mantener la presión en las calles, el vicepresidente del PLJ, Esam al Arian, anunció la convocatoria de nuevas concentraciones para el próximo lunes.

Según Al Arian, el único plan aplicable en Egipto consiste en "el retorno de la legitimidad", basado en la vuelta de Mursi, de la Constitución -actualmente suspendida- y de la -también disuelta- Cámara alta del Parlamento o Shura.

En cualquier caso, persisten las dudas sobre el futuro del presidente depuesto, contra quien se han presentado denuncias que la Fiscalía ha comenzado a investigar. El viernes, en comunicados oficiales, los gobiernos de Alemania y Estados Unidos solicitaron su liberación.

El portavoz de la Fiscalía, Adel al Said, indicó ayer que Mursi y varios dirigentes islamistas, entre ellos Al Arian, han sido denunciados por delitos como el trato con sectores extranjeros para dañar el interés nacional del país e incitación al asesinato de manifestantes.

Entre los dirigentes implicados destacan además de Al Arian también el lÍder de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Badía, y los miembros de la cofradía Mohamed el Beltagui o Safwat Higazi, acusados de incitación a la violencia. (EFE)

Una detención sin marcha atrás

Las nuevas autoridades en Egipto, con el respaldo de los militares, llevaron hasta el final el golpe contra los Hermanos Musulmanes. Tras derrocar al presidente Mohamed Mursi, cerrar los medios de información de la Cofradía, clausurar las sedes de su brazo político, el Partido Libertad y Justicia (PLJ), ganador de las últimas elecciones, y detener a algunas de sus figuras, el siguiente fue la detención de la cúpula religiosa del movimiento. La Fiscalía General esperó al primer día del mes sagrado del ramadán para ordenar la detención del «Al Morshed» (guía espiritual), Mohamed Badi.

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