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Los frentes abiertos del feminismo en el mundo árabe

La ola de indignación feminista que sacude el planeta no ha excluido al mundo árabe: en 2017, las mujeres de esta región ganaron varias batallas, algúnas largamente anheladas, otras puramente simbólicas, en la lucha por sus derechos. Pero las victorias, aseguran, aún saben a poco.

Arabia Saudí, uno de los regímenes más represivos con las mujeres, vive una tímida apertura, reflejada visiblemente en una relajación de la estricta segregación por sexos que regía en el Estado wahabita: cada vez es más frecuente ver a hombres y mujeres juntos en las calles, el lugar de trabajo o en bares y restaurantes. El príncipe Mohamed Ibn Salman, partidario de un ‘islam moderado’ (sobre todo en pro de la economía del país) se encuentra detrás de las últimas reformas, entre las cuales la más simbólica ha sido sin duda autorizar a las mujeres a conducir. La nueva ley, que entrará en vigor en junio de este año, ha ido acompañada de otras medidas, como darles permiso para asistir a eventos deportivos, protagonizar espectáculos con audiencia masculina e incluso entrar en el ejército. Aunque se trata de cambios hasta cierto punto cosméticos (las mujeres aún son consideradas menores de edad permanentes y tienen un tutor legal de por vida), suponen un triunfo indudable para las saudíes.

Mientras, otras reformas acometidas en el último año han marcado hitos en la lucha por los derechos de las mujeres en la región. El pasado verano, Túnez, Jordania y Líbano aprobaron sendas leyes que impiden a los violadores evitar la condena casándose con sus víctimas, otra demanda histórica en estos países. En el caso de Túnez, el cambio legislativo está incluido en una reforma de la ley integral de violencia de género que amplía considerablemente la definición de violencia contra las mujeres, reconociendo, además del maltrato físico, la violencia moral, sexual y económica. El nuevo texto criminaliza delitos como el acoso sexual o el uso de menores como empleadas domésticas, y prevé multas a los empleadores que paguen menos a las mujeres que a los hombres por el mismo trabajo. Por su parte, Marruecos acaba de aprobar una ley similar que por primera vez tipifica como delito ciertos tipos de violencia en el hogar, el matrimonio forzado o el acoso callejero.

Aunque las feministas árabes celebran los recientes cambios, consideran que están lejos de ser la panacea. En el caso marroquí, por ejemplo, ONGs y militantes han criticado que la reforma legislativa deje fuera aspectos como la violación dentro del matrimonio, “que sigue siendo, al fin y al cabo, una violación”, se indignaba Ibtissam Betty Lachgar, destacada feminista marroquí cofundadora de la asociación MALI (Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales). La activista recordaba además que en su país, una mujer soltera que denuncia una agresión se expone a acabar en la cárcel por prostitución si no logra demostrar la culpabilidad del violador.

La batalla por el espacio público

La onda expansiva del movimiento #MeToo ha llegado a la región: hace pocas semanas, la escritoria y activista egipcia Mona Eltahawy lanzaba en Twitter el hashtag #MosqueMeeToo para denunciar que había sido acosada en su peregrinaje a la Meca en 1982, cuando solo tenía 15 años. Miles de mujeres se han hecho eco de experiencias similares en la red social, destacando la hipocresía de quienes apuntan a la vestimenta femenina para justificar una agresión, tenida cuenta que durante el peregrinaje a esta ciudad sagrada del Islam las fieles van cubiertas de pies a cabeza.

Y es que parece que el tiempo de silencio ha terminado. Hace pocos días, se viralizaba el vídeo de una joven enfrentándose y deteniendo al hombre que acababa de manosearla en una calle de Qena, en el sur de Egipto. El acoso en los espacios públicos en este país -donde hasta un 99% de mujeres declaran haberlo sufrido- y en muchos otros de la región, se ha convertido, por su magnitud, en uno de los grandes frentes de batalla para las feministas árabes.

Numerosas iniciativas para denunciar este tipo de violencia han visto la luz en los últimos años. Desde 2010, HarassMap mapea las agresiones producidas en ciudades egicias, lo mismo que su versión libanesa, HarassTracker, nacida en 2016. En Marruecos, el abuso sexual a una joven discapacitada en un autobús en Casablanca el verano pasado desató una fuerte polémica en el país y desde entonces se han llevado a cabo varias campañas para denunciar la impunidad con la que actúan los agresores.

Pero más allá del grave problema del acoso, las mujeres árabes demandan mayor visibilidad en todos los ámbitos de la esfera pública, incluido el de la política. Líbano, pese a su reputación progresista, es uno de los estados con menor número de diputadas de todo el mundo, un ínfimo 3 %. Con elecciones parlamentarias a la vuelta de la esquina (las primeras en casi una década), y una reciente reforma electoral que garantiza mayor representatividad y la entrada en liza de aspirantes independientes fuera de los partidos confesionales, el país vive una efervescencia de candidaturas femeninas. “No conseguimos que en la ley se introdujera un sistema de cuotas tal y como demandábamos, pero ya se han presentado más de medio centenar de candidatas”, se enorgullece Myriam Sfeir, vicedirectora del Instituto de Estudios de la Mujer en el Mundo Árabe (IWSAW) en Beirut. Algunas de la aspirantes, como Kholoud Wattar Kassem, planean incluso presentarse en una lista compuesta exclusivamente por mujeres, algo impensable hasta hace poco tiempo.

En el extremo opuesto a Líbano se encuentra Túnez. El pequeño país magrebí siempre se ha situado a la vanguardia legislativa en materia de igualdad, y no solo a escala regional: el código de Estatus Personal promulgado en 1956 ya prohibía la poligamia y otorgaba a las mujeres prácticamente los mismos derechos que a los hombres, incluyendo el derecho al divorcio o a la custodia de los niños. Actualmente, su ley electoral establece una cuota femenina del 50% en las candidaturas de los partidos y es uno de los países con más representantes parlamentarias.

Ahmel Bouzewel, veterana activista feminista de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas (ATDF), destaca los avances logrados en materia legal, pero no duda en apuntar hacia los desafíos pendientes: “Las tunecinas ya tenemos los derechos sobre el papel. Es la mentalidad de la sociedad lo que hay que cambiar”, asegura.

Una revolución personal

“Vivimos en una sociedad que normaliza la violencia, en la que una mujer sigue siendo vista como culpable de su propia violación o de los golpes que recibe de su marido”, recuerda Bouzewel. La activista tiene claro que el movimiento feminista en su país debe centrarse ahora en un cambio de conciencia social, incluidas las propias mujeres, que siguen sintiéndose responsables de las agresiones sufridas.

En ese sentido, Dôae Môtassim, militante feminista marroquí, considera que en el mundo árabe la lucha femenina pasa ante todo por una revolución interior. “La mujer se bate en el día a día cotidiano a través de su voluntad de estudiar, de trabajar, de asumir su vida personal. Lo difícil es asumirse a una misma, y luego, ante la familia y a la sociedad, ya se trate de su velo, su minifalda o su himen. Una mujer debería sentirse orgullosa de sus decisiones y sus actos y gritarlos al viento, bien fuerte”.

Pero los obstáculos son inmensos. Tal y como explica la investigadora egipcia Sarah El-Masry, en el mundo árabe el feminismo sigue ligado a una connotación fuertemente negativa, asociado exclusivamente a la liberación sexual, algo que casa mal con sociedades fuertemente conservadoras donde el honor de la familia y la comunidad dependen de la “decencia” de las mujeres.

El-Masry, que cubrió como periodista las protestas en la plaza Tahrir, cree que en el actual contexto de represión que sufre Egipto, el colectivo feminista está viviendo una opresión incluso mayor que el resto de movimientos de la sociedad civil. “Cuando las activistas son detenidas, explica, la policía las amenaza antes con revelar sus actividades a sus familias que con mandarlas al calabozo“, explica. “Para defender sus ideas, las mujeres deben superar tres estructuras machistas: la familia, la comunidad y el Estado”.

El de las mujeres en el mundo árabe es un combate de múltiples aristas: la batalla contra el patriarcado se compagina con la lucha contra la represión del Estado en Egipto, el sistema confesional en Líbano o la resistencia contra la ocupación israelí en Palestina, representada hoy más que nunca por la activista adolescente Ahed Tamimi. 

En una región con numerosos países en conflicto abierto donde sobrevivir un día más podría suficiente, hacer valer sus derechos se asemeja en ocasiones a una quimera, pero al igual que en el resto de rincones del planeta, las mujeres de Oriente Medio cada vez están menos dispuestas a callar. La permisión de conducir en Arabia Saudi no cayó del cielo; fue precedida de una larga campaña en la que numerosas activistas desafiaron la ley grabándose al volante y acabaron entre rejas. La guerra en Siria, que como todo conflicto bélico se ha cebado especialmente con las mujeres, ha permitido paradójicamente que, en su huida, las refugiadas encuentren nuevas formas de emancipación. En otros lugares de la región de etnias no árabes como Irán, las mujeres están protagonizando una rebelión contra el velo obligatorio, y en la región autónoma de Rojava, en Siria, las kurdas están liderando, en medio de la guerra, la construcción de un sistema social y político que lleva el feminismo por bandera.

En torno al próximo 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, en esta parte del planeta se preparan numerosas iniciativas: en Túnez y Líbano hay convocadas actos y marchas reivindicativas a lo largo de toda la semana; en otros como Egipto las acciones serán virtuales; desde el Kurdistán sirio, las mujeres han declarado que secundarán la huelga feminista que tendrá lugar en España y otros países del mundo.

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