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Los expertos dudan de la eficacia de las medidas «cosméticas» de Macron contra el islamismo radical

Cinco especialistas intentan formular respuestas al rebrote del integrismo terrorista tras los ataques de Francia y Austria por las caricaturas de Mahoma cuando se cumple el quinto aniversario de los mortíferos atentados de Bataclán.

El asesinato del profesor francés Samuel Paty a manos de un joven islamista radicalizado, en venganza por la exhibición de las caricaturas de Mahoma, ha vuelto a conmocionar al corazón de Europa. Primero, porque amenaza valores fundamentales consolidados en el continente como es la libertad de expresión; y, segundo, porque pone el foco nuevamente sobre la complejidad de las sociedades multiculturales.

Algunas interrogantes sobrevuelan la cuestión. ¿Cómo se activa el proceso de radicalización en algunos jóvenes musulmanes? ¿Qué hacer con el islamismo violento sin caer en la islamofobia? ¿Son válidas las recetas del presidente Macrom? Cinco expertos examinan para Público la naturaleza de un desafío que convulsiona medio planeta.

Todos huyen de la simplificación. No hay respuestas fáciles ni soluciones a medio plazo. Las causas son múltiples y las estrategias deben asentarse más en la prevención social que en una respuesta estrictamente securitaria. Álvaro Vicente es investigador del Programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global del Real Instituto Elcano. «Para el salafismo yihadista, –las caricaturas de Mahoma– no solo constituyen una blasfemia, sino un motivo que legitima el uso de la violencia. Incluso ven en ellas uno más de los agravios que sufre la población musulmana en Europa».

Un agravio más. Y una ofensa a uno de sus valores más sagrados. Esa es la percepción que se respira en algunas comunidades. Es evidente, señalan los especialistas, que la construcción de sociedades diversas no se ha cimentado sobre bases suficientemente sólidas. La arabista Elena Arigita aporta una anécdota muy gráfica que vivió personalmente en una de sus clases. Se produjo hace algunos años cuando se debatía en el aula sobre el canon literario del Cid.

Un alumno nacido en Murcia de padres marroquíes, español a todos los efectos, levantó la mano y contó su caso. «Cuando era pequeño, en el colegio yo era el moro. Para mí, ser moro era algo bueno. Mis padres son buenas personas y mi familia también. Pero en clase de Literatura, cuando estudiamos al Cid, comprendí lo que significaba ser moro para mis compañeros. No puedo expresar lo que sentí». Nada agradable, según parece.

El ejemplo del estudiante murciano visibiliza cómo en las sociedades plurales hay grupos que se sienten apartados de la comunidad. «Solo hay que ver cómo los musulmanes son representados en la televisión y en ciertos círculos. Cómo se sienten excluidos en la representación de los jóvenes españoles. Y eso es un fracaso educativo», argumenta Arigita. «Lo digo como docente. Tenemos que preparar a los profesores para la diversidad».

Adaptación poco armoniosa

La adaptación de los inmigrantes musulmanes en la sociedad europea del último medio siglo no ha sido un proceso que digamos armonioso. El investigador Jordi Moreras pone el foco sobre esta cuestión. «No han tenido un encaje suficientemente reconocido y válido». ¿Por qué? «Hay diferentes factores», subraya. «Hay un factor estructural. Buena parte de estas comunidades fueron construyendo el islam en Europa con sus propias manos. Por un lado, se les pide que sean leales a los valores europeos y, por otra, reciben la influencia de movimientos y gobiernos exteriores para que mantengan su singularidad. Es la tormenta perfecta», describe Moreras.

El conflicto no ha hecho sino recrudecerse en los últimos años, en opinión del antropólogo catalán y profesor de la Universidad Rovira i Virgili. «La opinión pública europea se ha dejado llevar por discursos populistas que han puesto en el punto de mira de sus odios y miedos a la comunidad musulmana», explica. «Les estamos pidiendo que formen parte de este país y, al tiempo, los rechazamos por su propia condición».

Conozcamos ahora la visión de una musulmana española no procedente del flujo migratorio exterior. Isabel Romero es, además, presidenta de la Junta Islámica de España. «El problema del radicalismo y la violencia está en todas partes. Podemos hablar de la libertad de expresión y sus límites. Pero nada justifica una acción violenta. Es incomprensible que alguien llegue al punto del asesinato por unas caricaturas. Primero, porque no representan al profeta Muhammad; y, segundo, porque esta respuesta tiene un grado de irracionalidad que, como musulmanes, no nos sentimos identificados».

Isabel Romero sostiene que la captación para el discurso integrista de jóvenes vulnerables maneja «resortes muy fáciles de hacer saltar». La situación se agrava cuando, además, nos encontramos a una población musulmana europea que en muchos países «no acaba de encontrar acomodo». De nuevo, el encaje. Infinidad de jóvenes que se sienten rechazados por su origen, cultura o religión. Y el islamismo integrista les ofrece una suerte de redención y una forma de desagravio a través de la reafirmación de su identidad.

Decenas de especialistas en toda Europa buscan un modelo interpretativo que desmenuce el proceso de radicalización y ofrezca estrategias de resolución para neutralizar o mitigar el fenómeno. Es el caso de Javier Ruipérez, director del departamento de Investigación y Proyectos de la Fundación Euroárabe. «Es un proceso muy dinámico donde entran en juego una multitud tremenda de factores». Y ojo: «La causa raíz no es el islam. Es el vehículo. Los factores causantes tienen que ver con muchos elementos distintos y los grupos extremistas se aprovechan de ciertas vulnerabilidades psicosociales, económicas y estructurales».

Algo parecido opina Jordi Moreras. En caliente y tras cualquier doloroso atentado, mucha gente elabora argumentos que ponen en la diana al islam en sí mismo como religión «que justifica la violencia». Moreras discrepa. «Eso es perder el tiempo. Y legitima el discurso que dice que el islam dicta –este tipo de violencia–. Entonces, no estamos comprendiendo nada«.

Lo que está claro es que las organizaciones yihadistas conservan su «potencial de movilización» en Europa occidental. Los recientes atentados de Francia y Austria, simples en su ejecución, lo demuestran. Así lo entiende Álvaro Vicente. «Desde que el Estado Islámico comenzara a sufrir derrotas territoriales en Siria e Irak en la segunda mitad de 2014, su estrategia ha consistido en animar a sus seguidores a que atenten allí donde puedan y con los medios que estén a su alcance». No hace falta una estructura organizativa que articule las operaciones terroristas. Solo un discurso que las aliente y un objetivo común para todos los islamistas violentos.

Combatir el fundamentalismo

Ahora viene la segunda cuestión. ¿Qué hacer para combatir el fundamentalismo violento? Las medidas de seguridad son necesarias, desde luego. Pero insuficientes. Los expertos coinciden en la pertinencia de trabajar en estrategias de medio y largo plazo. No hay soluciones simples ni inmediatas. «Debemos apelar a la sociología o a la antropología», sugiere Moreras. Y, en esa dirección, el ámbito educativo tiene mucho que decir. «No solo formar en conocimientos, sino en actitudes, en posicionamientos críticos, en enseñarle a los chavales que hay personas que piensan diferente».

Pero, bajo su óptica, la intervención social es un terreno complejo y con márgenes limitados. «La simplicidad de estos atentados nos indica que son muy difíciles de evitar. El objetivo de la prevención es intentar eliminar el colchón que legitima este tipo de acciones. ¿Qué tenemos que prevenir? ¿Al asesino o a los padres que no comprendieron lo que pasaba en el aula? ¿O a los instigadores de la red? El caldo de cultivo que legitima la acción es verdaderamente el problema».

Poner el acento en la psicología social. Esa es la dirección en la que hay que trabajar, según Elena Arigita, investigadora principal de un proyecto europeo bajo el título de Tolerancia y Paz Religiosa. «La clave no solo está en las aulas, sino también en los medios de comunicación. Es un fracaso de Europa cargar las tintas sobre un discurso unívoco sobre lo que es la libertad de expresión. A un intelectual musulmán lo primero que se le exige es que condene la violencia, como si necesitara un salvoconducto para participar en el debate público«, declara.

Es preciso intensificar los mecanismos de intervención social, pero también abrir un espacio de diálogo y reflexión común sobre las identidades diversas de Europa. Así lo entiende Isabel Romero. «La mayor parte de los musulmanes del planeta vamos a coincidir en los valores universales», sostiene la presidenta de la Junta Islámica. «Pero en Francia», matiza, «se practica un laicismo excluyente. Y no solo con los musulmanes». Pone un ejemplo: «Tengo amigos católicos o protestantes, que han tenido que celebrar la confirmación de sus hijos casi clandestinamente. Recluir la parte trascendente del ser humano solo en la vida privada no enriquece, sino que limita«.

Entramos, por tanto, en el terreno del análisis de las medidas anunciadas por el presidente Macron a rebufo del brutal asesinato del profesor Paty. Recordemos cuáles han sido las más importantes: vetar las clases a domicilio, más control sobre las mezquitas, certificación de imames, comprometer a los líderes religiosos con los valores republicanos o prohibir los símbolos religiosos a las empresas de servicio público. ¿Qué piensa Isabel Romero sobre su efectividad? «Que se persiga el radicalismo me parece estupendo, pero me pregunto cuál es el criterio para identificarlo. ¿Qué considera Macrom que es una enseñanza radical? ¿Con quién se ha sentado para identificarlo?»

A Jordi Moreras la respuesta en caliente de Macron le parece «luchar a cañonazos contra procesos que requieren una cirugía muy delicada». Y trata de explicarlo con otra metáfora: «Lo que está haciendo es enfocar al árbol, pero también al bosque que hay detrás, es decir, a la comunidad musulmana». La mayor parte de las medidas le parecen equivocadas y algunas de ellas directamente contrarias a la libertad religiosa. Por ejemplo, la prohibición de portar signos religiosos personales. «Puede acabar en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos», advierte. «No las veo. Estas medidas tienen lógica cosmética y pueden polarizar aún más a la sociedad francesa».

Javier Ruipérez tampoco considera adecuadas las decisiones del presidente galo. «El conocimiento sobre la radicalización nos viene mostrando que ejercer más control puede llegar a ser contraproducente. La intervención tiene que tener un carácter menos securitario y no provocar una sensación de agravio. Muchas veces es echar gasolina al fuego», alerta. ¿Qué hacer? «No hay fórmulas mágicas», subraya el experto de la Fundación Euroárabe. «Las labores de prevención están bastante estudiadas y arrancan con la intervención en la enseñanza primaria. Eso es básico. Dotar de capacidades a los más jóvenes para que fortalezcan sus factores protectores: gestionar la ira, resolver conflictos, desarrollar el pensamiento crítico». Se trata de estrategias a largo plazo y que requieren considerables recursos.

La Unión Europea activó en 2005 su estrategia contraterrorista. «Quince años después», explica Álvaro Vicente, «organismos comunitarios como la Radicalisation Awareness Network (RAN) admiten que todavía queda mucho terreno por recorrer, entre otras cosas porque no hay suficiente evidencia empírica que demuestre la eficacia de este tipo de iniciativas». Esa es la otra clave del reto. Verificar que ciertas políticas públicas logran realmente un impacto positivo. Javier Ruipérez también incide en esta circunstancia. «No se crean mecanismos para evaluar qué intervenciones funcionan y cuáles no. Se dan palos de ciego», lamenta. Lo que sí parece estar claro, a juicio de los especialistas, es que las respuestas efectistas no funcionan. Y Ruipérez lo expresa con una frase clarificadora: «Las medidas electoralistas no desembocan en nada».

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