La sociedad intensifica su avance hacia el laicismo coincidiendo con la crisis sanitaria y las medidas preventivas de recogimiento mientras el peso de los creyentes que practican algún tipo de religión se reduce a apenas el 8% entre los jóvenes.
La pandemia está intensificando la tendencia a la desafección de la iglesia católica en la sociedad española. Las respuestas de los ciudadanos a las preguntas del barómetro en las que el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) se interesa por saber «¿Cómo se define usted en materia religiosa: católico/a practicante, católico/a no practicante, creyente de otra religión, agnóstico/a, indiferente o no creyente, o ateo/a?» recogen cómo en los meses se ha producido un notable trasvase, de casi cinco puntos y medio, entre el segundo de esos grupos y los tres últimos, mientras el primero perdía más de uno y medio. Y siete puntos, en un país con 47,43 millones de habitantes empadronados, supone más de 3,3 millones de personas.
La evolución de los últimos nueve meses, desde febrero, el último previo a la pandemia, hasta noviembre, reflejan cómo el grupo de quienes se definen como católicos practicantes ha pasado del 20,4% al 18,8% de los encuestados y cómo el de los no practicantes ha caído del 46,6% al 41%, en ambos casos con altibajos aunque con una tendencia a situar su suma por debajo del 60% del total.
En ese mismo periodo, y también con altibajos y mientras los creyentes de otras religiones se mantenían relativamente estables por debajo del 3%, la suma de los ateos, que no creen en la existencia de un Dios; los agnósticos, que consideran que, en todo caso, eso sería algo incomprensible para el intelecto humano, y los indiferentes ante las creencias religiosas se consolidaba por encima de la tercera parte de la población, con avances de entre dos y cuatro puntos en cada uno de esos segmentos y una tendencia alcista.
«La laicidad es un valor que debería respetarse», reivindica Juanjo Picó, portavoz de Europa laica, que plantea «cómo con este nivel social de secularización es posible que se sigan dando comportamientos de confesionalidad en el Estado».
«La secularización es algo creciente en la sociedad española, con unas prácticas dogmáticas que quienes se presentan como fieles cumplen cada vez menos», añade, al tiempo que apunta cómo los estudios demoscópicos revelarían una mayor tendencia a la laicidad si incluyeran entre las variables de estudio prácticas legales como el divorcio, con más de 100.000 casos al año; la interrupción del embarazo, con más de 90.000 intervenciones por ejercicio en la última década; el uso de anticonceptivos, las relaciones sexuales prematrimoniales o la vida en pareja de hecho, que alcanzó los 1,78 millones, casi una de cada seis, el año pasado. «Esos aspectos no se calibran», dice.
El sostenido avance de la laicidad
No se trata, en cualquier caso, de un proceso reciente. Ni mucho menos. Quienes se definen como católicos pasaron en los últimos veinte años, de 1999 a 2019, de suponer el 83,6% de la población a quedarse en el 66,9%, un desplome de más de dieciséis puntos simultáneo a un avance de los incrédulos, que se han triplicado desde el 11,9% del final del siglo XX.
Esa pérdida de adeptos, que se ha desarrollado en paralelo con un envejecimiento del clero y una reducción del número de curas y religiosos, ha llegado al punto de que los diecisiete millones de ateos, agnósticos e indiferentes superan holgadamente a los 13,3 de creyentes de alguna fe que van con mayor o menor frecuencia a sus oficios y duplican con creces a los casi 7,8 que asisten con una frecuencia mensual, semanal o diaria.
Las respuestas a la pregunta «¿Con qué frecuencia asiste usted a misa u otros oficios religiosos, sin contar las ocasiones relacionadas con ceremonias de tipo social, por ejemplo, bodas, comuniones o funerales?» arrojan, por otro lado, un resultado paradójico según el cual ha aumentado la asistencia a ceremonias religiosas por parte de los creyentes pese a las restricciones de aforo por la pandemia.
La tasa de quienes no asisten a ellas nunca o casi nunca cayó diez puntos entre febrero/marzo y noviembre mientras se daban aumentos en todas las franjas de asistencia.
«La gente siente que puede disentir y manifestarlo»
Ese dato no altera, en cualquier caso, la mar de fondo de laicidad que se da en la sociedad española, que se refleja en datos del CIS como que tan solo un 8,1% de los jóvenes de 18 a 24 años se declaren creyentes (un 3,6% católicos y un 4,5% de otras religiones mientras los ateos ya son el 23,7%, los agnósticos el 11,2% y los indiferentes el 17,9%.
Los tres últimos suman un 52,8% netamente superior tanto al 37,1% de los católicos no practicantes como al 40,7% que suman estos con los que sí van a misa con mayor o menor frecuencia. «Es algo inequívoco. Cada año se incorpora más gente a la laicidad, y se trata de gente más instruida y formada. El salto es claro en la juventud, y la juventud es el futuro de la sociedad», anota Picó.
Para el psicólogo Santiago Boira, profesor de la Universidad de Zaragoza, ese progresivo aumento de la laicidad responde a la manifestación de algo latente. «Antes mucha gente se definía como católica no practicante, pero ahora hay más consciencia y posicionamientos que llevan a visibilizar esas posturas» de laicismo, explica.
«La gente sale del armario espiritual, hay más empoderamiento», anota, al tiempo que apunta que «eso es algo que tiempo atrás no se hacía por la presión social, pero hora ocurre lo contrario. Hay menos disonancia cognitiva, y la gente siente que puede disentir del ‘mainstream’ y manifestarlo», añade.
«La disidencia de la opinión cultural dominante se ha empoderado»
Para el psicólogo, ese grupo de incrédulos «ya existía, pero estaba disimulado bajo el paraguas del católico no practicante», en un fenómeno que comparte rasgos con otros como la expansión de la objeción de conciencia o, también, con la salida del armario de las personas LGTBI.
«No hay más que antes -explica-. Lo que hay es un empoderamiento para ser disidente con la opinión cultural dominante. La disidencia se ha empoderado» también en materia religiosa.
«Lo esperable era lo contrario, que la gente hubiera buscado refugio en la religión» ante la crisis sanitaria, porque «quiere certezas y seguridades, y más cuando se trata del futuro», lo que en ocasiones lleva a agarrarse a discursos de salvación, señala Jaime Minguijón, sociólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo de Zaragoza, quien, no obstante, apunta que los datos sobre la espiritualidad del CIS podrían ser matizables por los cambios metodológicos que la pandemia le ha obligado a adoptar.
La escasa confianza de la sociedad española en las religiones ya había comenzado a aflorar en los primeros meses de la pandemia, en los que una encuesta de la Universidad de Zaragoza detectó cómo solo uno de cada seis ciudadanos, el 16,5% del total, seguía considerándola una tabla de salvación mientras la ciencia y la tecnología por un lado, y la naturaleza por otro, superaban el 60%; la primera, pese a las carencias que ha ido demostrando durante la crisis sanitaria, y la segunda, a pesar de responder a una visión idealizada.