Andrés Manuel López Obrador ha asumido una muy peligrosa lógica de alianzas políticas, no sólo para su proyecto (que sería lo de menos), sino para el ejercicio de la política y la democracia en nuestro país; y es que pareciera estar dispuesto, de ser necesario, a firmar un pacto con el diablo para llegar a la Presidencia de la República.
Si algo había ofrecido diferente López Obrador era precisamente una actitud que, en los márgenes que se tienen en el ejercicio de la política, podía ser considerada como de congruencia; sin embargo, en sólo tres meses, el político tabasqueño ha dado muestras de que está dispuesto a llegar a la Presidencia al costo que sea.
Una de las peores decisiones que marcarán esta elección, sea cual sea el resultado, es la alianza que estableció con el ultraconservador Partido Encuentro Social (PES). La cuestión es tan absurda, a pesar de lo que digan sus defensores a ultranza, como si en Alemania algún partido de izquierda se hubiese aliado a un partido proto fascista.
Producto de esa alianza, López Obrador se ha comprometido con posturas francamente decepcionantes en un político que había hecho de la defensa del liberalismo y del Estado laico una de sus banderas; y lo peor es que ha llegado a un nivel de retórica insostenible.
El ejemplo más lamentable es el relativo a la propuesta de convocar a un Constituyente, que estaría integrado por clérigos, sociólogos, poetas y filósofos, los cuales tendrían el mandato de construir una nueva “Constitución Moral”. Este constituyente, prometió, se llevará a cabo en diálogo con las iglesias.
López Obrador sostiene que su idea es compatible con los principios del Estado laico; y que los postulados del PES son compatibles con su plataforma “de izquierda”; sin embargo, en estos y otros temas no argumenta, sólo afirma. En filosofía, hay que avisarle, eso se denomina como “petición de principio”.
Dice López Obrador que al constituyente de su “Constitución Moral” convocaría a filósofos. Eso está muy bien; pero como humilde recomendación, debería comenzar por convocar a aquellos que no son cristianos.
Por ejemplo, en un breve texto, titulado “Capitalismo y deseo”, escrito por Deleuze y Guattari, se lee lo siguiente: “La Iglesia manifiesta su enorme satisfacción cuando es tratada como una ideología, porque puede entrar en el debate y así robustecer su ecumenismo. Pero el cristianismo nunca fue una ideología, es una organización del poder… que ha presentado formas muy diversas desde la época del Imperio Romano y la Edad Media, y que ha inventado la idea de un poder internacional. Esto es mucho más importante que una ideología”.
Desde esta perspectiva, lo que López Obrador no ha comprendido es que se ha colocado del peor lado de la política y de la ficción democrática: en efecto, en las democracias contemporáneas todo es “transparente”, “abierto”, “público”, y sin embargo, como diría Deleuze, todo es al mismo tiempo inconfesable.
Literalmente, sostiene Deleuze: “Si la izquierda fuera “razonable”, se contentaría con divulgar los mecanismos económicos y financieros. No haría falta publicar lo privado, bastaría con confesar lo que ya es público. Encontraríamos entonces una locura que no tiene parangón con la de los manicomios. En lugar de esto, nos hablan de ideología. Pero la ideología no tiene ninguna importancia… sino la organización del poder.
Hoy López Obrador se ubica justamente ahí: en esa demencial organización pragmática del poder. Se ha colocado del lado de lo inconfesable y por ello se atreve a hacer público su conservadurismo moral.
El candidato de Morena y del PES debería acercarse a tradiciones no cristianas; porque más allá de que intente curarse en salud, diciendo que su peregrina idea la sacó de una propuesta de Alfonso Reyes, en el fondo su discurso “moralizante” marcha la vorágine perversa del poder, y de la maquinaria esquizoide y represora del deseo, sobre la que funciona el Estado en nuestros días.
Saúl Arellano
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