La capacidad de movilización que tienen las religiones es una perita en dulce de la que todos quieren apropiarse. Basta con ver la cantidad de gente que convocan movilizaciones tipo La marcha por la vida o Con mis hijos no te metas, en las cuales muchos de sus asistentes solo siguen consignas simples de sus líderes religiosos (tipo “no al asesinato de niños por nacer” o “no homosexualices a mis hijos”), sin haber profundizado más sobre el tema, sin querer siquiera escuchar opiniones divergentes.
Nadie duda del enorme poder que tienen las religiones sobre las personas. ¿Queremos añadir a ese tremendo poder la gema de la política? Es decir ¿darles además la posibilidad de establecer objetivos nacionales mediante planes y leyes, y de dirigir a la población hacia aquellos objetivos orientando el presupuesto nacional? A mí, particularmente, eso me parece más peligroso que el chasquido de Thanos.
El libro de Nicolás Panotto no discute este tema fundamental. Se queda en la argumentación de que, la opinión sobre lo errado de la participación de las “comunidades religiosas” en política, es una opinión que margina una voz importante en la sociedad latinoamericana.
Ya lo dije en los dos primeros párrafos: nadie duda de esa importancia, nos asusta.
Y con respecto a la marginación, no se puede marginar algo que es preponderante. La religión tiene muchas formas de hacer llegar su voz. Desde los confesionarios y los púlpitos de los domingos en cada pueblo y pueblito del país, hasta el Te Deum con el presidente y sus ministros asistiendo. Y tiene muchas cajas de resonancia, con sus fieles dándole espacio en sus programas de radio y televisión y en las curules del Congreso.
Panotto argumenta también que la movilización de las comunidades religiosas no debería restringirse porque pueden ser muy útiles en la lucha por derechos, por justicia y en defensa de los más necesitados… siempre que apunten hacia el lado correcto.
El problema con las religiones es que nunca sabemos hacia donde apuntarán. Un día puede aparecer una organización como “Religiones por la paz” y otro día aparecer “ISIS”. Los documentos religiosos de más de mil años, no son perfectibles como las Constituciones y las Leyes, siguen animando a guerras santas y a odiar a los homosexuales, y no sabemos cuándo alguien tomará literalmente o malinterpretará algunos de sus peores párrafos (que hay muchos).
Por otro lado, en esta discusión sobre la participación de la religión en política hay que diferenciar los laicos de los religiosos (cuando hablamos de personas naturales), y lo que en el Perú las normas llaman “Entidades Religiosas” de las asociaciones civiles sin fines de lucro que realizan trabajos por el desarrollo, conocidas como “ONGs” (cuando hablamos de personas jurídicas).
Es decir, no es lo mismo el muy opusdeísta pero laico Rafael Rey apoyando un Proyecto de Ley, que Cipriani o el pastor Santana. Con el primero es fácil disentir, por más católico que seas. Con los segundos es muy difícil si tú eres fiel de su religión. En este segundo caso tienes, al menos (si te atreves a pensarlo), un grave conflicto si crees que tu líder religioso es el representante de Dios y curador de almas.
No podemos estar en desacuerdo que personas “religiosas” como Rafael Rey o Tubino hagan política, por más que mencionen párrafos de la Biblia en sus discursos. Pero sí estaremos en desacuerdo que Cipriani o Santana, líderes religiosos (con miles de ciegos seguidores), la hagan.
En su capítulo sobre “Experiencias y testimonios…” Panotto hace una relación de personas jurídicas “religiosas”, algunas de las cuales son “ONGs” (como Católicas por el Derecho a Decidir) y, otras, agrupaciones de “Entidades Religiosas” (como Religiones por la Paz). Es cierto que cuando las Entidades Religiosas se agrupan pueden formar también una ONG, pero me parece que es clara la diferencia con las ONGs que no son formadas por Entidades Religiosas.
Lo mismo que con laicos y religiosos. No podemos estar en desacuerdo que las ONGs hagan política (por ejemplo manifestándose por proyectos de Ley, financiando agrupaciones políticas o asesorándolas), aunque los conflictos de intereses serían algo que tendría que monitorearse muy de cerca, y el tema ético (de personas que reciben dinero para determinados fines sociales y que lo dediquen a fines políticos partidarios) también (sin dejar de reconocer la necesaria labor de incidencia que deben realizar).
Pero con las Entidades Religiosas sí tenemos reparos. ¿La Iglesia Bíblica Emmanuel llamando a votar por Lay? ¿Aposento Alto apoyando al Pastor Santana en su candidatura a la presidencia? Definitivamente no. Es un tema de poder. Así como nos oponemos a la concentración de los medios de prensa y a la concentración del poder Legislativo, Judicial y Ejecutivo en las mismas manos, igual nos oponemos a que se concentre, en el mismo guantelete, el poder político y el poder religioso.
Y, como epílogo, alejándonos un poco del texto de Panotto, hay un tema adicional sobre el que deberíamos reflexionar y que toca tanto a ONGs como a Entidades Religiosas. ¿Es válido que organizaciones que hacen trabajos sociales, utilicen este para contrabandear ideas religiosas y políticas? Es decir, yo, que en tu vecindario defiendo tus derechos, o te ayudo a completar tu canasta básica, o (a nivel más nacional) te defiendo de las transnacionales, o le doy educación a tus hijos, supuestamente de forma desinteresada ¿Me puedo permitir hacer propaganda a una propuesta política o religiosa? Creo que al menos debería hacerse explícito ese interés.