A lo largo de muchos años de estudio, una carrera universitaria, un doctorado universitario y algunos que otros títulos académicos que no vienen al caso, ningún profesor me habló nunca del librepensamiento. Aunque quizás sí hubo una excepción, un maestro de primaria que tuve sólo durante un curso, a la edad de ocho años, Don Vicente, quien, aunque no empleara esa palabra concreta en sus maravillosas clases, lo cual es entendible, sí me hizo captar sutilmente que existían otros modos y maneras de percibir la realidad, por aquellos tiempos, años setenta, aún terriblemente deformada por los oscuros y tristes tintes del franquismo. Nunca le he olvidado a Don Vicente, y nunca le olvidaré, porque, aunque quizás nunca lo supiera, sus palabras y sus ideas resonaron con fuerza en mi interior.
Aun siendo una persona inquieta intelectualmente, y con altas dosis de espíritu crítico y analítico que me han impulsado siempre a buscar el profundo de las cosas y a no conformarme con la explicación superficial, llegué a conocer esa palabra y su significado sólo a través de la Universidad más importante, y que más enseña, la del deseo de saber, la de la vida. Porque vivimos en un país en que la Educación nos sigue adoctrinando en dogmas, y en supersticiones y fábulas religiosas, en que nos enseñan a obedecer, no a ser capaces de analizar la realidad ni a pensar por uno mismo. En que se imponen barreras al conocimiento, se mediatiza el saber, en el que lo que más importa es aborregarnos y convertirnos en perfectos votantes y en ciudadanos paralizados, sometidos al poder e incapaces de tomar una actitud activa con respecto a la realidad que nos rodea.
El librepensamiento es la libertad más importante de todas; una de las piezas fundamentales, si no la que más, para la construcción de la democracia. Ser librepensador significa ser capaz de construir las propias opiniones a través del análisis imparcial y objetivo de los hechos, y de dirigir el pensamiento y las decisiones de manera independiente a cualquier imposición dogmática, ya sea religiosa, cultural, política o ideológica, utilizando la razón, y no la superstición, a la hora de distinguir lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo real y lo inventado. El concepto de librepensamiento hunde sus raíces, en el mundo moderno, en los filósofos de la Ilustración francesa del siglo XVIII, y está en el trasfondo ideológico de las grandes revoluciones que consiguieron el inicio de las democracias modernas y de los derechos ciudadanos, como la Reforma, la Ilustración y la Revolución Francesa.
Lógicamente el librepensamiento es lo opuesto al dogma (concepto indemostrable o verdad, no constatada, sino impuesta y revelada), y es lo opuesto, por tanto, al confesionalismo, a la religión, que técnicamente no es otra cosa que pensamiento irracional y mágico, es decir, literalmente superstición. Sin librepensamiento estaríamos todavía implorando a los dioses la curación de enfermedades, por ejemplo, mientras que gracias a científicos y librepensadores se han encontrado las curaciones médicas reales que acaban con ellas. Sin librepensamiento aún creeríamos que la Tierra es plana, y no existiría la ciencia, ni la filosofía, ni la búsqueda de conocimiento del mundo, ni de la realidad. De tal manera que los científicos y pensadores suelen ser grandes librepensadores que se enfrentan a sus retos con las mentes limpias de las telarañas mentales que impone el adoctrinamiento que todos, más o menos, hemos padecido en la infancia; adoctrinamiento en infinidad de falsedades que nos hacen creer como ciertas, conformando el armazón de la conciencia colectiva que le es propicia al poder adoctrinador. De eso se trata, realmente; de taparnos la verdad, porque la verdad acaba con el mundo construido en base al beneficio de sólo unos pocos.
El 14 de marzo ha sido el día elegido por AMAL (Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores), en colaboración con UAL (Unión de Ateos y Librepensadores a nivel nacional) para celebrar anualmente el Día del Librepensamiento, y manifestar sus señas de identidad, que no son otras que la razón y la tolerancia, y el rechazo del dogmatismo, el totalitarismo y la irracionalidad de las religiones. Se reunieron en Madrid. Celebraron una conferencia con la intervención del Embajador Gonzalo Puente Ojea, autor de más de cincuenta libros sobre Ateísmo y Librepensamiento, y realizaron una mesa redonda en torno al tema “Los retos del ateísmo y la laicidad en el momento actual”. Que son muchos, añado.
Porque estamos viviendo un un país que ha vuelto al confesionalismo más inconcebible. Y el confesionalismo, es decir, el sometimiento del Estado a la religión, es el mayor enemigo de cualquier democracia y el camino más directo hacia una dictadura, porque conlleva la anulación implícita y explícita del respeto al pluralismo, a los Derechos Humanos y a la libertad. Vivimos en un país, decía, en el que, como en la dictadura franquista, los gobernantes están íntimamente aliados al poder eclesial; invocan a los santos, condecoran a las imágenes de vírgenes, militan en asociaciones religiosas integristas, crean y anulan Leyes en virtud de los inhumanos dogmas religiosos, reintroducen la religión en la Enseñanza Pública, benefician a los centros educativos privados y malogran la calidad y la dignidad de los centros públicos. Y no se trata de ir contra las religiones, al contrario, el librepensamiento es tolerancia en su misma definición; se trata de defenderse de ellas.
Hemos vuelto a la España de cerrado y sacristía, que decía Machado. Pero en medio de tanto disparate, existe un día, el 14 de marzo, en el que algunos españoles, no pocos, se han decidido a celebrar el Librepensamiento, es decir, la libertad, como el más grande baluarte del humanismo y de la democracia. Y que cada quién crea en lo que quiera, pero en privado, y no haciendo de sus ignorancias y sus neurosis cuestiones de Estado. Ese es la gran cuestión, porque, como dice la artista inglesa Paula Kirby, “La religión dice liberar a sus seguidores mientras los mantiene esclavos, haciéndoles besar la mano de su carcelero. No puede haber verdadera libertad mientras las religiones sigan encadenando la mente humana a sus grilletes”. Aunque aún en esas estamos.
Coral Bravo es doctora en Filología
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