o hace mucho, el día 24 de mayo, Chile conmemoró el sesquicentenario de una de las instituciones más importantes y trascendentales de la historia de la República, la Gran Logia de Chile. No exageramos al afirmar la característica de este acontecimiento, pocas instituciones en Chile pueden celebrar no tan solo 150 años sino que, pocas son las que pueden enumerar tantos logros trascendentales a través de su historia como la Masonería Chilena. No es casualidad que la solemne ceremonia de aniversarios haya contado con la presencia, en el Salón de Honor del Congreso Nacional en Valparaíso, del Presidente de la República, el Presidente del Senado, el Presidente de la Cámara de Diputados, el Presidente de la Corte Suprema, representantes de las fuerzas armadas y de orden, el saludo del Obispo de la plaza que no pudo estar presente por encontrase en el Vaticano y la presencia de las instituciones más representativas del país.
Desde el inicio mismo de la República las ideas de la Masonería tuvieron que enfrentar serios escollos para implantar las bases fundamentales del futuro de las instituciones republicanas. La oposición de quienes se opusieron a la independencia representados por la oligarquía de la tierra llamada falsamente aristocracia, la jerarquía de la iglesia romana y el papado encabezados por el obispo de Santiago José Rodríguez Zorrilla que se empeñaban en seguir poniendo obstáculos a los nuevos tiempos enunciados por la Logia Lautarina que ponía fin a los regímenes de derecho divino en América, el fin del totalitarismo de la imposición de una sola religión, un solo gobernante de por vida sin intervención del pueblo, el oscurantismo ideológico, la más extrema discriminación por origen social y de género y la bíblica discriminación por origen étnico representada por la esclavitud.
Una de las primeras disposiciones de los patriotas fue la disposición de abolir la esclavitud, con lo que demostraban que los nuevos tiempos de América significaban efectivamente No a la discriminación, libertad, igualdad y fraternidad pero que, al mismo tiempo, no sería fácil su implementación ya que los casi 300 años de dominio colonial español en Chile habían dejado una impronta de inequidad, intolerancia y dogmatismo ideológico difíciles de superar. Sin embargo O’Higgins, Carrera y los suyos habían abierto la brecha por donde pasaría el hombre nuevo de la nueva América. El bando de libertad de vientres decía en uno de sus párrafos: “Que desde hoy en adelante no venga a Chile ningún esclavo y que los que transiten por países donde subsista esta dura ley, si se demoran por cualquier causa y permanecen por seis meses en el reino, queden libres por el mismo hecho…Para evitar los fraudes de la codicia, y que no prive de este beneficio a las madres que sean vendidas para fuera del país, se declaran igualmente sus vientres, y que deben serlo por consiguiente sus productos en cualquier parte y que así se anote por causa forzosa en las escrituras que se otorgan, y en los pases de las aduanas, a cuyo fin se hará extender a los escribanos y administradores”. No obstante aquello, no fue este acto la abolición definitiva de la esclavitud por la oposición clerical y los propietarios de esclavos, todos ellos realistas, que presionaron para que esto no sucediera y se postergara la liberación definitiva. De todas maneras la así llamada libertad de vientres fue una demostración más de los ideales que inspiraban a los patriotas en oposición a los de la monarquía; al respecto vale la pena recordar que, en el imperio español la libertad de vientres fue declarada recién en 1870.
Al proclamarse la libertad de los esclavos el sacerdote católico, miembro de la Logia Lautarina, Camilo Henríquez, a diferencia del obispo Rodríguez Zorrilla expulsado de Chile por O’Higgins por su actitud conspirativa contra la República y el hecho de negarse a jurar ante la nueva Constitución republicana, afirmaba en una proclama que “Vosotros no sois esclavos: ninguno puede mandaros contra vuestra voluntad. ¿Recibió alguno patentes del cielo que acrediten que debe mandaros? La naturaleza nos hizo iguales, y solamente en fuerza de un pacto libre, espontánea y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable. Más no hay memoria de que hubiese habido entre nosotros un pacto semejante. Tampoco lo celebraron nuestros padres…Estaba, pues, escrito, ¡oh pueblos! En los libros de los eternos destinos, que fueseis libres y venturosos por la influencia de una constitución vigorosa y un código de leyes sabias; que tuvieseis un tiempo, como lo han tenido y tendrán todas las naciones, de esplendor y de grandeza; que ocupaseis un lugar ilustre en la historia del mundo, y que se dijese algún día: la República, la potencia de Chile, la majestad del pueblo chileno”.
Uno de los decretos más trascendentes y de mayor significación del Director Supremo Bernardo O’Higgins, en el que se manifiesta el carácter democrático republicano y no discriminatorio de su proyecto político, por el cual resalta la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, fue la supresión de los privilegios provenientes de la monarquía. La “veneración de los escudos de armas y por los árboles genealógicos con cuyo auxilio se mantenía una aristocracia ficticia, cuyos fundamentos eran casi sin excepción modestos empleados del rey, militares de las antiguas guerras contra los pueblos aborígenes o comerciantes enriquecidos”. El 26 de marzo de 1817 O’Higgins ordena y manda “Si en toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito, en una república es intolerable el uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza de los antepasados; nobleza muchas veces en retribución de servicios que abaten a la especie humana. El verdadero ciudadano, el patriota que se distingue en el cumplimiento de sus deberes, es el único que merece perpetuarse en la memoria de los hombres libres. Por tanto ordeno y mando, que en el término de ocho días se quieten en todas las puertas de calle los escudos, armas e insignias de nobleza con que los tiranos compensaban las injurias reales que inferían a sus vasallos. Para que llegue a noticias de todos, publíquese, fíjese e imprimase”. “Todo título, dignidad o nobleza hereditaria queda completamente abolido; ante los antedichos condes, marqueses, nobles o caballeros de tal o cual orden, se prohíbe darles tales títulos, ni ellos podrán administrarlos. Quitaran todo escudo de armas u otro distintivo cualquiera, y se consideraran como unos simples ciudadanos. El estado no reconoce más dignidad ni más honores que los concedidos por los gobiernos de América.” No cabe dudas que estos dos decretos consolidaron el odio contra O’Higgins con que la oligarquía chilena y la jerarquía eclesiástica, que avalaba los títulos nobiliarios como provenientes de quien gobernaba en nombre de dios, se prolongaría en el tiempo hasta nuestros días.
Con la Independencia y la libertad de comercio comenzaron a llegar al país comerciantes y mercaderes de los más diversos orígenes, lo que trajo consigo también que el país debía comenzar a convivir con diferentes culturas, pueblos, religiones y sobre todo con nuevas ideas que debían convivir con las nuestras. En otras palabras, Chile comenzaba a sentir la necesidad de confrontarse a esta nueva realidad y tomar conciencia de la diversidad de nuestro entorno.
La nueva diversidad, de la cual comenzaba a ser testigo Chile, tuvo otro escollo significativo. La ciudad de Valparaíso a partir de la independencia se transformó en un bullente puerto comercial donde se instalaron empresas de diversos países, principalmente ingleses, a objeto de tener presencia en este nuevo mercado que necesitaba todo tipo de mercaderías ya que la ex metrópoli española se había encargado de que en toda América no se produjeran productos industriales que pudieran competir con los productos españoles. Por lo tanto, como consecuencia de la activa y numerosa colonia inglesa en el puerto comenzaron a suscitarse problemas cada vez que fallecía uno de sus miembros, en su mayoría de religión protestante, en un país donde el monopolio de las manifestaciones religiosas pertenecían a la religión romana con la exclusión de cualquiera otra. Como consecuencia de lo anterior, sus cadáveres eran lanzados al mar o enterrados en los cerros vecinos. A raíz de aquello el Director Supremo decretó la autorización para que los comerciantes ingleses pudieran comprar un terreno donde enterrar a sus muertos de acuerdo a las normas y ritos religiosos de sus familias lo que provocó la oposición del clero romano que consideraba que la solemnidad de ritos extraños podían ser una amenaza en el mantenimiento de la pureza de sus propios ritos. Esto provocó la reacción del Ministro de Relaciones Exteriores de Chile quien expresó que “Las reliquias de la educación colonial recibidas de manos de la nación menos culta de Europa, no habían permitido a los nuevos gobiernos cimentar sus instituciones en la parte religiosa, como lo exigía la civilización y sus propios intereses y ha sido forzoso marchar con alguna lentitud a fin de que los mismos pueblos se hagan capaces de recibirlas y adaptarlas”.
Así fue el comienzo de nuestra historia republicana, heredamos lo que el imperio español se permitió entregarnos. No tuvimos imprentas, periódicos, librerías, investigación científica ni universidades en el verdadero sentido de la palabra pero, paradojalmente, si tuvimos censura y recién, la joven República, abolió la santa inquisición que siguió su tenebrosa actividad en la monarquía española hasta 1834. No se podían divulgar las ideas de la Ilustración que iluminaron al mundo. Nuestros antepasados no pudieron asimilar lo mejor de la literatura ni de la ciencia mundial que si era conocida en gran parte de Europa. Por lo tanto, no podemos extrañarnos de las diferentes manifestaciones de intolerancia y discriminación que hoy aún se manifiestan en nuestro país. Pero, también nuestra historia es testigo de los esfuerzos y el aporte de las ideas de la Masonería en aceptar nuestra diversidad en las más diversas manifestaciones culturales, ideológicas, religiosas, étnicas, nacionales, de género y, por cierto, también las diversas opciones e inclinaciones sexuales que han sido discriminadas y reprimidas en todas las civilizaciones y microclimas culturales a través de los siglos.