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Libertad de expresión

   PARA ser libres, no basta quererlo. Para que el hombre occidental sea libre ha sido necesario atravesar negros periodos de la historia, invasiones, luchas por el poder, concepciones filosóficas, guerras de religión, cataclismos ideológicos, cismas, quema de pensadores, inquisiciones, dos guerras mundiales, revoluciones sociales, trabajo agotador, renuncias, aventuras y riesgo. El progreso ha venido de la mano de la libertad. Especialmente de la mano del individuo que innova y crea y después la libertad de empresa que ha creado riqueza ordenando recursos y los esfuerzos individuales y creativos del hombre occidental. Para que ambos fenómenos hayan dado fruto ha sido necesario un caldo de cultivo esencial como es la creencia incuestionable de que el hombre es el fin y el objetivo. Precisamente cuando se abandona el concepto pagano grecorromano que sitúa a los dioses en el centro, subordinando al hombre y a la vida humana, se produce la gran explosión que da origen al progreso. Es la muerte de la historia antigua. Es el descubrimiento del gran mensaje que encierran los Evangelios cristianos y que sitúan al hombre y al prójimo como fin. Esta conquista no ha sido fácil, aún es necesario sostener quieta una jerarquía que sigue reivindicando el poder de Dios para administrarlo subordinando al hombre y esa es la causa del freno al desarrollo social y humano.
   Igualmente, para administrar la libertad, crea normas que permitan la convivencia entre los que comparten idéntica forma de vida. Una vez admitidas las reglas del juego y elevado el tono medio de la convivencia, relaja las normas y tolera mayores libertades sin crear tensiones ni riesgos.
   El problema es que hemos creado la aldea global en las comunicaciones, sin haber transformado el caldo de cultivo de la convivencia, ni se han creado normas nuevas, ni hemos elevado el tono de progreso necesario para evitar graves conflictos. Incluso se convive en los mismos lugares por efecto de las inmigraciones y no se comparte cultura, con lo que los efectos de la libertad y su ejercicio pueden llegar a ser desastrosos. El inmigrante quiere progreso pero no quiere prescindir de su cultura que posiblemente haya impedido el progreso en su lugar de origen. La guerra de los velos han sido un claro ejemplo en Francia.
   Otra cosa bien distinta no es que algunos quieran libertad de expresión en el tono y medida occidental consagrado por nuestras Constituciones, lo que pretenden es libertad para ofender al contrario, sin responsabilidad alguna, haciendo mofa de sus mayores valores aunque no los compartamos. Es el caso de las viñetas publicados por un periódico de extrema derecha danés o la campaña de la COPE contra Cataluña y sus nacionalistas, efectos buscados con fines provocativos y desestabilizadores. En estos casos debe existir una regulación clara que impida y castigue el abuso desmedido de actos basados en la libertad de expresión, cuando además en la mayoría de las veces se usa la calumnia como fundamento.
   Es claro que Occidente no quiere renunciar a sus conquistas y desea ejercer la libertad en sus fronteras interiores. Pero no es menos cierto que tal ejercicio en la aldea global ejerce una influencia hasta ahora desconocida y que si queremos evitar consecuencias negativas es preciso regularla en alguna medida, como es igualmente cierto que los que vienen han de someterse no sólo a las normas de convivencia sino a la filosofía que ha hecho posible que el progreso haya sido el motor de atracción de los mismos emigrantes.
   La reacción de Occidente ha sido clara en determinadas prácticas que corresponden a la conducta cultural de algunos emigrantes como es el fenómeno de las ablaciones, castigándolas como delito y obligando a los mismos a aceptar las normas al efecto que forman parte de nuestra cultura. De igual forma, para vivir en Occidente el emigrante ha de aceptar sus normas, incluida la libertad de expresión y no rasgarse las vestiduras cuando un occidental las ejerce como derecho. Muchos tenemos importantes dudas de prácticas como el aborto, sin embargo respetando las normas no pedimos el procesamiento de quienes las usan y nos opusimos a los que pedían su inclusión en el código penal. Los que pensamos así, simplemente basándonos en nuestra conciencia no permitimos que formen parte de nuestros actos.
   Pero es incuestionable que todo el alboroto que se ha producido en países islámicos obedece no tanto a sus sentimientos religiosos sino a un gran rechazo hacia Occidente motivado por el inacabado proceso de desaguisados que se vienen realizando. La Guerra de Irak, el problema palestino, el papel de Israel, etc. constituyen el proceso racionalizador de un odio que ha dado como consecuencias los atentados de Nueva York, Madrid y Londres y la existencia dentro de nuestras propias fronteras de las acciones encaminadas a que el problema se generalice si exclusivamente se adoptan medida de tipo policial o militar. Tampoco el fenómeno se ha generalizado en las masas, sino entre pequeñas comunidades fundamentalistas, violentas y descontroladas, que en la calle hacen mucho más ruido.
   Occidente no puede renunciar ni a su libertad, ni a la filosofía que le ha dado bienestar, ni al progreso logrado, pero sí puede contribuir a que mediante la fluidez de comunicaciones y su influencia cultural llegue a todos los rincones del planeta el mensaje de que paz, progreso y libertad son fundamentales e incuestionables para el bienestar, suavizando las posturas más fundamentalistas que si se imponen significan pobreza, esclavitud e indignidad para el ser humano a cambio de nada. La historia demuestra con Al-Andalus que la convivencia entre culturas, el respeto, la tolerancia y la interpretación adecuada de las Escrituras fueron fuente de prosperidad. ¿Sabían que el Embajador del Califato de Córdoba con Alhakem II hijo de Abd er-Raman III, en su máximo periodo de esplendor, fue el Obispo de Córdoba? Sencillamente, Alhamkem II propuso a los obispos de Toledo, Mérida y Metropolitano de Sevilla la elección de obispo vacante de Córdoba, como su padre Abd er-Raman nombró a Recemudo obispo de Elvira. El de Sevilla, como era tradicional, recogió el voto del pueblo y del clero (que más quisiéramos hoy) siendo el mismo a favor del candidato del Califa, Asbag ben Abdallah ben Nabil, quién además de obispo fue asesor personal y embajador del califato. Un ejemplo de tolerancia para todos. El progreso fue su consecuencia.

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