Todas las religiones, como todos los hombres, son hermanas, o eso oímos decir. Pero algunas parecen serlo al modo de Caín, que también era hermano de Abel. Es lo que siempre hemos considerado el punto flaco de la estrategia del Pontífice, solo por detrás de la confusión doctrinal que conlleva casi necesariamente.
Por ejemplo, el caso hindú. Cuando se piensa en intolerancia religiosa frente a los seguidores de otros credos, es habitual pensar en radicales suníes como los del ISI, y muy pocos piensan en el hinduísmo, que el Occidente asociamos más a un sincretismo pacifista y de fácil convivencia. Otra vez hemos caído en la trampa supremacista de pensar que el mundo es como lo imaginamos desde Europa.
Craso error. La India vive en los últimos años un ‘revival’ religioso muy condicionado por cuestiones de identidad nacional, en el que la religión ancestral se considera una forma de potenciar las raíces y las extranjeras, una intolerable injerencia exterior dirigida a minar el espíritu de la tierra. Desde hace algún tiempo, al fin, gobierna el Bharatiya Janata Party, un partido fuertemente nacionalista.
Es el mismo partido que gobierna en el estado central, Madhya Pradesh, el segundo más extenso del país, y allí se ha aprobado la ley anticonversión más estricta de la India (aunque no la única). La ley es lo que parece: es ilegal convertir a un nacional a una religión distinta de la propia. En principio, “por medio de la fuerza o el engaño”, pero los tribunales aplican una interpretación asaz laxa sobre lo que puedan significar estos dos conceptos. Desde 1968 hay que cursar una solicitud en comisaría para cambiar de religión.
Lógicamente, la ley es especialmente preocupante para las dos religiones que tienen en el apostolado un deber religioso: el islam y el cristianismo.
El caso es que esta ley, que prevé penas de hasta diez años, se ha aprobado el pasado enero, y ya ha habido un caso por día. El vaticanista Aldo Maria Valli cuenta algún ejemplo en su blog, Duc in altum.
Chhatar Singh Katre, un maestro cristiano, da una fiesta para celebrar que su hija ha sido admitida en la universidad, incluyendo lo que el atestado describe como una “reunión para rezar” con dos pastores correligionarios. Y los tres son detenidos, acusados de “conversión ilegal” y llevados al calabozo. Les ha denunciado el mandamás de la aldea, Deepak Patle, que asegura que los tres le intentaron convertir al cristianismo, junto a otros invitados. Un montaje bastante evidente, pero el mal ya está hecho, y el caso se reproduce por todo el estado.
Quizá convenga añadir que las condiciones de las cárceles indias no son exactamente ideales, y que la presión oficial viene de la mano de una campaña que anima lo que podríamos llamar ‘persecución de baja intensidad’, que en las zonas rurales puede volverse insoportable.
Leo Cornelio, arzobispo católico de Bhopal, la capital del estado, se ha preguntado en declaraciones a Asia News “por qué las autoridades le tienen tanto miedo al cristianismo”. La respuesta está en la historia, en nuestra historia. Los emperadores romanos, ¿recuerdan?, también le tenían miedo al cristianismo.