Emulando el Yo acuso de Emilio Zola —alegato publicado en 1898 en favor del capitán Alfred Dreyfus—, yo acuso también, aquí, al ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, al Partido Popular y a todas las personas del género masculino que comparten sus mismos criterios, de no aceptar ni respetar el derecho de igualdad jurídica y social que mujeres y hombres se supone que tienen.
Con la reforma de la ley del Aborto propuesta por Ruiz Gallardón se vulnera, diga lo que diga el ministro y las leyes que dictan los hombres, el derecho inalienable de la mujer a disponer libremente de su cuerpo y a decidir sobre su vida y sobre si quiere o no ejercer la maternidad.
Desde que, gracias al feminismo, tomé conciencia, asumí y me obligué a practicar las relaciones de igualdad entre géneros, no he dejado ni un sólo día de intentar reeducarme para superar arquetipos, conceptos y esa lista interminable de tópicos machistas que, desde que el homo sapiens se puso de pie, el género masculino ha elevado a la categoría de norma (a veces, de ley) con tal de seguir manipulando, humillando y dominando a las mujeres. Y aún así he de reconocer que mi condición masculina me lleva continuamente a tropezar en la misma piedra: a ‘soltar’, de repente, la palabra inapropiada o a verbalizar, sin pensarlo, un pensamiento… machista, excluyente y que contribuye —así lo entiendo yo— a perpetuar esas leyes injustas que todavía hoy el Poder (de los hombres) le aplica a las mujeres. No hay más que fijarse en los diccionarios (qué palabras o definiciones recogen), en la literatura o el arte, en general; en los salarios que mujeres y hombres reciben… O en cómo se plantea y ejecuta, por ejemplo, la publicidad —tan importante en los tiempos que corren para actuar y enfocar nuestras vidas—, para darse cuenta de que a la Igualdad (con mayúsculas) le falta, aún, mucho camino por recorrer.
Al género masculino, no obstante, hay que reconocerle haber… ¿permitido, impulsado, facilitado? avances notables en lo que a igualdad entre hombres y mujeres se refiere, sobre todo en Occidente; aunque creo, también, y a tenor de lo que se descubre cuando se profundiza en el análisis de la realidad, que estos avances son menos de lo que pudiera pensarse. Mas, cuando vuelven a darse situaciones que se creían superadas como la provocada por la decisión de Alberto Ruiz Gallardón de reformar la vigente ley del aborto, no queda otro remedio que concluir que los hombres (bastantes, opino) siguen sin creerse que las personas, en lo que atañe a la ley, somos iguales.
El viaje hacia la igualdad que el movimiento feminista emprendiera allá por el año 1792 (por ponerle una fecha), cuando Mary Wollstonecraft publicó su libro Vindicación de los derechos de la mujer, ha entrado en España, una vez más, en barrena gracias al gobierno del Partido Popular y a esa ola ultracatólica que inunda, otra vez, este país. Cierto es, ¡y menos mal!, que, la por ahora pretendida reforma ha provocado una reacción en cadena importante en contra de una sociedad mayoritaria que no entiende por qué una ley que funciona, libera tensiones, corrige deficiencias e injusticias, evita sufrimientos, ayuda a las mujeres más débiles o a las más desfavorecidas socialmente, etcétera, etcétera, como es la ley del aborto vigente, hay que reformarla… A todas luces, para peor.
A peor, sí. La prueba es que medio mundo se ha escandalizado con esta medida impulsada por Ruiz Gallardón; hasta “los suyos” protestan. Desde las cuatro esquinas del planeta llegan las críticas más duras destacando su espíritu reaccionario y el retroceso que supone para una sociedad avanzada y más justa restringir el derecho al aborto que, no nos engañemos, es una decisión que va aún más lejos, pues, la injusta medida de prohibir abortar, en el fondo, pretende reducir a las mujeres a simples ‘depósitos’ para los deseos de los hombres, a objetos… En definitva, a seres incapaces de pensar o de decidir por sí mismos.
Partidos políticos, movimientos sociales, estamentos jurídicos y medios de comunicación han aunado voces para denunciar una medida que hace retroceder a la sociedad española tres décadas. Periódicos como The Times, Le Monde o La Repubblica italiana han acusado al Gobierno español, en relación con este tema, de “abuso de poder” o de llevar a los españoles a situaciones preconstitucionales, cuando libertades y derechos civiles eran reprimidos por la dictadura o ni siquiera existían. The Times, afín con el ideario político de centro derecha británica, y por tanto nada sospechoso de defender postulados de izquierdas, acusa a Rajoy y a su Gobierno de prácticas políticas más propias de un gobierno autocrático que del emanado de unas elecciones democráticas.
Lo que está ocurriendo en España es, como mínimo, para echarse a llorar. O para echarse al monte, dirían otros. Llorar en un país como éste donde, quizá se entiende, mejor que en ningún otro la vida. ¡Qué paradoja! Pero a este pueblo no le dejan vivir. Sólo quieren vivir ellos. Y ellos son, con la Iglesia Católica oficial a la cabeza, los que van a condenar a miles y miles de mujeres al potro del dolor, obligándolas a abortar en la clandestinidad o a tener hijos no deseados.
La sociedad española, cada día más constreñida, no podrá quedarse mucho más tiempo callada con un Gobierno que mantiene actitudes más propias del siglo XIX que de estos albores del XXI. Un Gobierno que asume decisiones políticas que van claramente en contra del progreso social, como las tomadas por Alberto Ruiz Gallarón (reformas de la ley del aborto y de la ley de seguridad ciudadana), Ana Mato (privatización y recortes en Sanidad) y José Ignacio Wert (nueva ley de Educación) y que está promoviendo todo lo contrario de lo que predica, que, según su propio ideario, es proteger y fomentar la vida.
La reforma de la ley del aborto va a suponer, entre otras cosas, que más de 100.000 mujeres españolas (112.390 abortaron en 2012) tengan que pasar por un nuevo calvario emocional ante la auscultación pública a la que se verán sometidas, riesgos de todo tipo e inseguridad jurídica y quién sabe si no sufrirán persecución policial y, en última instancia, la cárcel, al ser obligadas —cuando viven sumidas en ese estado de angustia que les causa el embarazo no deseado— ha emprender un periplo de consultas, visitas psiquiátricas, peticiones de informes, acreditaciones, permisos, etcétera, etcétera, que ni el mismo Joset K, el protagonista de El Proceso de Frank Kafka, sería capaz de asumir sin rechistar.
Sí, yo acuso a Alberto Ruiz Gallardón de considerar a las mujeres seres inferiores, de cortarles las alas que parecían ya tener y que les permitían ser libres; le acuso de obligar a este país, España, a regresar al oscurantismo medieval; de impulsar la emigración clandestina de mujeres españolas a Inglaterra, Holanda…, como sucediera hace décadas; de humillar y maltratar a miles y miles de personas que, sin recursos económicos, tendrán que buscar soluciones para su embarazo no deseado por las cloacas más sucias de esta sociedad, donde, como se sabe, habita gran parte de la derecha más falsa de este país, y que, seguro, se nutrirá, en no pocos casos, de la indigencia e ignorancia de algunas de estas embarazadas.
Yo acuso, finalmente, a Alberto Ruz Gallardón de no querer la felicidad de los españoles, obligándoles a padecer sufrimientos innecesarios, cuando, mientras no se demuestre lo contrario, hemos venido a este mundo para gozar y ser felices. Le acuso, sí, de querer que nosotros —a los que parece que nos considera sus súbditos— comulguemos con ruedas de molino y nos gobernemos con creenicias y actos de fe cuando está claro que la única vía para la felicidad colectiva, conseguida a partir del bienestar social y moral de todos los seres humanos, es la de la Razón. Y al actual ministro de Justicia, parece que la razón le ha abandonado. Sí, para desgracia de este país.