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Legislar en nombre de Dios: el renovado vínculo entre la política y la religión en Uruguay

Legisladores coinciden en que hay una mayor presencia religiosa en el Parlamento lo que para algunos es «preocupante» y para otros un símbolo de que la religión «se despertó»

La sesión de la Cámara de Diputados del 1° de marzo de 2016 tenía todo para ser una instancia más en el Parlamento. Como ocurre cada un año, los legisladores alzaron su mano para votar por el nuevo presidente de la cámara, que luego dio el discurso con el que inauguró su cargo. Sin embargo, la sesión estuvo marcada por reproches de diputados que no estaban de acuerdo con la elección. El elegido era el nacionalista Gerardo Amarilla, que además de su rol político, es conocido por ser integrante de la Iglesia Evangélica Bautista. Su «falta de neutralidad» fue lo que llevó a que el excolorado Fernando Amado no levantara la mano para aprobar esa Presidencia y fueron repetidos los comentarios sobre “preservar la tradición laica del Estado”.

Ese día en la sala, se encontraba otro evangelista, el pastor Álvaro Dastugue de la Iglesia Misión Vida, que obtuvo una banca en esta legislatura como dirigente del sector de la senadora blanca Verónica Alonso. No muy lejos de él, tiene su banca el también nacionalista Rodrigo Goñi, que se define como “un católico que hace política y no un político católico”. A pocos metros, cuando algunos de sus compañeros de la lista 711 del Frente Amplio no puede asistir a una sesión, se sienta la mae Susana Andrade, de religión umbandista.

Hace exactamente un siglo que Uruguay existe como Estado laico. A partir de esa reforma constitucional, asociada principalmente al batllismo pero que en su momento contó con el acuerdo de blancos y colorados, dejó de ser posible pensar en una vinculación oficial entre la religión y la política. Pero en los últimos años, los legisladores comenzaron a ver algunas muestras de que ciertas ideas religiosas se empiezan a instalar ya no dentro de las paredes de un templo, sino de las del Palacio Legislativo.

“Lo novedoso es que haya grupos no católicos. Me refiero por ejemplo a los evangélicos, pero eso no quiere decir que antes no hubieran alguna representación no organizada”, indica a El Observador el diputado del Frente Amplio, José Carlos Mahía. El legislador del astorismo ocupa una banca en Diputados desde 1995 y está convencido de que con el paso de los años “ha habido un retroceso del pensamiento laico”.

“A partir de los gobiernos frenteamplistas, con la nueva agenda de derechos, algunos religiosos empezaron a ser más activistas. Eso se ve en el Parlamento porque además somos pocos desde la izquierda los que públicamente nos identificamos con la esencia de la laicidad y de tratar que los espacios religiosos no ingresen al Estado. Hay un avance que antes no había y eso me parece preocupante”, dice y aclara que su concepción de laicidad “no es antirreligiosa”.

Iván Posada, diputado del Partido Independiente, lleva el mismo tiempo que Mahía en el Parlamento y tiene una visión idéntica. Para el legislador, “es una novedad en Uruguay” ver a representantes de ciertas religiones ocupando bancas, pese a que en el Partido Nacional existió con el paso del tiempo una mayor identificación con el catolicísimo. “Me parece, de todos modos, que por ahora está marcado principalmente por determinadas personas», y se refirió al caso de Amarilla el día que asumió la Presidencia de la cámara baja.

Amarilla cree que esa instancia fue una muestra de un “cierto prejuicio, porque pensaban que se iba a convertir a la Presidencia en algo religioso”. “Yo tengo mis valores, tengo mis principios y no los escondo ni los maquillo, pero tampoco estoy en la política para evangelizar a nadie”, afirmó en diálogo con El Observador.

Según el trabajador social especializado en estudios sobre religión y política, Nicolás Iglesias, la diferencia entre Amarilla y, por ejemplo, Álvaro Dastugue, es que el primero obtuvo una banca no por su religiosidad sino por una militancia política en Rivera, de donde es oriundo. En cambio, Iglesias afirma que Dastugue es un claro ejemplo de un legislador que desembarca en el Parlamento por su estructura religiosa. “La banca era para Misión Vida (la comunidad religiosa a la que pertenece)”, sostiene.

Desde 2014, cuando la senadora Alonso se vinculó con el pastor Dastugue, Iglesias se dedicó a estudiar la relación de Misión Vida con la política, organización que tiene dentro de su estructura a los hogares Beraca.  Concluyó que “el gran cambio en Uruguay es que los grupos evangélicos creen que hay una guerra espiritual donde el mundo fue tomado por Satanás, por las leyes de la nueva agenda de derechos, y ellos son los enviados para recobrar el poder”.

Dastugue, por su parte, cree que cuando se vincula a la senadora Alonso con Misión Vida como algo negativo es para “crear un gran circo y buscar con qué pegarle o ensuciarla por temor a un crecimiento importante de su figura”. El pastor evangélico, yerno del líder de Misión Vida Jorge Márquez, compara su ideología religiosa con la que puede tener un integrante del Partido Comunista al guiarse por preceptos de Karl Marx. “Pero en mi caso es como que hay prejuicios sobre lo que vaya a hablar sobre determinados temas. Como soy religioso entonces piensan que lo mejor es no tenerme en cuenta, pero cada persona tiene una ideología por detrás y ahí veo que hay un tabú”, dijo.

El pastor siente que es su fe en Jesús la que lo formó como persona y su guía principal es la Biblia, que entiende es la palabra de Dios. Tanto él como Amarilla ven a la laicidad uruguaya como prohibitiva de la práctica religiosa. “Todos celebramos que el Estado no tenga ninguna confesión en particular, que se afilie al Estado de culto. Eso no quiere decir que los ignore o que a veces los combata. Si el estado prohíbe poner una estatua de la virgen maría, ahí está pasando a combatir. De alguna manera no quiere que la fe sea visible, la está tratando de ocultar”, afirmó Amarilla.

Así como a Dastugue lo guía su fe evangélica, para el diputado del Partido Nacional, Rodrigo Goñi, la fe católica es un pilar fundamental en su vida. De hecho, para Goñi ser político tiene que ver con el valor de servir al prójimo que pregonan los católicos. “La religión insiste mucho en que la actualidad política es una forma de realidad y una muy buena forma de hacer catolicísimo es a través de la política. Por eso siento que esa actividad me está sugerida por mi religión”, dice a El Observador.

Goñi suele participar de redes de legisladores católicos, actividades que promueven la religión  e integra un movimiento denominado Comunidades de Vida Cristiana. Para el legislador, “hay una mayor explicitación de hacer pública la religión y hay una mayor militancia de grupos religiosos”.

“Familia tradicional”

Hace algunos meses su nombre se vinculó con el de los escritores argentinos Nicolás Márquez y Agustín Laje, conocidos por impulsar el regreso a la familia tradicional y grandes críticos de la ideología de género. El diputado Rodrigo Goñi había reservado una sala en el anexo del Parlamento para que presentaran su libro titulado El libro negro de la nueva izquierda y fue criticado por grupos de izquierda y de defensa de la ideología de género. El diputado aseguró en esa oportunidad que reservó la sala porque así se lo solicitaron e incluso no fue a la presentación. Fuera del Parlamento, decenas de personas se manifestaron en contra de las ideas de los autores.
Por estos días se instaló una polémica similar que tiene al Ministerio de Turismo como protagonista. La cartera decidió declarar de interés el congreso Por la Vida y la Familia, que se realizara en Punta del Este y que tiene como oradores a Laje y Márquez. Allí asistirán Dastugue y Amarilla. Organizaciones LGTBI expresaron su rechazo a la decisión del ministerio y consideraron que se estaba declarando de interés una jornada “donde se reivindica la esclavitud de las mujeres, persecución a las religiones de matriz africana, la tortura psicológica a la comunidad LGBTI, el sometimiento de niños, niñas y adolescentes a tratamientos psicológicos forzosos y desconocimiento de la diversidad de familias”, según expresaron en un comunicado. Este martes, tras la polémica, el Ministerio de Turismo decidió retirar la declaración de interés.
Iglesias asocia estos dos hechos con un fenómeno que entiende que se está empezando a instalar en Uruguay: defender la familia tradicional. Esto le recuerda a la década de 1970 en Estados Unidos, cuando grupos conservadores de diferentes religiones lanzaron la campaña “Save Our Children” contra leyes en defensa de la comunidad LGTBI. “Era una compaña para salvar a los niños de los gays por una supuesta perversión moral y es el mismo esquema que tienen grupos uruguayos como Con mis hijos no te metas o A mis hijos no los tocan”, sostiene.

¿Y los umbandistas?

Cuando José Mujica se candidateó para presidente en 2009, la mae Susana Andrade empezó a militar con más fuerza. Era común verla en televisión o escucharla en la radio pero no por su rol político sino por pertenecer a la religión umbanda, practicada históricamente por personas negras. Andrade siente que carga constantemente con la discriminación por su vida religiosa. “Umbanda, negra y mujer”, dijo.

La discriminación que sienten los umbandas por ser considerados “los de la religión que hacen el mal” los llevó a pensar que tenían que mostrar sus actividades con mayor apertura. Primero sacó un diario y luego vio una oportunidad en la política. Andrade se sumó a la lista 711 del exvicepresidente  Raúl Sendic y se prometió que cuando asumiera su banca, de la que en realidad es suplente, abogaría por leyes en contra de la discriminación.

Desde el umbandismo, catolicismo, evangelismo o sea cual sea la fe que un legislador practica, el binomio religión-política empieza a cobrar más fuerza dentro del Parlamento y la forma en la que se interpreta depende de la cercanía con Dios. Para quienes lo sienten cerca, es una oportunidad. Para quienes directamente no lo sienten o lo quieren lejos, un tema de preocupación.

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