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Leandro Santoro: “Hay que advertir que existe un crecimiento muy fuerte de las iglesias evangélicas en la política argentina”

Amalia Granata se convirtió en la estrella de las elecciones en Santa Fe, donde cosechó 280 mil votos y siete diputados provinciales, que colocó a su frente como la tercera fuerza política en la provincia. A escala nacional, recién fue con el debate televisivo que se originó entre ella y el legislador porteño Leandro Santoro que se conoció que el segundo candidato de su lista fue el pastor evangélico Walter Ghione, quien se declaró a favor de construir en la Argentina un movimiento similar al que llevó a Jair Bolsonaro a la presidencia en Brasil. Aquí, el diálogo de Infobae con Santoro, quien supo poner el dedo en la llaga de un problema que está invisibilizado en el debate político, potencialmente peligroso si se generaliza.

—El debate que tuvo con Amalia Granata visibilizó algo que, por lo menos aquí en CABA, desconocíamos: que el segundo candidato a diputado provincial en Santa Fe de esa lista que obtuvo 300 mil votos fue un pastor evangélico. Creo que es el primero en la Argentina que ingresa a una legislatura. ¿Seguiremos los pasos de Brasil, donde prácticamente pusieron al presidente?

—Lo más interesante del debate con Amalia es que ella arrancó argumentando desde la antipolítica. Planteó que no creía en el sistema de partidos, que la política era la responsable del atraso de la Argentina, todo con un fuerte tono antipolítico. Desde ahí es que yo planteé que era una contradicción ser candidata a diputada provincial y, al mismo tiempo, hacer un discurso antipolítica. Podés plantear tus críticas, pero no impugnar el sistema. Después de eso, ella dice que su lista estuvo integrada por personalidades de la sociedad civil, entre los cuales destacó en el segundo lugar donde fue un pastor evangelista. Es evidente que hay un vacío de la política que está siendo ocupado por el discurso religioso. Nosotros creemos que el discurso religioso se puede dar en la intimidad de los hombres y de las mujeres, pero no puede ser fundamento de políticas públicas. Eso es un problema. Es lo que está sucediendo en Brasil, donde hay un giro de ultraderecha con visiones místicas, no científicas, avaladas por una suerte de teoría de la fe que permiten que un sector de la sociedad acompañe a un candidato como Bolsonaro en sus posiciones xenófobas y antigéneros. Yo no me animo a decir que aquí será lo mismo, pero hay que advertir que hay un crecimiento muy fuerte de las iglesias evangélicas, que ocupan espacios en los medios de comunicación muchas veces vinculándose a lo político, sin diferenciar roles. No se puede generalizar, no creo que sea algo que sucede en todas las iglesias evangélicas, ni todos los pastores son iguales, pero es algo para estar atento.

—¿Qué es lo que pasa en nuestras sociedades para que las iglesias evangélicas empiecen a influir en política?

—Está claro que hay una crisis de la democracia liberal, que tiene que ver con una crisis económica profunda y una crisis de un paradigma político que no logra llenar el vacío que dejó la muerte del socialismo real, de los proyectos liberales asociados a la prosperidad del capitalismo, incluso de la tercera vía de Tony Blair. Este vacío se busca llenar con algo que se llama “teología de la prosperidad”, que es una suerte de discurso político que algunos movimientos, no todos -reitero-, evangelistas empiezan a relacionar a la expiación, la reconciliación con Dios, con la salud y la riqueza. Y que la enfermedad y la miseria es fruto de haber roto ese lazo con Dios. Entonces, las explicaciones místicas-religiosas funcionan como explicación de por qué nos va como nos va. La esperanza que antes representaba el sueño americano, por decir algo, o la idea de la patria socialista, es ocupado por este tipo de expresiones. Le agrego el hecho de que la autoexigencia de productividad de los seres humanos genera un vacío existencial, que se deja ver en el crecimiento de las enfermedades psicológicas y psiquiátricas, enfermedades de la ansiedad, ataques de pánico, que generan un sujeto nuevo, con una subjetividad que se derrumba, que es ocupado por una religiosidad que se expresa en adhesiones políticas a partir del salto de algunos pastores a la arena política sin diferenciar roles.

—¿Cuál es el riesgo de que estas situaciones se generalicen? ¿De que estas iglesias avancen en nuestros parlamentos, que deberían ser laicos?

—El principal problema es que el dogma religioso reemplace el razonamiento político. Vos podés tener convicciones religiosas, lo que no podés es hacerlo en cuanto Estado, universalizando normas jurídicas a partir de preceptos no científicos asentados sobre creencias religiosas. Pongo el caso del Estado Islámico, que es extremo, pero que al interpretar supuestamente los mandamientos del Corán construyeron un Estado donde las mujeres eran sometidas a la lapidación si engañaban a los maridos, por justificación religiosa. El problema potencial es la reproducción de fanatismos, porque cuando vos no podés explicar racionalmente tus ideas y las justificás en sentimientos religiosos, deviene el fanatismo. Es algo que está latente y puede provocar también situaciones menos extremas, como la asunción de una agenda moralista, como está sucediendo en este momento en Río de Janeiro. Allí, el intendente elegido es evangelista y empezó a recortar presupuesto para carnavales y otras actividades culturales basado en creencias religiosas. Además, el Estado tiene un rol universalizador, y la religión es un asunto particular. El Estado tiene que arbitrar el interés general más allá de las creencias religiosas de cada persona. Lo religioso admite diálogo, pero a veces lo cierra porque hay cosas que están fundamentadas en el misterio o en la fe, lo que es comprensible para el ámbito privado de las personas, pero no se puede universalizar. Por ejemplo, vos podés por razones religiosas oponerte a tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero que el adulterio se transforme en delito es inadmisible.

—¿Amalia Granata es consciente de lo que está pasando?

—No lo sé. Tal vez sí, tal vez la están usando y no lo sabe. De lo que estoy seguro es de que el señor Arnaldo Walter Ghione, el segundo de su lista, ya lo declaró en varias entrevistas. Dijo que hay brasileños que lo están ayudando y que se inspira en el proyecto de Bolsonaro. Y esto está en todos los medios de comunicación, donde se ve que atrás del proyecto ProVida hay un proyecto político-religioso.

—¿Es responsable la política de este avance religioso sobre las instituciones de la democracia? ¿Qué no hizo? ¿Qué debería hacer?

—No creo que haya que prohibirles la participación dentro del sistema democrático por el hecho de aceptar que son religiosos, tienen el derecho. Sí creo que es peligroso que el pensamiento racional sea reemplazado por el pensamiento mágico. La política sí tiene una responsabilidad, como la tienen la academia y la ciencia, que muchas veces están muy atrás de los acontecimientos. Los dogmas religiosos no son negociables, a diferencia de los políticos. Son dogmáticos, son así. En política tenés una idea de máxima y en el marco de una democracia, cedés posiciones en reconocimiento del otro, siempre basado en argumentos racionales. El problema del argumento religioso es la inflexibilidad. Obviamente, yo creo que lo que está pendiente es una resignificación de la democracia liberal, del rol de los partidos políticos y de la ciudadanía. Mientras esto no se debata, este riesgo seguirá latente.

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