Lavoisier
Los más expertos sólo reconocen cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua. Toda sustancia, descubierta o no, es mezcla segura y singular de ellos. Dos contrarios, de dos dicotomías, bastan para describir cada elemento: caliente/frío, húmedo/seco. El fuego es calienteseco; el aire, calientehúmedo; la tierra, friaseca; el agua, friahúmeda. ¿Qué Química puede hacerse así? Alquimia, Química pre-Lavoisier o pre-científica. Poco o nada, en realidad.
De los apabullantes méritos de Lavoisier, no es el menor haber capitaneado el visionario lanzamiento de la primera nomenclatura química científica, metódica, ampliable. Su lema: para cada elemento, nombre inequívoco, denotativo de rasgo típico; ídem para los compuestos, con nombres delatores, en lo posible, de la exacta composición.
Una fiable nomenclatura catapultó primero la Matemática, luego la Física. Antes de Lavoisier, la nomenclatura binomial de Linneo ya triunfaba en Biología. ¿Por qué no seguir el ejemplo en Química? Poesía y humor aparte, si queremos entendernos, ¿por qué no seguir el ejemplo siempre?
Para pergeñar su nomenclatura, la Matemática siempre lo ha tenido más fácil que otras disciplinas. Su platónico reino no es de este mundo, donde todo parece mucho más revuelto y confuso. La naturaleza prefiere la mezcla y el sfumato a los pulcros tiralíneas. No sin razón, fue en Matemática donde primero se descubrieron y demostraron leyes anti dioses antojadizos y se cimentaron seguridades intumbables, de robusto consenso inter doctos.
Reina de las disciplinas, la Matemática es también la más libre y la más fácil de todas. Nos parece justo lo contrario porque en otras áreas nuestros continuos fracasos en la búsqueda de seguridades nos han hecho tirar la toalla y conformarnos con vaguedades e improbados. Con Euclides la Matemática dejó de ser indolente o vaga. Por contra, Economía, Psicología, Sociología y Politología son aún disciplinas escolásticas: no hay consenso experto allí donde las escuelas aún litigan. Es grave que nuestras «ciencias sociales» sigan esperando su Euclides. Que sigan esperando su Lavoisier es imperdonable.
Una ciencia es mucho más que una robusta nomenclatura, espejadora fiel del catálogo de realidades merecidamente distinguibles. Pero sin una nomenclatura así, ninguna disciplina es ciencia aún. Muchas «ciencias sociales» siguen aún sin metódica y ampliable nomenclatura lavoisieriana. Y así les va. Y así nos va, posmodernismo incluido.
La islamofobia
Oímos decir que alguien es «islamófobo». ¿Qué se quiere decir exactamente? El sufijo ‘-fobo’ indica fobia, es decir, gran temor o aversión al referente del lexema antepuesto: claustrofobia (fobia a los espacios cerrados), acrofobia (fobia a las alturas). Hasta aquí, todo bien. Pero el DRAE define homofobia como «Aversión hacia la homosexualidad o las personas homosexuales»; e islamofobia como «Aversión hacia el islam, los musulmanes o lo musulmán». En los dos últimos ejemplos, ¿no chirría algo?
Sí. El objeto de fobia o aversión se ha multiplicado peligrosamente por dos (o por tres). Las disyunciones, que, además, ligan cosas tan heterogéneas como personas (de carne y hueso) y prácticas o ismos, parecen inclusivas, no exclusivas, de modo que, para ser islamófobo bastaría con tener aversión hacia una sola de las tres cosas: el islam, los musulmanes, o lo musulmán. Por claridad intelectual y por seguridad, ¿no convendría despejar ambigüedades demasiado inflamables?
Un ejemplo. Encuentro desagradable el rap. Pero nada tengo contra los raperos. ¿Soy rapófobo? No sé si lo mío es aversión al rap, pero si se puede tener aversión al rap (una práctica) y no a los raperos (personas), creo que se puede tener aversión a la homosexualidad (una práctica) y no a los homosexuales (personas). Justo ésa parece ser la actitud de la mayoría de heterosexuales civilizados. Y creo que se puede tener aversión al islam, y no a los musulmanes. Debemos distinguir ambas cosas à la Lavoisier.
Otro ejemplo, aún más pertinente y esclarecedor. En los parlamentos más civilizados del mundo, quizá alguien de una facción política sienta «aversión» hacia el ideario de una facción rival. ¿Implica esto que necesaria o probablemente siente aversión por los políticos de esa facción? Claro que no: se conocen matrimonios, civiles y eclesiásticos, de políticos de banderías políticas enfrentadas. Por importantes que consideremos nuestros idearios, los idearios y las personas que los suscriben son dos entidades distintas.
El prefijo ‘anti-‘ no escapa a la confusión prelavoisieriana. ‘Antimusulmán’ o ‘antiislámico’ se usan como sinónimos de ‘islamófobo’. Pasando ahora por alto que árabes y sirios, entre muchos otros, son también pueblos semitas, el DRAE define ‘antisemita’ como «Enemigo de los judíos, de su cultura o de su influencia». De nuevo, una tríada miscible, pero heterogénea: judíos, cultura judía, influencia judía. Aunque, por claridad, preferiría que el DRAE cambiara aquí «Enemigo de» por «Reacio a», insisto, ¿no se puede ser «enemigo» de la «cultura judía», o de la «influencia judía», sin ser «enemigo» de «los judíos»? Creo que sí. Entonces, ¿cómo distinguir al «enemigo» de los judíos del «enemigo» de la «cultura judía», o de la «influencia judía»? Conviene tener dos (o tres) denominaciones distintas.
Las emociones, además, son muy diversas. Aunque el DRAE define fobia como «aversión exagerada», fobia, por su raíz, es, sobre todo, intenso temor. Aversión es, más bien, rechazo o repugnancia. No es lo mismo temer que repugnar. Temo los tigres, pero no me repugnan (al contrario). El agua parece sustancia elemental, pero gracias a Lavoisier (y otros) hoy sabemos que es sustancia compuesta de oxígeno e hidrógeno. Similarmente, no debemos confundir emociones distintas, o considerarlas indisociables. En la estantería de emociones afines a fobias y repugnancias, pero algo distintas de ellas, también están el desprecio, la antipatía, el disgusto, la desafección, el desagrado, etc. Como antaño con las insuficientes dicotomías caliente/frío, húmedo/seco, los afijos ‘-fobos’ y ‘anti-‘ no parecen bastar aquí. Siguiendo a Lavoisier, no deberíamos usar un mismo nombre para realidades objetivamente distintas. Una cosa es el temor, otra la repugnancia. Y, mucho más importantemente, una cosa son las personas y otra muy distinta los usos, convicciones y voliciones de las personas. Al menos deberíamos distinguir una cosa de otra. Pero, ¿cómo?
El cómic
En el cómic, los pensamientos y declaraciones de los personajes suelen enmarcarse en globos discretos y diferenciados. Un globo con columna de burbujas indica cavilación no verbalizada; un globo con línea discontinua, musitación; un globo con línea continua y espícula, declaración verbal. El cómic distingue gráficamente el personaje de sus pensamientos, musitaciones o pronunciamientos. Por brevedad, llamemos ‘globario’ al conjunto de globos, con su contenido, de un cómic. El globario de un personaje de cómic es cuanto ese personaje piensa, cree, declara o quiere sinceramente (si no finge).
Poco cuesta extender el concepto, e imaginar que el globario de una persona real, de carne y hueso, sería cuanto esa persona piensa, cree, declara o quiere sinceramente. Visto así, cada persona real sería titular de un globario personal, que resultaría gráficamente visible si consiguiéramos expresar, fidedignamente, en globos gráficos, cuanto piensa, cree, declara o desea de veras, en cada momento.
El área de una típica viñeta de cómic se reparte entre globos, personajes y fondo restante (ni globos, ni personajes). Imaginemos ahora un cómic normal, pero donde globos y personajes jamás solapen sus respectivas áreas. Si se dispusiera una página de ese cómic en una diana de dardos, sería fácil registrar qué dardo incide contra un personaje (dardos P), contra un globo (dardos G) o contra el fondo (dardos F). No es lo mismo lanzar dardos contra un personaje que contra su globario (se acierte el tiro, o no). Si la hoja de cómic cubre toda la diana (y no tiramos dardos fuera), nuestros dardos perforarán personajes (dardos P), globos (dardos G), o fondo (dardos F).
Nuestro discurso, en especial nuestras «ciencias sociales», deben distinguir fácilmente los ataques contra los globos o globarios de personas de carne y hueso (contra sus pensamientos, declaraciones y deseos sinceros) de los ataques contra esas personas, es decir, contra sus cuerpos, su integridad y bienestar físicos, salud y vida. Se pueden lanzar ataques o «dardos verbales» contra lo que piensa, declara o quiere un tercero, sin intentar lesionar, necesariamente, a esa persona, es decir, sin intentar dañar su integridad y bienestar físicos, salud o vida. Es lo que suele hacerse en los debates más civilizados del mundo, y lo llamamos «confrontación argumental de ideas». En un debate civilizado, muchos dardos G cruzan el aire, pero jamás dardos P.
Necesitamos distinguir, lavoisieranamente, al menos estas dos clases de hostilidad: la hostilidad física, deseada o efectiva, hacia otro; y la hostilidad intelectual hacia las convicciones y voliciones de ese otro (su globario). Que estas dos hostilidades parezcan a veces siamesas no significa que sean idénticas o indisociables. Sitiados, los tirios lanzaban proyectiles a los macedonios, y seguramente insultaban a los dioses griegos, pero ni tirios ni macedones confundían esos insultos con los proyectiles. Lanzar proyectiles contra las personas dista mucho de ser idéntico a lanzar críticas contra los globarios de esas personas. Quien no reconoce esta distinción es ignorante o indecente.
No puede ser que no tengamos medios lingüísticos, ágiles e inequívocos, para distinguir al que critica la homosexualidad, pero ningún mal (p. ej., discriminación, silenciamiento, persecución, daño físico o pogromo) desea para los homosexuales. Se puede y se debe distinguir fácilmente entre el contrario al judaísmo (una doctrina de globario) y el contrario a los judíos (que son, todos ellos, personas de carne y hueso). Se puede y se debe distinguir entre el contrario al cristianismo (doctrina de globario) y el contrario a los cristianos (personas de carne y hueso). Se puede y se debe distinguir entre el contrario al islamismo (doctrina de globario) y el contrario a los muslimes (personas de carne y hueso). Se puede y se debe distinguir entre el contrario al comunismo (doctrina de globario) y el contrario a los comunistas (personas de carne y hueso). Se puede y se debe distinguir entre el contrario al fascismo (doctrina de globario) y el contrario a los fascistas (personas de carne y hueso).
Los ismos h+m
Las personas somos nuestras creencias y voliciones de modo parecido a como somos nuestras células. Las células de nuestro cuerpo están en constante renovación; como nuestras creencias y voliciones. Hay células longevas, que parecen nacer y morir con nosotros. Otras células nuestras apenas viven unos meses, semanas o días; como nuestras creencias y voliciones. Para nuestras voliciones más veleidosas y fugaces hasta tenemos varios nombres: caprichos, antojos. Cuando alguien cambia radicalmente creencias y voliciones capitales, que antes tenía por sacrosantas, decimos, con bastante acierto, que «Es otra persona». Razón de más para distinguir nuestros cuerpos celulares de nuestras creencias y voliciones.
En peluquería y manicura pagamos a ciertos profesionales por descargarnos de células (del cabello y uñas) que incluso arrojan a la basura. Por servicios parecidos pagamos aún más al cirujano estético. No seríamos tan complacientes con torturadores dispuestos a cortarnos un dedo, arrancarnos la cabellera o abrirnos en canal.
Similarmente, mostramos grados muy variables de tolerancia respecto a los intentos de terceros por modificar nuestras creencias: admitimos desde (casi) todo a (casi) nada, según la ocasión, la creencia y el tercero en cuestión. Al dietista que altera nuestras creencias sobre alimentación saludable le pagamos por ello. Pero los más fanáticos llegan a asesinar al que ridiculiza su credo, o llama imaginario a su dios. Los fanáticos son así: juzgan que ciertas creencias y voliciones de su globario deben quedar al margen de toda crítica. Ningún intento por imponer, unilateralmente, un universal mutismo temático debe atenderse. Un mutismo temático universal impuesto es la parada del reloj de la civilización.
Hay complejas doctrinas, como el estoicismo, que suscriben miles de afirmaciones fácticas, es decir, sobre hechos del mundo («El azar no existe») y, como poco, cientos de consejos sobre cómo actuar en la vida («Vive según la naturaleza»). Es habitual denominar estas doctrinas con ayuda del útil sufijo ‘-ismo’. Platonismo, epicureísmo, liberalismo, anarquismo, nazismo, etc. son ismos de esta clase. Como estos ismos suelen emitir afirmaciones fácticas y consejos de vida, los llamo «ismos h+m», pues combinan una hechología (afirmaciones fácticas) con una moral (consejos de vida). Las afirmaciones fácticas y los consejos de vida de los ismos h+m más abigarrados ocuparían, seguramente, varios volúmenes.
Judaísmo, cristianismo e islamismo son típicos ismos h+m. Todos ellos tienen su peculiar y distintiva hechología, con miles de afirmaciones típicamente suscritas por sus respectivos correligionarios. Las hechologías judía, cristiana e islámica comparten muchos asertos. Judíos, cristianos y muslimes típicos suscribirían éste: «Sólo existe un dios». Pero judíos, cristianos y muslimes típicos no comparten todos los asertos de sus respectivas hechologías. Es una afirmación de la hechología cristiana, p. ej., que «Jesús murió crucificado y resucitó». Judíos y muslimes típicos no suscriben tal afirmación. «Mahoma es el sello de los profetas» es una afirmación del islamismo que ni judíos ni cristianos típicos suscriben. «Dios tiene un pueblo predilecto» pertenece a la típica hechología judía, pero no tanto a la cristiana o islámica.
Judaísmo, cristianismo e islamismo tienen también cada uno su peculiar y distintiva moral. Y, de nuevo, aunque esas morales tengan muchas recomendaciones comunes, no todas sus recomendaciones son comunes. «No comas cerdo» es consejo que suscriben judíos y muslimes típicos, pero no necesariamente el cristiano típico. El judío típico suscribe «Debes circuncidar a tu hijo varón», pero el cristiano o muslim típico no. «Reza cinco veces al día en dirección a la Meca» es consejo típicamente muslim, no judío, ni cristiano.
Un idioma usado por millones de hablantes no reside íntegramente, es decir, con todo su léxico e infinitos mensajes posibles, en la cabeza de ninguno de ellos. Cada hablante hace un uso idiosincrático y singular de las ingentes posibilidades léxicas y comunicativas de un idioma. Con los ismos h+m pasa lo mismo. Ningún ismo h+m reside, íntegro, en la cabeza de ninguno de sus creyentes. Cada creyente tiene un conocimiento limitado y particular del enorme volumen de afirmaciones hechológicas y de consejos de vida propios de su credo religioso, del que hace un uso idiosincrático. En todo caso, las idiosincráticas versiones de los ismos h+m que alguien puede suscribir son parte de su globario, no de su cuerpo celular, de carne y hueso. Si bien toda esa información reside almacenada en las neuronas de su cerebro, sus neuronas no son ismos h+m, sino, tan sólo, el soporte físico de una versión singularísima de esos ismos. Ningún globario está hecho de tejido celular.
El diosecillo Momo
Según la Teogonía de Hesíodo, Momo (griego Μῶμος) es hijo de Nyx, la Noche, y personificación del criticismo irreverente, la objeción, el reproche y la inculpación, la burla, la mofa, el sarcasmo y la sátira. El lenguaraz Momo sacaba defectos hasta a los dioses principales. De hecho, tan hartos acabaron los dioses del criticón Momo, que lo expulsaron del Olimpo. No hay dios que aguante críticas y burlas.
Se representa a Momo con la clásica máscara teatral, pero no en la cara, sino en la mano: Momo el desenmascarador. No obstante la impopularidad de sus críticas, «de todos los dioses celebrados por los poetas, ninguno era más útil» que Momo, dijo el gran Erasmo de Róterdam. Ningún hecho violento se atribuye a Momo, tan sólo críticas y objeciones sin fin. Momo siempre lanzaba pullas, nunca puyas. Y esto no puede ser más importante.
El vocativo de Μῶμος es Μῶμε, Mome. Momo o Mome, podemos aprovechar la feliz circunstancia de que la mayoría de los ismos h+m terminan en ‘-ismo’ para convertir a ‘-momo’ (o ‘-mome’, un monosílabo para el inglés) en neosufijo con el significado de: que critica, objeta, reprueba, vitupera, satiriza o escarnece. Criticar, objetar, reprobar, vituperar, satirizar o escarnecer son siempre arremetidas verbales o gráficas, nunca «carnales». Así pues, la última sílaba de ‘-ismo’ y la primera de ‘-momo’ (o ‘-mome’) pueden fusionarse.
La homosexualidad no es ismo h+m, pero el homosexualismo, la hechología y moral típicamente enarboladas por los defensores de la homosexualidad sí podrían considerarse como tal. Así, al criticón de la doctrina que es el homosexualismo podríamos llamarlo homosexualismomo; al criticón del islamismo, islamismomo; al criticón del cristianismo, cristianismomo; y al criticón del judaísmo, judaismomo. Hinduismomo, budismomo, zoroastrismomo, estoicismomo, platonismomo, liberalismomo, marxismomo, nazismomo, anarquismomo, confucianismomo, etc. no precisan explicación. Al portar todos estos neovocablos el componente ‘-ismo’, nadie puede confundirse: las acometidas del criticón se dirigen contra un ismo h+m, no contra personas de carne y hueso.
Si asimiláramos pronto la idea de que el sufijo ‘-momo’ (o ‘-mome’) significa que critica, objeta, reprueba, vitupera, satiriza o escarnece más bien ismos, es decir, goblarios, que personas de carne y hueso, podríamos ahorrarnos sílabas. Cuanto más corto, pero inconfundible, sea el lexema adjunto al sufijo ‘-momo’, tanto mejor. Algunos de los neovocablos anteriores son razonablemente cortos (‘budismomo’, ‘nazismomo‘), pero otros podrían acortarse aún más. Para algunos de los casos ya vistos, quizá preferiríamos las siguientes formas abreviadas, no menos inconfundibles y de significado deducible: homosexmomo; isla(m)momo; cristiamomo; judamomo; hindumomo; zoroasmomo; estoicmomo; platomomo; liber(a)momo; anarcmomo; confucimomo, etc.
¿Cómo llamaremos a la crítica, impugnación o sátira que practica el homosexmomo? Homosecmomía (con la i tónica; homosexmomy, en inglés). Y para los términos ya vistos surgen, correspondientemente, los siguientes: islamismomía o islamomía; cristianismomía o cristiamomía; judaismomía o judamomía; hinduismomía o hindumomía; budismomía; zoroastrismomía o zoroasmomía; estoicismomía o estoicmomía; platonismomía o platomomía; liberalismomía o liber(a)momía; marxismomía; nazismomía; anarc(o)momía; etc. Hay razones para perseguir los delitos de incitación a la discriminación injustificada, la violencia o el odio contra personas de carne y hueso, pero no las hay para perseguir la ismomía (en cualquiera de sus formas): la crítica (burla incluida) contra los ismos. Todo son ventajas con esta nomenclatura.
Los ismos h+m reúnen infinidad de afirmaciones fácticas y consejos de vida. ¿Se puede ser confucianismomo (o confucimomo) y no renegar de todos los asertos de la hechología o la moral confuciana? Sí. Se trata de una cuestión de grado y relevancia. Considero sustanciales mis desacuerdos con el confucianismo, no menores. Mis discrepancias con algunas afirmaciones y/o recomendaciones capitales del confucianismo son tan grandes que me considero confucimomo. Encuentro cargantemente irracional la insistencia confuciana en el incondicional respeto a rituales, antepasados, emperador, padres y hermanos mayores. Empero, de las Analectas aplaudo, p. ej., que Confucio defina la benevolencia como «No hacer a otros lo que no quieres que te hagan» (Libro XII, 2), regla de oro ética que con gusto suscribo. No obstante, soy mucho más confucimomo que confuciano.
En tiempos de Lavoisier el mercurio tenía una decena de nombres distintos. En Química la confusión era entonces un riesgo constante. En nuestros días, la confusión sigue siendo un riesgo constante de nuestras «ciencias sociales». Lavoisier pidió perdón por la revolución nomenclatural que, en aras de la claridad, no tuvo más remedio que promover. Hoy, ‘oxígeno’ e ‘hidrógeno’ son términos de uso corriente, pero fue Lavoisier quien los acuñó y postuló. Por Lavoisier ‘ácido sulfúrico’ reemplazó a ‘vitriolo’, y no cabe duda de cuál es hoy el nombre más conocido. La mayoría de nosotros aún pronunciamos con dificultad, y distinguimos peor, ácido fosfórico y ácido fosforoso, pero ningún químico se confundiría. Y eso es lo que importa.
¿Qué haremos con nuestros viejos y equívocos conceptos del estilo de ‘homófobo’, ‘homofobia’, ‘islamófobo’, ‘islamofobia’, ‘antisemita’, ‘antisemitismo’, etc.? Que los use quien quiera. Allá cada cual. El tiempo se encargará de ellos, como hizo con ‘vitriolo’, aún en circulación. Si se quiere indicar una especie de aversión a los homosexuales o muslimes de carne y hueso, me parecen mucho más inequívocos los términos correspondientes ‘antihomosexual’ y ‘antimuslim’ (o ‘antimusulmán’). Para el que sienta aversión a los judíos de carne y hueso, encuentro mucho más inequívoco el vocablo ‘antijudío’ que ‘antisemita’. ‘Muslimófobo’, ‘judiófobo’ o ‘cristianófobo’ deberían reservarse para quienes sientan terror a los muslimes, judíos y cristianos de carne y hueso.
Apenas puede dudarse de que Hitler era no sólo judaismomo (o judamomo), sino también sanguinariamente antijudío. Aún peor, para Hitler alguien como Einstein, incapaz ya de creer ni en el antojadizo dios judío, ni en la mitología judía, seguía siendo merecedor de la cámara de gas, por su ascendencia étnica. Hitler era genocidamente antijudío. Para temperamentos así ya tenemos una inequívoca denominación, binomial en este caso: ‘racista antijudío’. Como ya señalara Lavoisier, los bicompuestos bien merecen un binombre. Lo importante es no confundirnos. Lo importante es entendernos, y cuanto más, mejor.
Francisco Mota
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