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Nada hay más peligroso que las masas, especialmente si estas son mujeres formadas y preparadas, como las iraníes de hoy a las que ya no les queda nada que perder
Es emocionante ver que mujeres valientes de todas las condiciones se despojan en Irán del yugo de los velos que en nombre de la religión les cubren los cabellos desde hace más de cuatro décadas.
Pero desprenderse del hiyab es tan solo el símbolo de la liberación que reivindican. No es el velo la única forma de someter a las mujeres en nuestro país natal. Son víctimas de otras obscenidades y crueldades no tan conocidas. Cuando las mujeres en Irán son abusadas o violadas, se les acusa de haberlo provocado ellas mismas sin que puedan defenderse por no estar en un Estado de derecho. Muchas de ellas son obligadas a casarse por horas, días o semanas a cambio de dinero, un tipo de prostitución que el clero chiíta ampara y bendice con liturgia. Requieren a menudo del permiso de sus esposos, padres o hermanos para llevar a cabo transacciones legales. Y son muchas las amenazadas de ser despojadas de sus hijos si se divorcian, viéndose así obligadas a permanecer bajo la opresión del maltrato.
Y todo ello se hace falsamente en nombre del Corán. Lo sentimos por nuestras amigas musulmanas, la mayoría, desinformadas y manipuladas por su clero, que tergiversa el sentido de cada letra de su libro sagrado a su antojo e interés en las formas más rocambolescas y, a menudo, ridículas. Y otras, que son cultivadas, son cínicas por cuanto se muestran convencidas de que Dios creó la mitad de su obra para mantenerla escondida y subyugada.
Los despotismos teocráticos corrompen las conciencias humanas para justificar, mediante subterfugios, las más terribles opresiones en el nombre de Dios: la guerra santa, la tortura santa, la pederastia santa. Pretenden dominar a sociedades enteras bajo la espada de una tiranía que aniquila todo aquello que pueda poner su existencia y futuro en peligro. Pero olvidan que nada hay más peligroso que las masas, especialmente si estas son mujeres formadas y preparadas, como las iraníes de hoy. Degradadas durante 40 años en su dignidad, no temen más pérdidas porque ya no les queda nada que perder.
Nunca en la historia les ha resultado fácil a los oprimidos defenderse a sí mismos por estar desposeídos de fuerza, autoridad y recursos. Son los grupos más favorecidos de la sociedad los que se hallan en condiciones propicias para levantarse en auxilio de las víctimas. De ahí que sean los hombres iraníes los que también se están alzando para reivindicar equidad y exigir los derechos y libertades de sus esposas, madres, hermanas e hijas. Nada es en Irán más eficaz en estos momentos, pues es un principio universal bien conocido —mostrado cinematográficamente por el clásico Testigo de cargo— que si los testigos de la parte acusada testifican en contra de esta, la prueba condenatoria se hace imbatible. Irán puede ser en estos momentos un verdadero ejemplo y referente para el mundo musulmán. Sus mujeres pueden ser el revulsivo de la emancipación y la equidad de género en todos los países islámicos, del mismo modo en que los jóvenes tunecinos lo fueron para los jóvenes de toda la Primavera Árabe. La peculiar historia y tradición de este singular país, antaño llamado Persia, las avala en esa misión histórica de abanderamiento: es la cuna del primer edicto de la tolerancia (Ciro, 539 a.C.); es la cuna del primer movimiento democratizador del mundo islámico (la Revolución Constitucional, considerada la primera revolución de terciopelo); fue el escenario de una gran reforma, vanguardista y progresista donde las haya, conocida como la Revolución Blanca, que otorgó a las mujeres —entre otros derechos— el sufragio cuando en Suiza aún no podían votar.
La coyuntura de época las acompaña. Pues el #MeToo y el feminismo son, desde hace un lustro, un clamor general. Ya no hay excusas para justificar injusticias por razón de sexo. Ya no es tiempo para que los hombres lo puedan tolerar. Ya no hay economista desprejuiciado que no sepa que las desigualdades de género impiden la prosperidad del conjunto de una sociedad. Ya no es admisible que en Occidente se siga diciendo que hay que respetar los hábitos discriminatorios de otras culturas. Hay imperativos éticos que se hallan por encima de lo cultural. Hay principios universales que todo pueblo debe observar. Y es que parece que la sociedad iraní ha tomado plena conciencia de ello. Las masas de sus jóvenes se han hecho conscientes de sus potencialidades históricas para reivindicar que las normas religiosas también se caducan, y que cualquier código, aunque se tenga por sagrado, debe ser renovado al son del avance social. No en vano, Irán es también la cuna del movimiento mundial bahá’í, que antes del primer manifiesto feminista de Occidente (Seneca Falls) despojó del velo a la mujer en la Conferencia de Badasht y vinculó la emancipación de ellas al surgimiento de una nueva forma de espiritualidad acorde a la era de la equidad de género y a la necesidad de que la religión sea racional.
Rosa Rabbani es doctora en Psicología Social y premio Equidad de Género. Arash Arjomandi es filósofo y profesor de Ética en la UAB