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Amparo Mañés Barbé

Las feministas pedimos demasiado · por Amparo Mañés Barbé

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Hace unas semanas publiqué un post en redes sociales comentando la necesidad de prohibir el uso del velo en nuestro país por ser una costumbre discriminatoria que puede llegar a  comprometer la igualdad entre varones y mujeres que tanto nos está costando conseguir. Resulta curioso que, cuando las feministas rechazamos el velo por ser un claro símbolo misógino, siempre hay otras personas que, desde una supuesta superioridad moral, nos dicen: “Peor son los tacones”. Y otras añaden: “¿y qué pasa con las monjas en nuestro país?”

En el primer caso, debo decir que, en efecto, los tacones no son buenos ni saludables, pero las mujeres occidentales tienen libertad para ponérselos o quitárselos sin arriesgarse a sufrir ostracismo, una paliza o, incluso, a perder la vida. El velo islámico, por otra parte, no es de ninguna manera libre elección. Lo demuestra el hecho de que, salvo en los países islámicos, -o en los europeos a cuenta del multiculturalismo posmoderno- ¿o sería más acertado llamarlo «posmolerdo»?, ninguna mujer que no sea musulmana elege cubrirse -por entero y siempre- el cuerpo, incluso la cara y parcialmente los ojos, “para no provocar a los varones”. Y, menos aún, por «gusto». 

Con lo fácil que sería la solución más lógica: si algún varón no sabe, no puede o no quiere reprimir sus instintos sexuales más primarios y violentos viendo el cuerpo de una mujer, no debería salir de casa; o al menos debería velarse la mirada para no percibir los contornos del cuerpo femenino. De modo que, si se le ocurre salir y violar a alguna mujer, como si fuera un animal que no sabe reprimir sus más primitivos instintos, su sitio es la cárcel. Y sí: con un grado de punitivismo elevado para disuadirle a él, y a otros varones como él -sean de la religión que sean- de comportamientos tan profundamente violentos e incivilizados. Porque a nadie se le ocurriría, en ningún otro caso, que los delitos del delincuente deban ser pagados por sus víctimas ¿O es que la ciudadanía debe quedarse en casa y velarse para que los delincuentes no vean las joyas u objetos valiosos que posee? 

En cuanto a las monjas, la comparación es falaz; ya que no se trata de mujeres corrientes como en el caso de las mujeres veladas, sino de aquellas dedicadas “profesionalmente” a la religión, siendo verdad que todas las confesiones religiosas son profundamente patriarcales, en especial las monoteístas. 

De ahí que en algunos conventos se mantengan las costumbres de los patriarcados de coerción, obligando a las monjas a cubrirse como en ese tipo de patriarcados. Eso solo demuestra la misoginia de las religiones y la necesidad de dotarnos de estados laicos como una de las garantías para la igualdad entre mujeres y hombres. Además, si cualquier monja decide abandonar el convento, “los hábitos”, es lo primero de lo que se despojan.

La realidad es que el velo constituye una muestra de dominio masculino y de sumisión femenina que se pretende mantener y exigir, también en Europa, a las mujeres musulmanas. Y detrás del velo está toda una serie de costumbres que minorizan a dichas mujeres mientras otorgan plena supremacía a los varones. Como, por ejemplo, que las muchachas de esa religión vean muy dificultada la práctica deportiva que sí se estimula, en cambio, en los muchachos. 

Por cierto, ¿se han fijado cómo molesta el fortalecimiento de las mujeres a los varones en cualquier país y religión y cómo boicotean la práctica deportiva femenina en cuanto pueden? Basta remitirse a los muy recientes Juegos Olímpicos y a los inminentes Juegos Paralímpicos, donde las mujeres están siendo relegadas por varones que aprovechan su ventaja física injusta (bien sea por la vía de la intersexualidad, bien sea por la vía de la ideología queer) con la aquiescencia de la patriarcal cúpula olímpica.

En fin, por mucho que se empeñen quienes lo defienden, lo bien cierto es que no hay comparación posible entre la situación de las mujeres en patriarcados de coerción o en patriarcados de consentimiento. Sin que ello signifique, ni mucho menos, que nos debamos conformar con patriarcados “más moderados”. Por eso, al mismo tiempo que denunciamos la hipersexualización occidental, también denunciamos la situación de nuestras hermanas más oprimidas. Porque las feministas debemos apoyarnos mutuamente y siempre. Sin excusas ni fronteras.

Además, conviene diferenciar muy mucho -y en cualquier cultura- las costumbres bárbaras –que deben erradicarse- de otros aspectos de esa misma cultura totalmente respetables. Si tirar una cabra desde lo alto de un campanario es una costumbre bárbara que no merece entrar en la categoría de “cultura”, subordinar a las mujeres es una costumbre, más bárbara todavía, que resulta totalmente inadmisible como parte integrante de la cultura de ningún pueblo. Porque la barbarie machista, en cualquiera de sus manifestaciones, jamás puede ser justificada como cultura. Y si no, que se lo digan a las mujeres afganas, muertas en vida desde hace ya justo 3 años, con la permisividad o la indiferencia del resto del mundo.

Por eso no debemos aceptar que vengan varones de otros países a demostrarnos todos los días lo que ellos hacen con sus mujeres. Igual que no queremos mutilación genital femenina o matrimonios forzosos, tampoco queremos velos ni aquí ni en su país de origen. Pero, al menos aquí, se supone que el valor constitucional de la igualdad debe primar sobre cualquier discriminación por razón de sexo y por eso es exigible la radical prohibición de esas bárbaras prácticas. Sobre todo teniendo en cuenta que, en el caso del velo, el nudo gordiano no reside en la libertad de ponérselo, como pretenden algunos, sino -precisamente- en todo lo contrario: en la libertad de quitárselo. Y, si no se prohíbe, demasiadas mujeres se verán presionadas para usarlo sin querer hacerlo en realidad.

Además, admitir comportamientos tan visibles de desigualdad entre varones y mujeres nos debilita a todas, dando alas a la misoginia patria de derechas, y también de buena parte de la “izquierda”, que -ante ejemplos tan patentes de subordinación- nos pregunta a las demás que “de qué nos quejamos” y hace posible que los varones se permitan afirmar que las mujeres occidentales “nos hemos pasado” en nuestros derechos. Sin empacho y sin vergüenza. Dando buena cuenta de la insidiosa penetración social del patriarcado el hecho de que algunas mujeres lleguen a pensar lo mismo. 

A este respecto, sería interesante y exigible a quienes opinan que las mujeres «nos hemos pasado reivindicando la igualdad», que nos ilustren con detalle sobre dónde exactamente nos hemos pasado y sobre los argumentos en que basan su opinión. Con seguridad, al intentar razonar esa impresión subjetiva, esas personas podrían darse cuenta de lo injusto de su irracional opinión, cuando todos los datos avalan que la desigualdad se mantiene y, en algunos aspectos, incluso se acrecienta. Por eso precisamente no lo harán. Es más cómodo y autocomplaciente instalarse en opiniones infundadas que tener que argumentar, razonar y documentar esas opiniones.

Por cierto, dejen la mala costumbre de tachar de supremacistas blancas o de racistas a las feministas cuando denunciamos los hábitos patriarcales allá donde se produzcan. Nosotras no criticamos culturas, etnias, razas u orígenes, sino el comportamiento misógino injusto, injustificado e injustificable de los varones con independencia de culturas -incluida la nuestra- etnias, razas u orígenes. Porque, como digo, el machismo y la misoginia no son cultura sino barbarie.

Y, si tanto interés tienen en etiquetar al feminismo, ya les ayudamos nosotras: Somos ANTIPATRIARCALES y nos oponemos a cualquier forma o manifestación del sistema patriarcal; así como a cualquier «patriarquito» de izquierdas o de derechas que pretenda defender o negar nuestra opresión. Lo que significa que no queremos subordinar a los varones, como -al contrario- estos siempre han hecho con las mujeres, sino que perseguimos la igualdad de derechos y oportunidades entre unas y otros y el cese de toda la violencia machista. Ese, y no otro, es nuestro objetivo y nuestra razón de ser feminista. 

Al parecer, para muchos hombres, y también para algunas mujeres, eso es “demasiado pedir”.

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