Para los padres es una enseñanza beneficiosa que los aleja de la calle
Para muchos padres es una forma de acercar a la realidad el sueño de su vida, que su hijo se convierta en un ejemplar musulmán, en un imán de barrio, que encarne la palabra del profeta. Para otros menos conservadores es simplemente una forma rápida de resolver las vacaciones de los pequeños. También algunos padres lo ven como la alternativa más económica para paliar el largo verano.
El Msid es, además de una escuela coránica, un lugar de culto donde decenas de niños conviven hasta que se cierra la oscuridad, aprendiendo al detalle el Corán, los preceptos de la religión islámica y la historia del Islam. Los niños pasan jornadas enteras imbuidos de las páginas del libro sagrado, recitando, escribiendo, recitando… Hasta memorizarlo.
Futuros teólogos
Sin rechistar, sin levantar la cabeza, ni la mirada, los futuros teólogos disfrutan de unas vacaciones bañadas en versos de Alá. Son más de 6.000 suras (capítulos) que requieren años de lectura para aprenderlas sin lagunas. Pero alguna vez tienen que empezar. «Mis hijos están inscritos en horario intensivo, prefiero que pasen el verano en la escuela a gamberrear en la calle», comenta Habiba. Este diario acompaña a sus hijos, de 11 y 8 años, hasta el Msid de un barrio popular de la ciudad de Mohamedía, para retratar la vida de estos alumnos. Es su segunda temporada.
Los días transcurren todos iguales entre las paredes de esta vieja escuela de donde salen, tras continuar la formación en colegios religiosos de un nivel superior, ilustres profesores en teología islámica, jefes de mezquitas, grandes oradores de versículos y también surgen hombres hafiz, una suerte de trovador coránico para aniversarios y entierros.
Abre la puerta Lahcen, el fqih (profesor) de la escuela. Llama la atención su cuidada y larga barba. Aparece ataviado con un jobador blanco impoluto (traje tradicional parecido a la chilaba), gorro de tela y zapatillas marroquíes de color azafrán. «¡Marhbabikoum!» (Bienvenido), dice este joven prodigio que bebió del islam durante años, optó por los estudios islámicos siguiendo la estela de su padre, un imán de altura, y ahora, a sus 45 años, dirige esta pequeña escuela decorada al estilo tradicional: suelo cubierto con alfombras y esterillas, sofá de pieles de oveja, una estantería con coranes y cientos de tablas de madera –el método tradicional de enseñanza islámica– en donde los niños encuentran la tarea menos ardua y más entretenida.
Se sientan en forma de coro, y con el cálamo y la tinta, los alumnos dibujan sobre la madera los versículos, siguiendo los dictados de Lahcen. Si la escritura es inteligible, el fiqh da la orden para la lectura colectiva con la que se enseña a los niños a realizar una buena dicción. Los ecos de la musicalidad que emana de las voces infantiles llegan hasta el exterior de la escuela. No es raro ver a alguien detenerse, contemplar los alrededores y escuchar los cánticos coránicos.
Tras numerosas repeticiones, los chavales abandonan el tablero y comienzan el recital, pero ahora de memoria. Con tres errores consecutivos, el alumno es merecedor de un leve golpecito con el mach, un látigo fabricado con ramas de naranjo u olivar. «Pero si lo hacen bien, también son merecedores de chocolates, frutas y caramelos», comenta el disciplinado fqih, que pese a su rectitud en la enseñanza tiene gestos más laxos comparado con su padre, quien apenas recompensaba los esfuerzos de los alumnos y cuando lo hacía, era con buñuelos y pan con azúcar.
Acusaciones
Lahcen hace una pausa para dar detalles de la importancia del Msid en la educación de los pequeños, y reprueba firmemente las especulaciones sobre casos de pedofilia que a veces existen en torno a algunas escuelas islámicas. «No se puede generalizar llegando a desacreditar estos centros. Los casos de pedofilia existen en todos los sitios; en la calle, en las iglesias, en las sinagogas, en las comisarías y tribunales, en todos los sitios», manifiesta. Se excusa para proseguir con la clase.
Sin embargo, la familia Darsan, con dilatada experiencia en el Msid, renunció a que sus hijos volvieran a ingresar en la escuela. Batula Darsan tomó esa decisión «por la mala fama», y porque se «dio cuenta de que solo se les educa en la ciencia coránica». «La formación –afirma– se debe completar con algo más material, además de lo espiritual».