«Nosotros apostamos por un Estado laico, siempre lo hemos hecho». Habla así una persona que acaba de acceder al poder ministerial, preguntada este pasado viernes por la ponencia que el PSOE abordará en su 40º Congreso de octubre sobre la reforma de los acuerdos de España con la Santa Sede, originarios del franquismo (1953) y revisados en plena Transición (1979) Nunca en «plena» democracia. Las cosas en este país van exasperadamente despacio para quienes apostamos por un Estado avanzado en derechos y libertades, aperturista, progresista, laico y republicano, sin cargas como las del muy pesado poder católico, cuya influencia en la sociopolítica española sigue vigente
Estos días es inevitable acordarse de que antes de que José Luis Rodríguez Zapatero llegara al poder, en 2004, tuve la oportunidad de charlar durante una entrevista sobre este asunto con uno de los miembros de su equipo más estrecho que, posteriormente, sería miembro del Consejo de Ministros y responsable de Justicia en la primera legislatura y que hoy es eurodiputado del PSOE. Juan Fernando López Aguilar fue muy claro respecto a la necesidad de actualizar, por lo menos, los acuerdos de la Santa Sede con nuestro Estado español, teniendo en cuenta que en 2000, cuando Zapatero alcanzó la Secretaría General del PSOE (2000) hacía 21 años de la última revisión, además, en una etapa de mucho poder todavía de las elites franquistas. Esta cuestión, argumentaba López Aguilar, era obligada para un Gobierno socialista que se declaraba laico.
Han pasado otros 21 años -y van 42- y el PSOE de Pedro Sánchez vuelve a retomar la propuesta de actualizar los acuerdos con el Vaticano, después de que los dos Gobiernos de Zapatero rechazaran incluso sacar adelante su propuesta de ley de Libertad Religiosa y de Conciencia, que quedó en el cajón de la Vicepresidenta Primera Teresa Fernández de la Vega cuando fue relevada por Alfredo Pérez Rubalcaba en 2010, un año antes de llegar Mariano Rajoy a La Moncloa. Entonces, los partidarios de ambos socialistas se echaban la culpa por haberla congelado cuando ya estaba lista y suponía la antesala de la reforma de los acuerdos con la Santa Sede, pero Zapatero tenía la última palabra y la presión del poder católico era «insoportable», decían, tras ver la luz las leyes del matrimonio igualitario y del aborto esos años. Lo cierto es que con Rubalcaba ya en la oposición a Rajoy, el PSOE volvió a presentar una proposición no de ley (PNL) para sacar adelante el proyecto normativo que dejó hibernar estando en el Ejecutivo. El clásico, vamos.
Es bueno recordar todo esto para generarse las expectativas justas a la hora de seguir ponencias en congresos, convenciones o incluso, programas electorales. La actualidad nos come a los periodistas y las promesas de los políticos de un calado tan reformista se olvidan por la complejidad que suponen e -insisto- la lentitud exaperante a la hora de asumirlas, con honrosas excepciones como las dos anteriormente citadas, la salida de Franco del Valle de los Caídos o el fin del servicio militar obligatorio. Éstas y otras demuestran que cuando se quiere de verdad, se puede.
El PSOE se declara laico y republicano desde sus inicios. Y tenemos un Estado aconfesional, según la Constitución, y católico de facto. Pero si fuera aconfesional –un término que confirma un laicismo ligerito, de quiero y no puedo, para no molestar demasiado a los purpurados-, los privilegios del catolicismo en España hacen tiempo que habrían desaparecido, si bien es cierto es que la misma Carta Magna establece una mención a la Iglesia Católica que la eleva por ecnima del resto de confesiones (Art. 16.3 «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones«) Tenemos, asimismo, un Estado monárquico parlamentario apoyado firmemente por el PSOE y que debe entederse a imagen y semejanza de la «aconfesionalidad» constitucional, esto es, como una especie republicanismo light, en donde se dice que la Corona pinta poco e incluso, nos beneficia (¡¡). Aunque con el derroche de corrupción de Juan Carlos I, cuesta creer que sigan intentando vendernos esa burra, pero así estamos.
El problema de estos principios tan ingrávidos en un partido como el PSOE es la falta de consistencia que generan, primero, en la credibilidad pública y, segundo, en el incumplimiento de la parte beneficiada, y me explico: Iglesia Católica y Corona, conscientes de su poder sobre un partido laico y republicano de levedad contrastada, hacen y deshacen literalmente lo que les da la gana. Reciben sus beneficios del Estado (suyos y míos) y si te he visto, no me acuerdo. Ni siquiera se limitan a no molestar, sino que se pasan el día metiendo el dedito en el ojo de las políticas progresistas y haciendo ruido a través de sus terminales, incluidas y sobre todo, las mediáticas. No aprendemos y, claro, así no hay manera.