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Laicos como Dios manda

FILOSOFÍA. Fijar los límites entre la esfera pública y la privada en la práctica de la religión no es nuevo. Lo peor es que no se escuche a quienes conocen la razón.

Elegir cuánto de más o de menos aceptamos que el Gobierno se inmiscuya en nuestra vida diaria, pese a que nunca se ha debatido, es una invitación a separar la vida pública y la privada en términos filosóficos. Una cuestión sin resolver desde hace siglos. Por ejemplo, la necesidad de elegir entre laicismo y laicidad. Dos términos que en abril del 2008 la fundación Fundéu –que difunde a través de la agencia Efe cómo nos equivocamos a diario los periodistas en el uso de las palabras– sentenció: «Laicismo es la doctrina, laicidad es la cualidad». Ayer, llevada esa diferencia al Ateneu barcelonés, en la tertulia Cruïlla de debat que dirige Enric Cirici, con la presencia de la filósofa Begoña Roldán (UB), la cosa iba cambiando.
Seguidora de Kant y lectora de Habermars, Roldán expuso, con firmeza y sin guión, ante un senado de profesionales maduros, sus años de trabajo de investigación sobre cómo asentar la convivencia en Catalunya en los años venideros. Su distinción de principio: «Laicidad es cuando el Estado respeta la libre conciencia individual y el resto de ciudadanos respetan opciones distintas», y laicismo es «una manera de limitar, poco a poco, la libertad de conciencia».
Roldán expuso, ante un público deseoso de llevarle la contraria, que en España no se ha entendido ni el laicismo ni la laicidad. Es una cuestión de relación entre el Estado y el ciudadano: «En España tenemos un problema. Nuestro Estado es laico, pero a veces es laicista». Un aviso sutil y provocativo –porque Roldán es filósofa– de advertir a políticos y tertulianos de que no han encontrado la manera de afrontar lo que ya ha llegado y que no se va a marchar: la diversidad social.
Tal como actúan todas las administraciones ante el reto de la diversidad, sostiene Roldán, es una prueba de que se mueven todavía con criterios de laicismo (imponer una convicción) frente a la laicidad, que es dejar que cada uno, con su comunidad de valores, pueda organizarse sin imperativos del Estado. Roldán propone distinguir entre «lo que es justo y lo que es bueno». Aquello que los ciudadanos han de asumir obligatoriamente es lo público, lo justo, que ha de ser respetado por todos. Y lo privado, la felicidad particular, es lo bueno, y también debe respetarse. Total, que somos muy laicos sin dejar de ser creyentes.
Hablar de cosas tan trascendentes en una almuerzo-coloquio no impidió que los comensales dirigieran miradas cariñosas y algo más a Jaume Rosell, padre de Sandro, precandidato a presidir el Barça. «¿El club es una religión?», le preguntaron. Y respondió: «No. Es un sentimiento». Otro laico.

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