Los escritos de Andrés Carmona aparecidos recientemente en la web Filosofía en la Red, también reseñados en el Observatorio de la Laicidad, Nuevos retos de la laicidad, seguido de Feminismo y Laicismo, y otros posteriores, analizan la relación del laicismo con el tema de la prostitución; en el primero más como de pasada, en los siguientes ya más a fondo, incluso con su derivada en relación con el feminismo, concluyendo con la opinión de que la postura más coherente del laicismo es estar a favor de la legalización de la prostitución por entender que de esa forma es como se respeta verdaderamente el derecho a la Libertad de Conciencia (LdC) de las personas que quieran dedicarse a ello. En esa misma línea argumental, se opina que el laicismo tiene que estar más de acuerdo con el feminismo de la igualdad que con el feminismo de la diferencia.
Discrepo de esta conclusión de Andrés en lo que atañe al laicismo y su relación con la legalización de la prostitución (aunque no entro en el tema del feminismo), aportando los siguientes elementos de valoración:
La base argumental existente en esos artículos es que prohibir la prostitución va en contra de la LdC individual de quien quiera prostituirse. De ello deduce que como la defensa de la LdC es un principio clave del laicismo, éste no puede prohibir la prostitución, lo mismo que tampoco podría obligarla. Estando de acuerdo con este planteamiento a nivel de lo individual (a falta de concretar lo que comportaría prohibir), discrepo de que la no prohibición de la prostitución individual suponga necesariamente su legalización a nivel de sociedad, como así resulta del artículo, y, por tanto, que el laicismo más coherente es el que está a su favor. Esta deducción la considero simplemente errónea en términos de una dicotomía excluyente -Prohibición versus Legalización- que, además, está ya superada en los debates de la prostitución. De hecho, en los artículos se evita tratar la postura Abolicionista.
La mención que en tales artículos se hace del derecho al aborto como análogo al derecho a la legalización de la prostitución, tomando en ambos casos la LdC individual para justificar lo que sería una postura laicista favorable, supone una endeble disfunción comparativa ya que si bien lo considero correcto en el primer caso no puede serlo, en mi opinión, en el segundo por partir de supuestos diferentes que se podrían argumentar. Pero no quiero desviar la atención con esta digresión que podría ser motivo de tema aparte.
Porque no es tanto la opinión personal, moral, política-social, o del tipo que sea, que cada cual pueda tener sobre la prostitución, -la mía es abolicionista, contraria a su legalización, pero que ahora no viene al caso-, sino que mi discrepancia es por esa aplicación argumental de fondo que se hace con la LdC y el laicismo para justificar la legalización de la prostitución e, incluso también, la pornografía.
La LdC es obvio que debe ser garantizada y protegida, de forma completamente libre, en el estricto ámbito del fuero individual de cada persona, sin restricción de ningún tipo, como derecho que no admite interferencia o discriminación alguna. La práctica o manifestación pública de esa individualidad también es un derecho de tal calibre, a proteger siempre que se mantenga el respeto a los DD.HH. y al Estado de Derecho como valor superior de convivencia democrática en pluralidad.
La LdC no puede, por tanto, “estirarse como un chicle” para justificar todo, o casi, ni tampoco como «cajón de sastre” donde todo quepa por encima de ciertos límites o valores personales o colectivos. Menos aun cuando la LdC, y por ende el laicismo, se esgrime como argumento de autoridad indubitada sobre posturas que salen del entorno individual para entrar en el marco común de convivencia. Y es en ese marco común donde, para el caso de la prostitución, opino que supone una inasumible distorsión argüir la LdC y el laicismo para validar su legalización como un aparente revestimiento de democracia y libertad.
Porque existe otro principio fundamental del laicismo que es el de la Igualdad de derechos y de trato, de forma pareja al de la LdC. Y aunque por la LdC pudiera justificarse -que no sería el caso- que el laicismo validara la legalización de la prostitución, es claro que estaría inmediatamente negado cuando ocurre que tal ejercicio confronta de forma inequívoca con el principio de Igualdad, además de con otros principios como el de la dignidad de la persona y la violencia de género.
Ninguno de ambos principios laicos, LdC e Igualdad, puede ser evaluado y aplicado en términos académicos, o sobre una sociedad teórica o idílica, sino en el marco de una realidad social y política concreta. Y esa realidad muestra la palpable desigualdad que existe de la mujer respecto al hombre. Es el patriarcado. Y bajo esa desigualdad, no se puede invocar una LdC ni un laicismo que valide la prostitución como categoría social a ser legalizada en el ámbito público.
La prostitución, como escuela de desigualdad hombre-mujer que lo es (además de otras cosas), no puede ser asumida ni menos aun legalizada, con el paraguas de un laicismo que debe confrontar, también, con el actual marco de un neoliberalismo económico donde todo se compra y se vende, también en lo sexual, con tal que se tenga capacidad económica o poder real o simbólico. Un marco también en lo cultural donde la prostitución se presenta bajo el espejismo del igualitarismo y la libertad de consentimiento, además de con otros pseudo-argumentos como el del empoderamiento de las propias mujeres, el mal menor, los derechos “laborales”, la “libertad” individual, contra la moralina y el victimismo de las propias mujeres o el paternalismo de las opiniones contrarias, etc.
Además, ocurre que la postura a tomar por el laicismo ante esta situación, como sucede con otros muchos temas, debe también enmarcarse en el modelo de sociedad y de relaciones interpersonales a los que aspiramos, de mayor justicia, igualdad, libertad, etc., aspectos donde la prostitución tiene poco que aportar.
DIGRESION FINAL: el debate sobre la prostitución requiere aclarar los términos en debate. En saber sobre qué hablamos cuando se habla de las distintas posturas ante la prostitución. Porque, por ejemplo, ¿qué se quiere decir con prohibir la prostitución? Es decir, ¿qué cuestiones prácticas, concretas, de tipo legal, de comportamiento o de otra naturaleza, se derivarían de tal prohibición? ¿penar a las mafias, también a las prostitutas, a los clientes, a la publicidad? Porque no sería lo mismo una cosa que otra. Al igual que clarificar lo que comportaría la legalización, o la abolición. Porque en un tema tan controvertido no valen los sobreentendidos. No se puede confundir legalizar la prostitución con la conveniencia de regular/legislar, pensando que ambos términos comportan lo mismo. Posiblemente, por cuestiones del lenguaje y del debate existente, se entiendan que son igual, pero no lo son. Porque la postura de abolir la prostitución comporta una determinada forma de regular la prostitución (en este caso, legislando penalizar al cliente) que no coincide, sino más bien difiere, de la que se derivaría de quienes abogan por legalizar (como “trabajo sexual” o similar). Ambas posturas es evidente que regulan/legislan, lo que pasa es que en un caso se hace en un sentido que es contrario del otro, porque parten de fundamentos y objetivos contrapuestos (aunque ambos puedan tener alguna zona coincidente que regular). No clarificar el alcance de la terminología embrolla el debate. Al igual que se embrolla cuando el tablero de juego del debate se limita entre prostitución voluntaria o forzada, o cuando se trata de “debates de salón”, que obvian las condiciones concretas de la prostitución aquí-y-ahora y los valores laicistas, o de otro tipo, del modelo de sociedad que se pretende defender.
Juanjo Picó
Madrid Laica