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Laicismo y paz · por Federica Spotorno

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En estos tiempos que corren, con el miedo de una escalada militar en Ucrania y otras consecuencias difíciles de prever de conflictos tapados por el confinamiento, quisiera recordar los vínculos entre laicismo y paz.

Entre los grandes impulsores del laicismo, las guerras europeas de religión que siguieron a la reforma protestante jugaron un rol fundamental. La guerra de los treinta años acabó presumiblemente con más de la mitad población alemana. Los tratados de Westfalia (1648) reconfiguraron el orden internacional de la Cristiandad según el principio de «cuius regio, eius religio», equiparando Estados católicos y protestantes. Posteriormente, este principio generará, sin embargo, conflictos de religión en regiones dominadas por una casa reinante o una elite gobernante de religión distinta a la de la mayoría de la población, como en los casos de Irlanda y de Cachemira.

Será, probablemente, Emanuel Kant, con su pensamiento secular y religioso a la vez, quien en sus críticas de la filosofía de la religión y de la razón pura establece límites tanto del pensamiento racional como un espacio para el pensamiento religioso libre de despotismos y con vistas a una paz universal.

Tal vez la influencia temprana de sus padres pietistas, haya contribuído a su desconfianza de la razón entronizada por el Iluminismo como de la politización y cerrazón del luteranismo ortodoxo.

El pietismo era un movimiento religioso luterano surgido tras la guerra de los 30 años. Su fundador, Felipe Jacobo Spener, preconizaba la discusión religiosa en un marco de humildad y evitando controversias siempre que fuere posible. El cambio dentro de la iglesia debía ocurrir gracias al involucramiento de sus miembros. Su doctrina promovía un diálogo entre lo secular y lo espiritual basado el la piedad activa y el amor fraternal.

A pesar de las llamadas guerras de religión, las religiones no suelen ser la primera causa de guerras pero juegan un rol importante a la hora de aglutinar consensos alrededor de intereses económicos. Cuando tales intereses se asocian a una religión en particular en conflicto con otros, el secularismo surge como árbitro en aras de un entendimiento entre las partes.

Las partes en conflicto, como suele ocurrir, no tienen nunca el mismo peso, ni el mismo grado de agresividad entre ellas o con las partes fuera del conflicto.

Algunos grupos religiosos tienden a ser ultra pacifistas como los citados pietistas, los cuáqueros, los jainitas o los yazidíes, evitando los conflictos con otras comunidades. Tales grupos minoritarios son grandes apoyos y beneficiarios de la tolerancia secular.

Por ejemplo, el semi-laicismo del Imperio Austro Húngaro permitió un florecimiento cultural y económico de la minoritaria comunidad judía en un supra Estado donde católicos, protestantes y ortodoxos predominaban. La destrucción de dicho imperio tras la primera guerra mundial acarreó una ola de masacres contra las nuevas minorías en territorios plurinacionales y plurirreligiosos por parte de nuevas realidades nacionales. El pangermanismo que atentaba contra el imperio austrohúngaro terminará por integrar una nueva ideología pseudo-religiosa y anti-laica, el nazismo, que eliminará a la mayor parte de sus conciudadanos judíos.

Otros grupos religiosos se han asociado a proyectos de identidad nacional, como las iglesias cristianas de oriente como la armenia, griega, serbia, rumena, rusa o ucraniana o como el shintoísmo en el Japón unificado. Los tártaros de Crimea, desde la anexión rusa en 2014, se identifican generalmente con el Islam sunita turco más que con el de los tártaros de Rusia. Asimismo, en el 2018 la iglesia ortodoxa ucraniana declaró su independencia del patriarcado ruso. Tal decisión fue criticada por el Gran muftí de Rusia, quien declaró entonces que tal decisión conllevaba un intento de romper la unidad rusa. Recientemente, hemos visto tanto al patriarca Cirilo como al gran muftí Talgat Tadzhuddin apoyando los esfuerzos bélicos de Rusia en Ucrania, del mismo modo en que el muftí Said Ismagilov se porta voluntario en la guerra santa de Ucrania contra Rusia. Casualmente, los líderes religiosos probélicos de ambos lados son los que cuentan con peor reputación. Según Kommersant y otros medios rusos, Cirilo sería un oligarca con una fortuna superior al millardo de euros construída gracias al comercio de cigarrillos importados en Rusia. También es criticado por demonizar a los homosexuales, argumento retomado por Vladimir Putin contra occidente. Ismagilov, originario del Donetsk, es acusado por pertenecer al Hizb ut-Tahrir, movimiento partidario del restablecimiento de un califato islámico, y considerado una organización terrorista tanto por Rusia como por Alemania y Turquía. Que se sepa, Ismagilov fue proclamado muftí con una asociación que apenas representa apenas a la décima parte de los musulmanes de Ucrania y que sostiene posiciones más cercanas al wahhabismo o al khomeinismo que a la tradición tártara, como la promoción del hijab a niñas menores. Tal imposición es prescripta por nuevos movimientos islamistas de los que hablaré a continuación.  

El Islam surge como ideología de aglutinación supeditada al proyecto de expansión mercantilista y militar de un pueblo marginal en el conflicto greco-persa. Tras un siglo de pestes y guerras, ambos imperios, el bizantino y el sasánida, se encontraban en una posición endeble frente a los pueblos del sur, tanto del punto de vista financiero como demográfico. Los árabes unificados tardarán menos de un siglo en hacerse con el control nominal de la Persia zoroastrista y de mitad de la cristiandad. De los cinco grandes centros cristianos de la época, sólo dos, Constantinopla y Roma, quedarán en manos cristianas, de las cuales uno caerá al cabo de siete siglos de asedio.  

Como minoría bajo el imperio británico en Asia, los musulmanes de la India vivirán un renacimiento cultural y una situación de minoría privilegiada ante la mayoría hindú. El poeta e ideólogo Muhammad Iqbal, considerado el alma de Pakistán, elogió a principios del siglo XX el imperio Británico por su protección del Islam, bien que considerase el Islam como moralmente superior a cualquier otra religión o ideología. Sin embargo, al ver los efectos de la administración británica sobre el campesinado de Punjab, y tras estudiar a Lenin, Iqbal asoció el secularismo europeo con el imperialismo y el capitalismo. En segundo lugar, a mediados de los años 1920, Iqbal aceptó a la democracia pero entendida de una naturaleza distinta a la occidental: una democracia «espiritual». Temiendo la victoria de la mayoría hindú que amenazaba quitarles la pasada hegemonía en la futura ex colonia Británica, la ancló a la idea de que una democracia sólo es posible en una sociedad donde los musulmanes fuesen la mayoría. Este concepto será prácticamente compartido por todos los grandes movimientos sociales del mundo musulmán desde entonces.

Al desarrollar la idea de la separación política de los indios musulmanes, Iqbal destrozó la unidad de la India secular de la misma manera en la que el pangermanismo y el paneslavismo destrozaron la unidad del imperio austro-húngaro. El panarabismo de Nasser también retomará elementos anti laicistas de Iqbal. Medidas como la expulsión de extranjeros, la discriminación legal de minorías presentes desde antes del Islam y la incorporación de la jurisprudencia musulmana como fundamento de derecho y en la educación pública formarán parte del programa tanto de los partidos de liberación nacional, como el FLN en Argelia y el OLP en Palestina, como por los movimientos islamistas desde Khomeini hasta Daesh y los Talibanes. Inclusive la constitución de Túnez, supuestamente el más secular de los países arabófonos musulmanes, restringe los derechos de las personas al declarar que el país pertenece a la comunidad islámica y está sometido a sus leyes divinas.

La cuestión de equilibrios demográficos, o más bien de sus desequilibrios, es otra fuente de conflicto, frecuentemente asociados a elementos religiosos. En Irlanda, el conflicto entre protestantes y católicos es también un conflicto entre una mayoría regional pro británica en una región que optó por la independencia tras recibir un trato servil y ser abandonada a morir de hambre a inicios de la época victoriana. Si ambos bandos compartiesen la misma religión, el conflicto probablemente cambiaría tan poco como el conflicto que opone a saharauis y marroquíes, o el que opuso a bengalíes (por entonces paquistaníes del este) y paquistaníes del oeste hace 50 años.  

Desde la disolución del imperio otomano, los colonos judíos de Palestina se enfrentan al mismo problema demográfico que los irlandeses protestantes o de los musulmanes de la India: estiman que su supervivencia depende de la formación de un Estado en el que fuesen mayoritarios. Los sudafricanos blancos en Sudáfrica y Rhodesia del Sur llegaron a conclusiones similares, temiendo que las reglas mayoritarias democráticas acarrearían la pérdida de sus hegemonías, de sus propiedades e incluso de sus vidas, además de incrementar los conflictos interétnicos preexistentes.

Otras ideologías anti-laicas como el comunismo de estilo estalinista, maoísta o de los Jmer rojos también mantienen un un alto record de violencia volcado principalmente contra sus propios ciudadanos. Basadas en un falso cientifismo pseudo-religioso, toda comunidad religiosa fue tratada como enemiga del pueblo y, en muchos casos, fue brutalmente masacrada.

Otro elemento de la religión como eje de conflicto frente al laicismo es el de las identificación de una religión a un poder extranjero. John Locke, autor de un tratado sobre la tolerancia en 1667, inicia a a escribir en un momento en el que los católicos estaban excluídos de las funciones públicas en Inglaterra. A pesar de ser un protestante convencido, Locke aboga por la aceptación de feligreses de cualquier relgión, incluyendo musulmanes y judíos, en la administración pública y por su trato ecuánime ante la justicia.  Locke no critica al catolicismo en sí sino al uso de la religión para ocultar maniobras de desestabilización política por parte y de una potencia extranjera y autoritaria como los Estados Pontificios.

Este elemento es muchas veces trascurado por los que se dicen herederos de la tradición liberal. La religión puede servir a veces de transmisor de políticas de desestabilización interna y de destrucción del principio laico liberal proclamado por Locke de una justicia ciega ante la identidad religiosa de cada individuo. El wahhabismo saudí, el chiísmo iraní, el malekismo marroquí o el DITIB, departamento religioso turco bajo el partido Justicia y Desarrollo (AKP), formarían parte de los intentos de diferentes gobiernos de influir en la diáspora y en las políticas públicas de los países en que la diáspora se ha afincado, representando una de las principales amenazas actuales al secularismo.

Otro posible elemento de conflicto es de orden demográfico: las sociedades más religiosas mantienen altas tasas de natalidad mientras que las laicas, más proclives a idealizar la libertad individual y a normalizar las familias reducidas, tienden a reducirlas (https://journals.sagepub.com/doi/full/10.1177/23780231211031320).

Con lo cual, una sociedad más religiosa que secular promovería desequilibrios internos creando conflictos entre diferentes comunidades. Esto implica que un secularismo que abandone su intervención en la educación pública tenderá a perder su peso electorar y su capacidad a proteger a sus protegidos.

Es discutible el rol positivo que podría haber jugado el secularismo en conflictos con pueblos nativos. Los colonos estadounidenses en Hawaii, prácticamente insignificantes antes de 1836, en 60 años pasaron a ser la mayoría y acabaron con la secular y progresista monarquía constitucional hawaiiana y con su independencia. Si bien el secularismo no salvó a la nación hawaiiana de la anexión por parte de una potencia inmensamente superior en lo militar y demográfico, habría ayudado a educar a la población nativa y a hacer valer sus reclamos dentro del contexto legal de la potencia ocupante sin el recurso a la violencia.

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