Descargo de responsabilidad
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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
Por si no os habíais dado cuenta, el objetivo de mis artículos es analizar críticamente los orígenes históricos del laicismo para poder hacer frente a los desafíos contemporáneos de una comunidad laica internacional.
En este mismo portal, Pablo Laguna ha publicado una relación de bienes religiosos restaurados con fondos públicos. En este caso, ¿cuál es el límite entre lo público y lo religioso? ¿Forman los bienes religiosos parte de un patrimonio privado o del patrimonio cultural público?
Durante la desamortización de Mendizábal y las otras desamortizaciones llevadas a cabo desde la de Godoy en 1798, los diversos gobiernos españoles han ido expropiando bienes eclesiásticos para su venta, ayudando a enriquecer a una oligarquía adinerada. Entre esos bienes se encontraban tierras comunales de las que se beneficiaban campesinos pobres. No es por casualidad que entre los libros anarquistas que más mella hicieron entre el campesinado andaluz se encontrase «La Conquista del Pan» de Piotr Kropotkin. La reconstitución de un patrimonio eclesiástico, tras la guerra civil, será liderada desde el franquismo por una nueva orden a la vez religiosa y mercantilista que todas conocemos bien.
Como he argumentado en artículos anteriores, el laicismo ha combinado efectos tanto positivos, al enfrentarse a los excesos del poder religioso y a las llamadas guerras de religión, como negativos, como es el desmantelamiento del sistema de tierras comunales y de trabajo relacionado a obras religiosas que han formado buena parte del patrimonio arquitectónico, artístico e intelectual español.
Asimismo, el sistema judicial eclesiástico católico, apoyado por una formación intelectual que parece haber mermado en el clero actual, ha jugado un rol no despreciable en la defensa de los humildes contra los excesos de gobernadores, militares y nobles, como ha sido el caso de Bartolomé De Las Casas en la defensa de los nativos americanos.
En este momento de conflictos entre Hamás e Israel, quisiera explayarme sobre los desafíos del laicismo como árbitro a favor de la neutralidad y la paz.
Donde hay conflicto religioso, suele haber también, y principalmente, un conflicto económico y demográfico. El laicismo moderno no es ajeno a la época en la que surge, tras la reforma, en los siglos XV y XVI, contemporánea de la caída de Constantinopla y del inicio de la colonización europea de América. En esa época surgen también las grandes compañías privadas internacionales, desde la VOC neerlandesa a la Compañia de Indias Orientales británica. Ambas llevarán a cabo grandes actos de expropiación y conquista de tierras desde el Caribe hasta el sudeste asiático bajo una nueva ordenación jurídica: la sociedad de responsabilidad limitada.
Asimismo, la reforma protestante se alimentó de un un proceso económico de desamortización de bienes eclesiásticos a favor de príncipes y reyes como Enrique VIII de Inglaterra, al mismo tiempo que impulsaba la desprotección de un campesinado en pleno crecimiento demográfico. No por casualidad la más sangrienta guerra religiosa del XVII, la guerra de los 30 años, barrió con al menos dos quintas partes de la población alemana.
El laicismo intenta establecer la paz luego de un intenso período de guerras religiosas y económicas, acompañando el proceso descrito por Karl Polanyi como «la gran transformación». Las desamortizaciones forman parte de un largo proceso de mercantilización de las relaciones humanas, de la naturaleza que pasa a ser mercancía, y del tiempo que pasa de ser destinado a Dios a ser la medida por la que se paga el trabajo de obreras y campesinas, convertido también en mercancía.
En el conflicto entre Israel y Hamás se juntan todos los tipos de conflicto posibles, lo que lo convierte en un asunto más relevante para la escena internacional que decenas de conflictos contemporáneos miles de veces más mortíferos.
El elemento más simple del conflicto en la considerada Tierra Santa es la lucha por recursos naturales en una zona de gran estrés ambiental. El agua y los recursos energéticos de la zona en disputa son limitados, y las poblaciones de Israel y de Gaza, cuyos miembros más religiosos son justamente los que tienden al crecimiento demográfico exponencial, hacen de tales recursos un foco de conflicto permanente. Para que tengáis una idea aproximada, la tasa de crecimiento de Gaza es de aproximadamente 4% al año. De las más altas del mundo. La de los judíos ultra-ortodoxos de Israel (jaredíes) se sitúa igualmente entre el 3,5 y el 4%.
El laicismo occidental toca allí con un problema que no es capaz de resolver. La libertad de culto y de procreación respetada por el laicismo resulta en este caso, como en tantos otros, incompatible con una gestión cooperativa de los bienes comunes. Por otro lado, el laicismo como forma de pensamiento suele contribuir a una baja natalidad. Por eso es rechazado por grupos supremacistas como ideología contraria a sus expansiones demográficas.
La procreación en exceso se convierte en un instrumento militar para obtener una ventaja numérica sobre el adversario, a desmedro de los derechos de las mujeres. Somos las mujeres las que llevamos la carga de tener más hijos, lo que nos limita en nuestras carreras profesionales, y por lo tanto en la igualdad económica con los hombres. Justamente, eran mujeres palestinas e israelíes las que se reunían periódicamente a manifestarse por la paz interreligiosa en las plazas de Jerusalén. Eran las mujeres israelíes y hombres a favor de los derechos de las mujeres los que protestaban pública y acaloradamente contra los intentos de Benjamín Netanyahu y de su cohorte de recortar la independencia judicial y la igualdad de género en Israel. Son estas militantes de la paz las grandes perdedoras del conflicto.
El ataque de Hamás del 7 de octubre pasado es, ante todo, un ataque al entendimiento pacífico entre mujeres. Los miembros de Hamás salieron a secuestrar, torturar, violar y matar mayormente mujeres, paseando sus cuerpos desnudos y mutilados en público y enviando vídeos e imágenes de tales actos barbáricos a los amigos y familiares de las víctimas.
El segundo problema irresuelto del laicismo es el de la ayuda humanitaria. Considerada neutra y universal, dicha ayuda suele caer en lo que el ex presidente de Medicos Sin Fronteras, Rony Brauman, denomina «política de la piedad». Piedad no es empatía con las víctimas ni es resolución de problemas. Llenar estómagos y dar medicinas no implica proteger a la población civil. Los campos de refugiados son hibernaderos del próximo conflicto, al igual que las cárceles son principalmente escuelas de delincuencia. Sólo sirven a los políticos para decir que se están ocupando del tema.
Fionna Terry, en su ensayo sobre las paradojas de la ayuda humanitaria, recuerda que las víctimas asistidas por la ayuda humanitaria pueden ser los asesinos de mañana, o los de hoy. El fundador de una de las mayores organizaciones humanitarias musulmanas, condecorado por un monarca europeo, acusó hace un par de años a las mismas agencias de desarrollo occidentales que financiaban a su organización de formar parte del poder militar occidental. Cabe preguntarse si su organización sigue la misma lógica, incompatible con el principio de promoción de la paz del laicismo.
Eso nos lleva al tercer desafío del laicismo. Por temor a arruinar negocios o acuerdos comerciales sobre temas estratégicos como la energía, evitamos temas espinosos como la religión y su impacto en los conflictos internacionales. En el caso de Israel y Palestina, como en la ayuda humanitaria internacional, la visión laica occidental es vista no como neutra sino como ajena e imperialista. Las mejores características asociadas al laicismo, como la libertad de conciencia y de orientación sexual, la igualdad de género, la descriminalización de la blasfemia y el respeto de las minorías son consideradas, en el marco de este conflicto, como una parte constitutiva de tal imperialismo. Por eso la Turquía de Erdogan, Boko Haram, Hamás y los islamistas atacan los valores laicos y el tipo de educación acorde con tales valores.
En ese conflicto, buena parte del ala progresista occidental identifica la lucha nacional palestina a la lucha antiimperialista. Sin embargo, la lucha de prácticamente la totalidad de los armenios expulsados de sus hogares y sus tierras ancestrales por el régimen autoritario de Azerbaiyán, pocas semanas antes de los ataques de Hamás, no ha suscitado prácticamente ninguna mobilización internacional antiimperialista, ni ha generado olas de protestas contra Israel, pese a que el gobierno Israelí, al igual que el de Turquía, fue uno de los pilares que sostuvo y pertrechó militarmente a la potencia ocupante y agresora.
Lo que es aceptable contra los armenios no lo es contra los gazatíes. De ahí que la neutralidad laica huela a hipocresía, al ignorar la existencia de un conflicto ideológico milenario entre el secularismo demoncrático y el autoritarismo religioso. Además de los intereses económicos a favor de la no resolución del conflicto y de la eternización de las ayudas humanitarias «de piedad», hay una lucha por la hegemonía cultural.
El profesor Enrique Díaz pregunta qué hubiera hecho la autodenominada comunidad internacional si Palestina hubiera expoliado a los israelíes de sus territorios y les hubiera arrebatado sus hogares, detenido y torturado a sus ciudadanos y militares y bombardeado constantemente. La pregunta es legítima. Ahora, me remito a la cuestión armenia o a la curda, entre otras, para hacerle la misma pregunta.
Un ejemplo de asistencia económica y militar es digna de ejemplo. En 1954, los Estados Unidos acordaron una ayuda militar a Pakistán por 2.500 millones de dólares. Tales fondos no fueron suficientes para asegurar el control paquistaní de la parte oriental, que se independizó en 1971 con el nombre de Bangladesh. En dicha guerra, las milicias pro-paquistaníes violaron y asesinaron a un número no determinado de mujeres, tal vez 200 mil. (ttps://womensenews.org/2011/09/bangladesh-rape-victims-say-war-crimes-overlooked/). Eso equivale a la tercera parte de la población de Gaza. Apuesto a que no habéis oído nunca de ella.
Los receptores de ayuda interpretan la ayuda de acuerdo con un marco ideológico de referencia. Como el premiado fundador de una ONG islámica, el donador laico es percebido como un enemigo imperialista, sin cuestionar en lo más mínimo el carácter imperialista de su propia posición.
No existe neutralidad si no se exponen todas las tendencias imperialistas y las luchas internas de poder. Los líderes de facciones en conflicto suelen compartir la misma ideología imperialista y generadora de conflictos para su propio provecho.
Hamás es un aliado de Netanyahu en su lucha contra los israelíes progresistas que quieren condenarle por autoritario y criminal. Netanyahu permitió el flujo de dinero hacia Hamás, tal vez para debilitar a otros grupos palestinos, tal vez a cambio de otros beneficios.
El progresismo europeo actúa, a su vez, como aliado de Hamás al ignorar el apartheid jurídico asociado al estatuto de Dhimmi. Dicho concepto deshumaniza a las mujeres y a los no creyentes en Estados regidos por él. (ver por ejemplo el artículo de George Chaya: https://www.infobae.com/opinion/2016/12/26/el-freno-a-la-violencia-religiosa/). Ni las derechas ni la izquierdas europeas, laicas o religiosas, se han movilizado masivamente para ayudar a las víctimas de autoritarismos religiosos no europeos. Las ayudas suelen terminarse cuando el conflicto militar se acaba o se olvida.