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Laicismo, estados confesionales y libertad de conciencia

A punto de rematar la primera década de este nuevo siglo asistimos asombrados a un rebrote de los fundamentalismos religiosos. Por un lado están los que propugnan volver a las Cruzadas y al rearme moral contra ateos y paganos y en el otro frente se agitan las aguas fanáticas de alfanjes y cimitarras contra los “infieles”, para reconquistar los territorios perdidos en cruentas y sanguinarias guerras pretéritas. La idea de una espiritualidad laica expresa, en cierto sentido, parte de la visión budista actual sobre este tema. El Dalai Lama afirmó que "el significado auténtico del laicismo es el respeto por todos los credos encaminados a asegurar la felicidad del ser humano”.

El laicismo, en definición del diccionario de la Real Academia (RAE), “es la doctrina que defiende la independencia del hombre y, en particular, del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa”. No obstante la confusión alrededor de este concepto ya viene de antiguo. Defender la laicidad no es adoptar una actitud furibundamente antirreligiosa. Esta creencia ha sido usada siempre por grupos religiosos ultraconservadores que se arropan de un fácil “victimismo” para criminalizar todo posicionamiento laico del estado.

Estado laico y estado confesional

Es importante dejar bien claro que el laicismo, más que una doctrina, es una opción de libertad de conciencia. Es una fundamental actitud individual o colectiva ante las doctrinas religiosas, independientemente de la confesión que sean.

El Estado Confesional (ya sea católico, protestante o islámico) no deja otra opción religiosa y se convierte en un absoluto controlador de la conciencia ciudadana al proteger y, en muchos casos imponer, la norma moral y teológica que debe seguir la sociedad. El estado debe ser absolutamente neutral en cuanto a las prácticas religiosas siempre y cuando éstas no conculquen las leyes. El estado no debe promover una determinada opción religiosa por encima de otras, por el contrario, debe respetar su práctica privada.

Lo que es inadmisible es que, por razones históricas, una determinada religión sea juez y parte desde posiciones gubernamentales. El derecho a la libertad de conciencia de cada persona choca frontalmente con un estado confesional. La neutralidad del estado en lo referente a las religiones es la mejor posición institucional para evitar desigualdades y abusos de poder. Su independencia garantiza la igualdad de trato de las confesiones que conviven en su territorio nacional. El abuso de poder de los estados confesionales adquieren su máxima expresión en los Estados Teocráticos, en donde las leyes y los derechos civiles de la ciudadanía están supeditados a la Ley de Divina dando como resultado, en casos ya tristemente conocidos, del más ciego e intolerante fanatismo religioso. Un estado democrático no puede consagrar privilegios para nadie.

Laicismo y anticlericalismo

El anticlericalismo puede empezar a germinar si no se separan del estado los privilegios de cualquier religión. La sociedad debe ser política y administrativamente laica para que todos los que la forman puedan ser libres en materia de conciencia y creencia. El laicismo es un verdadero antídoto contra los integrismos religiosos que en pleno siglo XXI han polarizado la sociedad mundial. El laicismo no es sinónimo de exclusión, ni de ateísmo estatal, ni es un “sentir antirreligioso” que emana del estado.

Un estado laico defiende la sana convivencia de las creencias religiosas en su territorio pero no se identifica con ninguna. Por desgracia muchos países que han tratado de separar Iglesia/Estado se han encontrado con la beligerante oposición de los que temen perder ciertos privilegios adquiridos a golpe de decreto. También en el lado contrario están las persecuciones religiosas promovidas por dictaduras que ni siquiera dejaban un margen a la práctica religiosa en el ámbito privado.

Ética laica y moral religiosa

Hay que diferenciar claramente la ética laica de la moral religiosa, pues si bien ambas provienen de una transmisión cultural y de valores socialmente “heredados”, en la moral sobresale el aspecto obligatorio, teológico, coercitivo y punitivo. En las normas morales destaca la presión externa, en cambio en las normas éticas sobresale el valor percibido y apreciado internamente por el individuo desde la perspectiva de la libertad para evaluar, reflexionar y hasta criticar ese modelo. El fundamento de la ética laica es asumir un valor sin presiones, no una norma impuesta desde el exterior, sino a la que se llega internamente por la libre reflexión de conciencia del individuo.

En la ética la normativa tiene sus raíces en la autonomía de la creencia sobre la libre reflexión. Se fundamenta sobre el conocimiento, no sobre emociones transmitidas de generación en generación que se refuerzan a si mismas gracias al miedo, el desconocimiento o la inmadurez del individuo. La libertad de análisis implica el compromiso de desligar las falsas creencias de mitos y de estereotipos. En la ética somos cirujanos que diseccionamos la norma mientras que en la moral acatamos el valor condicionados por una educación esclavizante en lo intelectual.

¿Choque de civilizaciones? ¿Alianza de civilizaciones? Creo que promover la laicidad estatal es un buen comienzo, pues si permitimos que algún dios se instale en el sillón presidencial y que las urnas tengan menos valor que los denominados “libros sagrados”, podemos volver peligrosamente a una nueva Edad Media, a la Edad Oscura de la razón.

Pero también debemos estar atentos contra quienes pueden utilizar un falso laicismo para negar el derecho del individuo a expresar su sentir religioso dentro de las leyes y del estado de derecho.

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