Es un reto para nosotras abordar este trabajo de encaje, de aproximación entre el laicismo y el feminismo en 2016, y para ello sería bueno recordar que ambos movimientos emancipatorios tienen sus orígenes en el mismo periodo histórico: La Ilustración, que es precisamente cuando los seres humanos empiezan a desprenderse del papel monolítico y de tutela que daba a las religiones la interpretación del mundo y de los valores morales para el género humano.
Conceptos como sujeto, individuo o ciudadano son conceptos universales, que se aplican a todo el mundo, sin distinción alguna.
El concepto de igualdad entre los seres humanos es universalista pero se le sigue regateando, en palabras de Celia Amorós, a la mitad de la población, a pesar de que la ilustración ya dio un gran paso, al ser planteado por Olympe de Gouges, pero siguió sin incluir a esa mitad.
Nuestro trabajo no pretende ni puede hacerse extensivo al amplio mundo, nos centramos en lo que se llama occidente, ya que lo conocemos más y tenemos más accesible su genealogía. Por supuesto que en otros lugares, el proceso en la conquista de derechos y libertades ha llevado un camino similar aunque no coincidan siempre en el tiempo.
El laicismo desde la libertad de conciencia está cuestionando aquella visión teológica que hacía de los seres humanos unos hijos de dios y desde ahí se establecía su cosmovisión.
El concepto de ciudadanía es esencial en nuestro pensamiento, otro punto en común con la vindicación feminista de ser reconocida como ciudadana ya que no podemos olvidar que esta exigencia fue excluida en la revolución francesa aunque Olympe de Gouges, citada antes, redactó toda una serie de derechos que incluía también a las ciudadanas; que no se aceptaron y motivaron su muerte guillotinada en el 1791.
También hubo algunos hombres que denunciaron la desigualdad y la injusticia; Poulain de la Barre un siglo antes en su “Guerra de los dos sexos”, o ya en la revolución francesa Voltaire, Condorcet, Montesquieu denunciaron en diferentes grados la gran desigualdad sufrida por las mujeres. Al contrario del “gran” Rousseau, quien su misoginia lleva a escritos sobre la mujer que avergüenzan a cualquier ser humano.
No partimos de cero, hay siglos de lucha y trabajo de reflexión que no aparecen en los libros de texto. Cualquier persona que se precie de tener una cultura debería conocer que feminismo y laicismo pertenecen al mismo discurso político emancipatorio ya que ambos son universalistas, por lo tanto no pueden dejar fuera a la mitad de la población en cuanto ser humano sujeto de derechos.
Si el laicismo promueve y promulga que los seres humanos son sujetos de derechos, qué contradicción habría en profundizar, en incorporar la vindicación feminista ya que su reconocimiento como persona aún no se ha conseguido en nuestro país y en otros muchos. Esto es una evidencia, un hecho, no una opinión.
La sociedad actual, amparada en la ideología patriarcal, no conviene a nadie, como dice Larrauri, ni a las mujeres que se han visto durante siglos relegadas a una posición de subordinación respecto de los varones, ni a los propios varones que han tenido que asumir un modo de ser arrogante, competitivo y violento que les ha reportado más desgracias que parabienes. En este sentido, el feminismo ha sido, es y será una universal liberación. El feminismo es un humanismo beneficiando a todas y a todos. En realidad, los roles y estereotipos nacidos de la construcción de los géneros hacen de hombres y mujeres seres atrofiados puesto que ni unos ni otras pueden desarrollar sus capacidades, siendo limitados a lo que se espera de ellos y no a lo que son.
Veamos, por ejemplo, nuestra Constitución: las referencias a las mujeres en el articulado solo la nombran como madre y esposa: maternidad y matrimonio. Madre y esposa, qué casualidad, ¡¡como la biblia!!!