Laicismo, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, significa “Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”, aunque la palabra “doctrina” sobra. En resumen, las personas y organizaciones laicistas no son contrarias a ninguna creencia religiosa, por surrealista que sea, sino que defienden simplemente la no injerencia de esas creencias en las instituciones del Estado. Porque el Estado está, desde un punto de vista democrático, obligado a mantener la neutralidad ideológica para velar por la convivencia pacífica, en el pluralismo, de todos los ciudadanos, sin excepción. Es de lógica de Perogrullo entender que sin laicismo es imposible que exista una verdadera democracia. Porque lo contrario al laicismo es el confesionalismo, es decir, el sometimiento del Estado a una determinada confesión religiosa (dogmática e irracional) que vela únicamente por los sectarios intereses propios, negando la diversidad e imponiendo el pensamiento único correspondiente. No hay más que recordar el franquismo, o la situación que se está viviendo en la España actual.
En España las palabras “laicidad” y “laicismo” han estado vetadas y difamadas, de manera inconcebible, aunque entendible, a lo largo de la historia. A excepción de los años de la II República, que se instauró como una democracia laica y defendió, mientras pudo, la independencia del Estado respecto de la religión, estos conceptos han sido siempre grandes desconocidos para los españoles. Incluso a día de hoy un importante sector de la población española desconoce si quiera el significado de ese término, y no llega a calibrar el importante componente político de las Iglesias. Se trata de desconocimiento, simplemente; desconocimiento alentado por las propias instituciones eclesiales, que nunca han permitido, y siguen sin querer permitir, el pluralismo ni la libertad de pensamiento y de creencias.
Es evidente que los sectores eclesiales llevan años en campaña difamatoria contra la laicidad. Manipulan el lenguaje para desprestigiar el término “laicismo” y a las personas u organizaciones que le defienden. Hablan de “laicismo positivo” para establecer una dicotomía inexistente, dando por hecho que existe un “laicismo negativo”; o hablan de una “ofensiva laicista”, cuando los laicistas no atacan a nadie, al contrario, se defienden del confesionalismo y de sus embestidas que atentan contra los derechos humanos fundamentales, por más que muchos ciudadanos vivan ajenas a ellas.
La última embestida verbal la ha emitido el portavoz de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, quien ha despotricado contra la Organización de las Naciones Unidas por su informe sobre la pederastia amparada por la Iglesia. En esas declaraciones, el secretario general de los obispos españoles ha manifestado que las críticas de la ONU forman parte de “una inquisición laica” con unos “dogmas ideológicos” que pretenden extender por el mundo. Y se quedó tan fresco; como si no supiéramos que la Inquisición fue una terrorífica institución de la Iglesia católica que se dedicó, durante muchos siglos, a matar a quienes no profesaban sus creencias o a quienes, como los científicos o los librepensadores, les molestaban; y como si no supiéramos que dogma significa “verdad revelada e indemostrable, ajena a la razón”, justamente lo que sostiene ideológicamente no sólo a la religión católica, sino a todas las religiones, inhibiendo de manera sistemática la libertad y el pensamiento racional y libre. La pederastia encubierta es, en cambio, un hecho probado y demostrado, sufrido por muchos miles de personas, no sólo en España, sino en todos los países donde el catolicismo está implantado.
En las antípodas de tanta sinrazón, se acaba de celebrar en Paris, el pasado sábado día 8 de febrero, un encuentro nacional entre políticos y politólogos franceses que, convocado por CLR (Comité Laïcité Republique), ha pretendido ser un espacio de discusión sobre la importancia de la laicidad en todos los ámbitos de la sociedad francesa: en la educación, en la política y en todos los aspectos que promueven el afianzamiento de la democracia del país. Y es que Francia es el referente de país laico. Tienen una ley, la llamada Ley de 1904, que garantiza la separación de Iglesias y Estado. Allí se habla de laicismo, se defiende a capa y espada, es el gran baluarte de la República, y se sabe necesario para el progreso, la educación y la evolución democrática y ética de la sociedad. En España, como vemos, estamos a años luz.
Dice el filósofo y profesor inglés Anthony Grayling, en su libro The god argument (El argumento de dios): “Los apologistas de la religión se quejan de que los ateos y secularistas son agresivos en sus críticas. Yo siempre les digo: cuando ustedes tenían el poder ustedes no debatían con nosotros, sino que nos quemaban en las hogueras. Ahora lo que nosotros hacemos es presentarles algunos argumentos y algunas preguntas difíciles de responder, y ustedes se quejan”. Porque, en definitiva, como expresa uno de los lemas del CLR, “la laïcité n’est pas une opinion, c’est la liberté d’en avoir une”. La laicidad no es una opinión, sino la libertad para poder tenerla.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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