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Laicidad, la respuesta a la desigualdad de género

La prevalencia del hombre como premisa de superioridad y la ostentación de la masculinidad, se encuentra asentada en la inmensa mayoría de las sociedades del mundo y forma parte de las esencias de las culturas y las civilizaciones, desde el más arcaico pasado.

La explicación de tal hecho, enraizado en la concepción profunda de la inmensa mayoría de los seres humanos, la podemos encontrar en las enseñanzas de la educación básica o más bien dicho, en el condicionamiento mental y la conformación conductal inducida por las religiones y las culturas forjadas a su amparo.

La misoginia proviene de los idearios religiosos, y, por supuesto, del patriarcado, que también ha sido promovido y difundido por las religiones y muy especialmente por las monoteístas o de aquellas creencias que tienen su base en las escrituras sagradas, de La Biblia, la Torá y el Talmud o el Corán.

Los creyentes seguidores de estas confesiones pueden calcularse en una cifra aproximada de 3.800 millones de habitantes. Más o menos la mitad de la población mundial, que a la hora de escribir este artículo ascendía a 7.725.535.330 individuos. A estas cifras tal vez habría que sumarle los 1.100 millones de hinduistas, creencia donde también la mujer esta subordinada al marido y es excluida de algunas de las concepciones místicas para la salvación.

Las enseñanzas que se desgranan de estas concepciones dan lugar a los estereotipos y a la adopción de normas, usos y costumbres, que son la base de las culturas patriarcales o “machistas”.

La religión siempre ha estado de una manera u otra conectada a la política, para determinar la moral o la conducta de la sociedad, entendiendo ésta como el conjunto de normas y principios en el que se basan la cultura y las costumbres de los distintos grupos sociales, y aun cuando la religión está separada del estado, la influencia en los mecanismos de preservación de esa cultura marcada por una determinada forma de ser y hacer, es altamente significativa.

De tal manera que se conforma en la vida, a través del desarrollo humano, como las verdades incuestionables que regulan la convivencia en la sociedad, así algunos preceptos como el no matarás (derecho a la vida), el no robarás (derecho a la propiedad), el honrarás a tus progenitores y serás fiel hasta que la muerte os separe (familia tradicional), parirás con dolor (papel de la mujer) etc., se convierten en algunos de los valores de la sociedad.

La educación de los niños/as, en las sociedades de la actualidad, desde el principio marca una diferenciación, la formas y el uso de la ropa, los juguetes y otros referentes culturales condicionan a las niñas y niños sobre como tienen que comportarse, expresarse y relacionarse.

El resultado es un mundo aprendido subliminalmente para que las niñas aprendan a ser, tranquilas y obedientes y destinadas a engendrar hijos, mientras que los chicos estarán destinados a ser fuertes y valientes, deberán ser el sostén de la familia, se les permitirá en ocasiones, la insubordinación, se les estereotipa la conducta ruda, incluso se les ríe alguna que otra agresividad, como señal de hombría.

Yo sé que es muy burda y muy simplista esta ejemplificación, pero, en cualquier caso, es indudable que la educación viene condiciona, a través de la familia (no sólo de los padres), sino también de la socialización en la escuela, de los contenidos de los medios de comunicación, de los cuentos, los dibujos animados, los videojuegos y la literatura infantil, y de algunos preceptos emanados de las culturas de origen religioso, donde la mujer tiene asignado un papel secundario. Dios no es mujer.

Nuestra cultura occidental, proviene de las enseñanzas judeocristianas.

«No se casarán con ellos, ustedes no darán su hija a su hijo, y ustedes no tomarán a su hija para su hijo, que harán que su hijo se aleje de Mí y ellos adorarán a los dioses de los otros» (Deuteronomio 7:3-4).

En el judaísmo: la condición de judío se desprende de la madre, (hijo de vientre judío), pero, otros importantes factores genealógicos en el judaísmo, como la afiliación tribal, dependen del padre. Por lo tanto, depende del linaje paterno que uno sea Cohen, levita o israelita. No deja de ser curioso, que, dado que el reconocimiento se adquiere via materna, es la condición y la estructura familiar y social, la que somete al hombre y genera una dependencia patriarcal.

El judaísmo ortodoxo provee una forma ligera de descendencia matrilineal en la historia. La cultura judía tiene una descendencia patrilineal en la mayoría de las situaciones cotidianas, y las acciones de la vida. ( incluyendo el sacerdocio, la realeza y la afiliación tribal, en la historia).

En el cristianismo católico, el cuarto mandamiento se refiere en primer lugar a las relaciones entre padres e hijos en el seno de la familia. «Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental» (Catecismo, 2203). «Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia» (Catecismo, 2202). «La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo» (Catecismo, 2205). La mujer concibe por el deseo del padre. Y la única familia considerada, es donde hay o hubo un padre.

Aplicando un análisis entre el orden mítico y el orden social observamos los efectos de la tradición judeocristiana que han sido perjudiciales para la mujer. Mostramos cómo los mitos de la religión judeocristiana justifican y perpetúan la estructura patriarcal presentando como plausible, racional e inevitable la inferioridad femenina1.

En su libro, ‘Tótem y Tabú‘, Freud trató de establecer una relación directa entre las tendencias sexuales incestuosas y la génesis de las religiones. Según Freud, muchas de las teorías de las sociedades primitivas acerca de la reproducción excluyen al propio coito de ser el medio por el cual se produce la concepción, dejando su lugar a espíritus o fuerzas naturales. Freud supone entonces que en los tiempos más primitivos de la humanidad eran los machos los que luchaban entre ellos por la posesión de las hembras, de manera que la organización social se daba en hordas, las cuales eran conformadas por el padre, sus hembras y sus respectivos hijos. Los hijos entonces tenían al padre por autoridad y les estaba vedado cualquier contacto sexual con sus hembras, de manera que habrían de buscar sus propias hembras, ajenas a la horda del padre, para formar ellos la suya propia. Una vez muerto el padre (en su inconsciente) se despierta en los hijos la conciencia de culpabilidad, que lleva a la exaltación de la figura del padre que pasa a identificarse con el animal totémico y sagrado.

Las apreciaciones religiosas, son el origen de esta concepción freudiana, en cualquier caso, se trasmite de generación en generación, y en la sociedad creada con esas pautas, la superioridad de la imagen paterna. Por consiguiente, es importante prescindir del falo centrismo, en el que se asienta la teoría freudiana.

El prestigioso especialista de la Historia de Roma de la Universidad de Oxford, Peter Brown, asegura que los primeros cristianos pensaban que las mujeres eran «hombres fallidos» porque sus cuerpos no habían logrado, durante la coagulación en el útero materno, acumular las mismas cantidades de calor y vitalidad espiritual que hacían que los hombres fueran hombres.

Un análisis histórico-antropológico nos permitiría conocer que algunas sociedades prehistóricas eran gobernadas por mujeres. Aunque no hay evidencia sólida de una sociedad ginecocrática, muchos ejemplos nos conducen a la existencia de sociedades que han correspondido a los tipos matrilineales y matrifocale2, lo cierto es que hoy es difícil encontrar referencias y se han convertido en una curiosidad histórica, desaparecida de la mayor parte de la literatura de referencia.

En cualquier caso, es indudable el lugar central que algunas sociedades del presente le otorgan al papel de la madre, por ejemplo, en la sociedad italiana meridional (fundamentalmente, pero en general en la mayor parte de Italia), la «mamma» (madre) continúa siendo la columna vertebral de esa sociedad y en tiempos de crisis, es la mujer la que activa todos los resortes familiares para que no falte de nada a sus cachorros.

La madre es el pilar esencial de la estructura familiar, en la cultura occidental, ya que desempeña el rol determinante en el crecimiento evolutivo de las personas que son parte de su hogar, es decir, de los hijos y su desarrollo humano, sin embargo, el poder central queda en manos del padre, quien ostenta privilegios y derechos económicos, civiles y relacionales, que en muchas ocasiones le son negados a las mujeres. La imagen paterna es esencial, pero no única, la madre contribuye en muchas ocasiones a trasmitir, los usos y costumbres que afianzan el carácter central y predominante del varón.

En pleno siglo XXI, en América Latina, y sólo a modo de referencia ya que, en este momento, no poseo datos actualizados de Europa, las familias monoparentales surgidas después de una separación conyugal, las madres que se quedan con los hijos alcanzan el 64 ó 66%, mientras que el padre que llega a asumir ambos roles apenas es un 34%. En una inmensa mayoría de casos es difícil que el padre asuma los papeles mater-parentales, ya que suelen ser asistidos por otras mujeres como las hermanas, las tías o las abuelas para que los guíen un poco o soporten la responsabilidad y sobre todo la educación.

Por consiguiente, observamos, que a pesar del lugar central que ocupa la mujer en distintas organizaciones sociales, la pirámide estructural de la gobernanza y la responsabilidad en el seno de la familia coloca en su vértice al hombre, lo que convierte a la sociedad de facto, en una sociedad de corte patriarcal.

La educación en el seno de la familia, el aprendizaje sometido a la influencia de los grandes elementos socializadores del entorno, los medios de comunicación, la socialización dentro de la escolarización, los protocolos socio culturales y desde luego las normativas por las que se rigen las sociedades actuales, dan como resultado un desequilibrio, que da lugar a la discriminación y la desvalorización que el género femenino ostenta en las distintas sociedades.

El feminismo, surgió como respuesta a esta situación anacrónica y se constituyó en un movimiento social y político, que nació y se inició en el siglo XVIII- aunque sin adoptar todavía esta denominación– y supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, sometido a la opresión, dominación y explotación por parte del colectivo de los varones y que exige la igualdad de derechos de las mujeres con los hombres.

Hoy en día, sin embargo, no es extraño observar un grandísimo número de mujeres (tal vez la mayoría femenina y silenciosa del mundo) que se auto marginan y se colocan a disposición del sistema regido por hombres.

Surgen como contestación, organizaciones y estructuras compuestas sólo por mujeres, que tratan de dar una respuesta a la autoridad masculina, en el ámbito, profesional, cultural y social en general, o buscan una cuota de inserción en las estructuras ya creadas y bajo gobernanza del colectivo varón, pero no generan necesariamente un cambio transformador.

No obstante, en la actualidad, ha comenzado a consolidarse un movimiento feminista a nivel global, aunque esencialmente en Europa y América, que intenta la concienciación de la desigualdad generada y consolidada en la mayoría de las sociedades, tanto en oriente, como en occidente.

El movimiento feminista se expandido desde 1995 a través de la difusión de la “ideología de género” o “feminismo de género”, ¿fue acuñado por Christina Hoff Sommers en su libro “Who Stole Feminism?”.

En la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la mujer celebrada en Pekín en 1995, varios delegados de distintos países fueron persuadidos por las activistas de la “teoría de género”3, y de la necesidad de una lucha a favor de los derechos de la mujer. Las activistas tuvieron la habilidad de distribuir unos textos con definiciones ambiguas sobre la sexualidad polimorfa, evitando utilizar palabras como marido, mujer, esposa, madre, padre, etc. La ex-presidenta de Islandia, Vigdis Finnbogadottir, comentó en esta Conferencia de Pekín, la necesidad de que a las niñas, no se les debería exponer la imagen de la mujer como esposa o madre, ni involucrarlas en actividades femeninas tradicionales.

El sentido del término género ha evolucionado, diferenciándose de la palabra sexo para expresar que la realidad de la situación y los roles de la mujer y del hombre son construcciones sociales sujetas a cambios.

A mi entender la solución de este problema ancestral y milenario, no se podrá resolver con políticas más o menos combativas, modificando el lenguaje o generando ruido, un ruido ensordecedor que pretende hacer llegar el mensaje para una toma de conciencia masiva.

Hace poco, el ex presidente de Uruguay José Mujica destacó: “La estridencia también termina jodiendo a la causa de la mujer, porque crea una antípoda quejosa y excita lo reaccionario de la propia sociedad”, el político latinoamericano opinó que la lucha se ha tornado “bastante inútil”, para añadir “me resisto a que el feminismo pueda sustituir a la lucha de clases, porque las clases sociales las veo también dentro del movimiento”.

Estas afirmaciones, me han llevado a reflexionar, que al ser el feminismo un movimiento transversal, de algún modo está siendo secuestrado, para justificar otras vergüenzas y eso no quiere decir que haya que abandonar la lucha, sino mas bien redirigir la estrategia al origen del problema, la educación, la concepción religiosa, que, en occidente, constituye nuestra forma de vida asentada y originada en el judeocristianismo.

La verdadera lucha feminista la encontraremos en el combate por la laicidad y la erradicación de la ignorancia dogmática. El cambio de mentalidad que lleve a transformar los patrones de vida y los principios emanados de las religiones, por valores asentados en la igualdad para un desarrollo humano racionalista y equilibrado.

La educación es la herramienta, pero debe de estar acompañada de un corpus adogmático que pueda conducir a una transformación cultural, que tenga por divisa, el librepensamiento.

1Oríetta Caponi Las raíces del machismo en la ideología judeo-cristiana de la mujer. Filosofía Univ. Costa Rica, XXX (71), 37-44, 1992

2Existen tres tipos de matriarcado; ginecocracia se refiere a una madre que lidera un grupo, familia o nación; matrilineal es un sistema social que pasa por herencia a través del linaje femenino; y la matrifocalidad se refiere a la centralidad de la mujer en la sociedad, especialmente las madres. Elizabeth Welsh identificó muchas sociedades matrilineales en la historia de India. Nombró muchas culturas en la India sureña, incluyendo Kerala, Tulu, Nadu, Udupi y Mangalore, y Meghalaya en el noreste de India. Welsh dice que todas estas sociedades demuestran las estructuras sociales matrilineales en las que la heredad, nombre o membresía del grupo es pasada a través de la línea femenina.

3Según estas teorías, el género estaría definido socialmente, por lo que la comprensión de la masculinidad y feminidad evolucionaría durante el curso de la vida. Por tanto, esos significados variarían de acuerdo con la cultura, la comunidad, la familia, las relaciones interpersonales y las relaciones grupales y normativas, y con cada generación y en el curso del tiempo; así, este término hace alusión al «conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres»

Andrés Cascio
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