Una de las importantes modificaciones constitucionales que se han registrado en los últimos años se realizó apenas hace unos días en la Cámara de Diputados donde, después del análisis de la Comisión de Puntos Constitucionales, el pleno aprobó adicionar la palabra laicidad en el artículo 40 de la Carta Magna.
Esto en términos reales significa, para la sociedad mexicana, evitar que los valores o los intereses religiosos se erijan en parámetros para medir la legitimidad o la justicia de las normas y los actos de los poderes públicos.
Con esta impecable argumentación, el diputado Juventino Castro y Castro detalló esta adición a la Ley Suprema, que no quiere decir que el Estado se convierta en un ente antirreligioso, como equivocadamente dicen algunas iglesias.
Por el contrario, la laicidad significa que se garantiza el derecho de las mexicanas y de los mexicanos a ejercer la libertad de conciencia. Compartir y practicar la religión que consideren adecuada o que no practiquen ninguna.
Pero además, la condición del Estado laico permite mayores herramientas para combatir cualquier forma de discriminación por razones de conciencia, ideología o religión.
Es importante felicitar al diputado Juventino Castro y Castro, a los miembros de toda la Comisión de Puntos Constitucionales y a los otros legisladores que en el pleno defendieron la laicidad, tal como lo hizo la diputada Enoé Uranga, quien describió que el Estado laico permite la libertad de expresión y la convivencia en armonía sin estar desatando guerras santas.
Y es que comparto lo dicho por el diputado Castro y Castro en el sentido de que se tienen que establecer perfectamente en la Constitución los límites de las iglesias, pues, de lo contrario, podemos regresar a la época del virreinato.
Esta modificación se realizó después de analizar todas las iniciativas presentadas hasta en otras legislaturas y por diferentes fuerzas políticas, además de que cumple con la forma de una República representativa, democrática y federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una Federación establecida.
Ofrece un marco sano de convivencia entre religiones mayoritarias y minoritarias, pues se garantiza que el tamaño o la influencia de una iglesia no atente contra el desarrollo de otras.
Necesitamos una sociedad donde haya respeto a la diversidad, donde las creencias y preferencias del otro no sean un obstáculo y donde la laicidad sea la promotora de un clima de paz y tolerancia.
Pero, el trabajo en cuanto a la laicidad del Estado mexicano por parte del Legislativo apenas se inicia, pues, como lo dijo el mismo presidente de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, falta adentrarse en otros artículos, tales como el 108, el 115 y el 130, entre otros, con los cuales se definirían perfectamente las reglas entre el Estado y las iglesias.
*Presidente nacional del PRD