La progresista mayoría ciudadana de México debe agradecer a la derecha —el gobierno actual y su partido, coludidos con la más alta clerecía tradicionalista— su enésima, furiosa arremetida destinada a esterilizar o, al menos, disminuir la fuerza incontrastable del concepto filosófico de laicidad.
Las embestidas de los estratos más retardatarios se dirigen contra la consolidación del Estado laico y contra sus inevitables avances. De modo paradójico, sólo han conseguido reabrir un interesante debate nacional cuyas resonancias democráticas ya impulsan nuevas reformas legales y robustecen la conciencia secularizada de los mexicanos.
La historia nos otorga identidad nacional, es verdad, pero lo más trascendente ahora consiste en definir y defender, con mirada larga, al Estado laico del siglo XXI: pluralismo político y religioso, investigación científica libre de ataduras dogmáticas, plena incorporación de las minorías étnicas y sexuales a la vida democrática —con todas sus consecuencias jurídicas, políticas y sociales— así como progresivos grados de secularización en los ámbitos de la salud y en los de las costumbres y los usos ciudadanos.
El concepto de laicidad es parte medular del patrimonio cultural del país. Nuestra hipercrítica sociedad vive un acelerado proceso consolidador de la idea de lo laico no sólo en la educación y en la cultura sino en la existencia humana misma.
Los mexicanos asumimos desde hace más de siglo y medio la experiencia universal del laicismo. La hemos adoptado y adaptado a nuestro marco circunstancial.
La pluralidad política se alimenta del relativismo filosófico y éste otorga un racional carácter crítico a la democracia y a la tolerancia. Pluralismo y relativismo, democracia y tolerancia: esencia del Estado laico del presente y del futuro.
El Estado moderno y el pluralismo —su hijo legítimo— se asientan y desarrollan sobre los cimientos de una laicidad inherente a nuestro orden jurídico. Aludo a una estructura normativa y a una conciencia popular conformadas al amparo de la tradición liberal mexicana.
La conquista de la categoría filosófica de laicidad —hablo también de sus alcances sociales, culturales y jurídicos— constituye una de las más nobles hazañas realizadas en la historia del combate destinado a conseguir la plena emancipación de las conciencias.
A lo largo de 150 años se ha formado la contextura laica de nuestra convivencia social. Las libertades mexicanas discurren sobre las vías de una clara noción de laicidad. Nuestra historia es la crónica del dificultoso camino secularizador de las relaciones sociales.
La diversidad solamente puede florecer al socaire de una sociedad como la nuestra, esencialmente laica en sus estructuras constitutivas y en sus hábitos democráticos. Eso la ha capacitado a través del tiempo para coexistir con la “otredad”, como diría Unamuno.
Los rencorosos desahogos del cardenal de Guadalajara y los desafíos pugnaces del vocero del Episcopado de la Ciudad de México logran lo contrario de lo que persiguen: anuncian su derrota jurídica y política. También tienen perdida la batalla cultural.
Consejero Político Nacional del PRI